09 enero 2011

Relectura del 'Sofista'

La relectura constante, perseguida, es el signo distintivo de la obra memorable. Una de estas es el diálogo Sofista, del maestro ateniense Platón. Lo he vuelto a leer en ratos de asueto en una edición barateja (8,50 euros, ni ocho cafés), excelente traducción de Francesc Casadesús [Alianza]. Quien prefiera aprovechar los recursos de la red, puede leer no obstante la versión centenaria de Patricio de Azcárate en la página del "Proyecto filosofía en español" [Sofista].

Sobre esta última versión, atentos a lo que se dice de Azcárate: "Son muchos quienes, desde cierta pedantería que sólo en parte puede disculparse por lo anacrónico y descontextualizado de la crítica, desprecian las ediciones de Azcárate, pues ofrecen textos clásicos a partir de otras lenguas modernas y, como es natural, no resisten siempre la crítica filológica actual. Pero las traducciones de Platón, Aristóteles y Leibniz que dispuso don Patricio de Azcárate han sido reeditadas sin cesar durante más de un siglo, y siguen sirviendo de base para la mayor parte de las ediciones que de esos autores circulan de hecho por los países de lengua española" [link].

Unas líneas más arriba he llamado a Platón maestro, y se me ocurre pensar que esta es la mejor definición del fundador de la Academia. Es muy empobrecedor intentar sujetar a Platón con alguna etiqueta (¿Platón, realista, idealista?), y me parece que le haremos más justicia reconociendo que el ateniense, como buen maestro, no pretendía enseñar nada en concreto, sino encaminar a los discípulos por el sendero del pensamiento: esto es el método, el camino [OED]. Cuando vuelvo la vista atrás, y recuerdo a los que fueron mis maestros en la universidad, reconozco en ellos el mismo estilo en conducir las clases. No dictaban apuntes, no daban definiciones, ni clasificaciones, ni esquemas claros; hacían preguntas, pero no las respondían, sino que dejaban que las pensásemos; en suma, eran de los profesores que no daban los temas mascaos. Esta actitud, llámese socrática, provocaba ansiedad en los estudiantes remolones, pero en los inquietos (entre los que me gustaría haberme encontrado) despertaba la sed de estudio y reflexión por propia cuenta. Este no es más que el magisterio de Platón, y el de todos los maestros verdaderos que le han seguido.

Se dice bien que el Sofista es un diálogo, y no un libro sin más... Por lo pronto Platón era enemigo de la letra escrita: porque se enseña y se aprende hablando. Así que el lector bisoño de este diálogo, y de cualquier otro de los suyos