24 marzo 2009

Un gran abogado norteamericano

Me refiero al abogado Clarence Darrow, defensor en la causa criminal de los jóvenes Leopold y Loeb, hijos de familias adineradas de Chicago, que en el año 1924 asesinaron con fría premeditación a otro joven de 14 años. El letrado Darrow se significó en su carrera por su decidida oposición a la pena de muerte, y esto explica su esforzada defensa en este caso histórico, que ha sido llevado al cine [Impulso criminal, Richard Fleischer, 1959]. Hay muchos motivos para que, en los derroteros de la ley y la justicia, debamos volver la mirada a la historia y práctica de la jurisprudencia de los USA. Conocemos a sus jueces, abogados y criminales por las películas "de juicios", que a mí tanto me entusiasman. Estos grandes abogados y jueces no parecen funcionarios vulgares, sino profesionales con gran iniciativa y audacia profesional, técnica y de pensamiento. Muy comprometidos con la realidad de su tiempo, con los principios de justicia, y la defensa de la vida humana y las libertades civiles (como en el caso ejemplar de Clarence Darrow). Por decirlo en breve fórmula, los juristas americanos deben ser los herederos de los antiguos jurisprudentes romanos, y no sólo porque el sistema de derecho común, en que prima el razonamiento dialéctico, la retórica y la equidad sobre la fría aplicación de los códigos, haga de los modernos americanos y de los antiguos romanos juristas afines, muy sensibles a las dimensiones irreductibles del caso concreto.

20 marzo 2009

El limosnero

Ocurrió en Pinos Puente. Los obreros de una fábrica comenzaron a injuriarle y a blasfemar. Se acercó a ellos fray Leopoldo y les dijo:
-Soy fraile, podéis injuriarme y decirme lo que queráis, pero a Dios, no. No pronunciéis su nombre sino para bendecirlo y alabarlo.
En otro lugar le gritaron:
-Fraile, tenemos hambre.
Y fray Leopoldo echó mano a su zurrón y les dijo:
-Aquí llevo un pan. Os daré la mitad y guardaré la otra mitad para mis frailes.
Por aquel entonces se asustaba a los niños con el Tío Manteca. Apareció a la entrada de un pueblo fray Leopoldo, con la pinta que llevaba. Y los niños corrieron a sus casas gritando:
-¡Que viene el Tío Manteca...!
Hubo quien corrió hacia él con no buenas intenciones. Pero le paró la venerable presencia del frailecico.
Pasa por una siega y oye un insulto:
-¡Fraile, gandul!
Fray Leopoldo se acercó, pidió una hoz y recordó sus años mozos de labrador. Y todos quedaron contentos y amigos de aquel humilde fraile.
Pasó por la plaza de un pueblo y los muchachotes comenzaron a tirarle piedras. Fray Leopoldo se puso de rodillas con los brazos en cruz y cesó la lapidación.

Carlos Ros: Vida de fray Leopoldo de Alpandeire (1996)

14 marzo 2009

El derecho penal y yo


Nos decía en el aula de la Facultad, uno de mis maestros, el catedrático de derecho internacional público D. Juan Antonio Carrillo Salcedo, que la vocación jurídica puede orientarse a dos grandes especialidades: la defensa de los intereses patrimoniales, o la defensa de los intereses personales. Como toda clasificación dicotómica, la división de esta ciencia, al modo romano, en un derecho de las cosas, y un derecho de las personas, es una simplificación exagerada, porque en el mundo real los patrimonios, y las personas que los detentan, con sus pasiones, necesidades o ambiciones, nunca aparecen separados.

Pero es cierto que ningún criterio define mejor a un jurista que los asuntos que patrocina: si los dineros y los negocios, o los apuros que pasa la gente de carne y hueso. Así por ejemplo, ante la noticia de que una empresa ha quebrado y ha echado el cierre, unos se preguntarán, primero, si la empresa tiene bienes bastantes para pagar a sus acreedores; y otros, cuántos trabajadores, cuántos padres de familia van a la calle y en qué estado quedan. Ambas son cuestiones que se ventilarán en un mismo proceso concursal, pero cada uno se inclinará a dirigir su pensamiento con preferencia a uno u otro asunto (el de los dineros, o el de los trabajadores).

Estaríamos tentados, al hilo de este ejemplo, en concluir, yendo al caso, que el derecho mercantil es una especialidad de tinte patrimonial, y en cambio el derecho del trabajo, personalista. Pero todo es cuestión de perspectiva. En la esfera mercantil se protege a una persona cuando se defiende al consumidor, o al pequeño empresario o comerciante que subsiste él y su familia con su negocio. Y en la esfera del trabajo, en los conflictos colectivos y las crisis de plantilla, el empresario que se acoge a la ley laboral está poniendo sus miras en un cálculo de grandes masas de dinero (que le va a costar o que se va a ahorrar), antes que en las necesidades de cada uno de sus trabajadores. Las cosas no son tan simples ni son blanco o negro.

Algo semejante ocurre con el derecho penal, el que trata de los delitos y de las penas. Es una especialidad que detesto, desde que la estudié por primera vez a mis veinte años. Mi animosidad hacia esta rama jurídica no tiene nada que ver con que esté convencido de su necesidad, y hasta de la conveniencia de su reforma constante. Si no se multase a los coches que aparcan en "doble fila", o que se saltan un semáforo, o que corren más de la cuenta en carretera, la circulación sería un caos: hay que castigar, sí, lo que está mal hecho. Mi prejuicio contra el derecho penal responde a otros motivos, que no son que no crea indispensable cierto "control social" o prevención de las malas conductas.

1. En primer lugar, tengo la sospecha de que bajo la ley penal siempre caen los mismos, los de siempre, esos sospechosos habituales de los que se habla al final de la película Casablanca. Esto es, los pobres, los indefensos. El derecho penal no es para los ricos. Esto suena a discurso populista barato, y tendría que sostenerlo con estadísticas, pero ya digo que es una sospecha, no una convicción.

2. Pero lo que más se me atraviesa del derecho penal es su inhumanidad. Bajo la elevada perfección técnica que ha alcanzado en los estados de derecho, no puede encubrir su aire arcaico, primitivo, como nacido del instinto de horda: el derecho penal se ha establecido para saciar el ánimo de venganza de los injuriados, sus familias y todo el pueblo. Desde este punto de vista, es la rama del derecho que más nos animaliza, y más nos aleja de los ideales humanistas.

3. Por último, me parece, sin más, un derecho imposible, porque pretende reducir a fórmula matemática (el álgebra de la pena) aquello que es inconmensurable e infinito en valor y dignidad: la vida y la libertad de las personas. Por ejemplo, es muy difícil que nos expliquemos que un mismo hecho delictivo (un robo, un homicidio, una agresión sexual) merezca distinto castigo si el delincuente lo cometió un día antes, o un día después, de cumplir los 14, los 16 ó los 18 años, como no sea la servidumbre de los números enteros. O al menos yo nunca lo he entendido.

Y vuelvo al principio: ¿dónde coloco al derecho penal, en la defensa de las personas, o de los patrimonios? Y confieso dudar, cuando veo que el delincuente, al que hay que compadecer (como nos enseñó una gran pensadora española), es tratado por el sistema penal poco menos que como una cosa, como un objeto (así en la escena del óleo El garrote vil), reo al que se le dice privar de libertad, por un número de años (como si la vida y la libertad fuesen numerables, o los castigos debieran ser siempre perpetuos).

02 marzo 2009

Claves para la audición de Gustav Mahler

Afronto ahora el reto de exponer algunas ideas, si no nuevas o nunca dichas, sí al menos que he meditado personalmente, sobre el genial músico judío, director de orquesta y compositor, Gustav Mahler (1860-1911).

Cuando está próximo a celebrarse el centenario de su muerte, ya no hay lugar para hacer aspavientos sobre la extravagancia de sus obras. El consenso sobre el valor de su música es general: su discografía es amplísima, si la ponemos en relación con el repertorio breve de sus obras (Mahler murió joven, y se dedicaba a componer en el tiempo libre que le dejaba la dirección orquestal); no hay gran intérprete que no se precie de dirigir sus sinfonías, y cuantas veces se presente en un teatro su Canción de la Tierra, será un acontecimiento.

Debemos pues aceptar pacíficamente que estamos delante de un gran músico, uno de los mayores del siglo XX, y una de las cumbres de la historia musical de occidente. Así que merece la pena que hagamos el esfuerzo de una audición atenta de sus canciones y de sus sinfonías, reflexionando sobre algunas claves ideológicas que nos ayuden a entenderlas mejor.

El gran público, el común de los oyentes, asociará siempre el nombre de Mahler con el trillado Adagietto o cuarto movimiento de su quinta sinfonía. Es la vulgata mahleriana. Sin negar su intensidad lírica, no rara en el conjunto de sus páginas sinfónicas, nos parece que este pasaje no puede proporcionar una imagen suficiente del significado de la música de Mahler en toda su hondura. Es como si pretendiésemos entender El Quijote contentándonos con la lectura de sus primeros ocho capítulos (en que es verdad que se encuentran sus episodios más célebres: la vela de armas en la venta, la aventura de los molinos de viento, la batalla con el vizcaíno...).

Quien sólo conozca de Mahler ese Adagietto no puede hacerse idea de su música, que se sustenta -nos parece- en una visión del mundo caótico, desordenado, compuesto de oposiciones y contradicciones. Así también, como un espejo, parece la música de Mahler, en la medida en que la lógica compositiva le consintió expresar la confusión de lo real. El lirismo de algunas de sus piezas es tan sólo una de las posibles facetas de su música, necesaria pero incompleta para entender su mundo musical (y nuestro propio mundo). De este modo, las otras páginas de sus obras, que algunos calificarían de vulgares o estridentes, también componen el equilibrio de la música mahleriana. Entender su música es oírla compensadamente, como un todo orgánico: su mensaje es holístico.

De Gustav Mahler podría decirse algo semejante al título con que Heidegger calificó a
Friedrich Hölderlin: der Dichter des Dichters, "el poeta de poetas". Por razones análogas al caso de aquel poeta alemán, Mahler ha sido también un músico de músicos. No captaremos en plenitud su mensaje estético sin advertir que en sus obras realiza una constante reflexión sobre la música, en toda su extensión: desde la que se oye en las salas de conciertos, hasta los aires y tonadas de las fiestas de pueblo, los cantos litúrgicos del templo o las marchas militares. No cabe una audición inocente de la música mahleriana, porque demanda del oyente la consciencia de la tradición musical occidental, que él asume y reinterpreta definitivamente. La de Mahler es música de segundo grado.

Hay que oír la música de Gustav Mahler en el momento en que hayamos superado la Novena Sinfonía de Ludwig van Beethoven. Mahler se proyecta desde ese hito de la música coral. Por eso no dudo que la recta audición de la obra de Mahler deba iniciarse con sus canciones o lieder. Toda su música es esencialmente cantable, hasta el caso más manifiesto de su Das Lied von der Erde.

Aunque nos estremezcan muchos pasajes tremendos de sus sinfonías, su música está compuesta siempre a escala humana. Esta afirmación puede parecer de cajón (la música la componen hombres), pero deja de ser evidente cuando volvemos la vista y el oído a la música sacra, que asciende a lo alto. La música de Mahler es terrenal, y nada hay más terreno que la voz humana, que expresa alegría o tristeza. De ahí que la presencia de las voces en su obra no sea accidental, sino que la califica esencialmente. Y ahora ya podríamos avanzar la tesis de que la música mahleriana es por este motivo religiosa, pero no sacral.

Antes de exponer mis ideas sobre la música de Gustav Mahler, parece conveniente recordar el conocido dictum de uno de sus grandes intérpretes, Leonard Bernstein (1918-1990): "Su tiempo ha llegado ya. Sólo después de cincuenta, sesenta, setenta años de holocaustos mundiales, de simultáneo avance de la democracia unido a nuestra creciente impotencia para eliminar las guerras, de magnificación de los nacionalismos y de intensiva resistencia a la igualdad social; sólo después de haber experimentado todo esto, podemos, finalmente, escuchar la música y entender lo que él había soñado ya" ["Mahler: His time has come", High Fidelity, 1967].

Aunque desde mis días de estudiante he estado abonado a la tesis de Arnold Hauser, de que la obra de arte no es exclusivo fruto de la eternidad que hay en nosotros, sino que se relaciona con las condiciones sociales del tiempo y lugar en que fue creada, creo que reducir a Gustav Mahler a profeta de las catástrofes de nuestra época, es empobrecerlo sumamente. Esta lectura puede ser muy pertinente, pero es reduccionista, y más aplicada a un músico. Toda obra musical se encarna en el tiempo, pero surge de un fondo intemporal: el espíritu del hombre músico.

Lo eterno en la obra de música explica el hecho trivial de que en un mismo concierto vespertino se pueda programar, sin aparente solución de continuidad, la ejecución de sonatas para piano de Bach, Mozart, Beethoven y Chopin, por ejemplo. Desde una perspectiva interpretativa "marxista" parecerá un anacronismo hermanar las obras de Bach y Chopin en una misma representación, porque sus contextos sociales y económicos nada tenían que ver. Pero la contemplación estética, la pura audición musical, disuelve esa contradicción y la resuelve en sincronicidad artística. Esta tarde, cualquier tarde, es momento para oír a Bach y a Chopin, reunidos sub specie aeterni.

El arte, habremos de concederlo, expresa los conflictos sociales en que está sumido el artista, pero tan sólo en un nivel superficial. En un plano más hondo, el arte es sobre todo expresión de los gozos y las tristezas del hombre, que son de todo tiempo y lugar: el arte es ecuménico. Y esto es cierto para la música de Mahler, obra de un tiempo porque aparece en un momento concreto de la secuencia de la tradición musical de occidente y de la historia de Europa, pero que posee cualidades eternas cuando medita sobre la vida del hombre sobre la tierra. Sólo aceptando este supuesto podemos esperar que en el porvenir se seguirá oyendo a Mahler en las salas de conciertos, o en los reproductores domésticos de música.

[Continuaremos en el próximo post ofreciendo claves para la audición de Gustav Mahler].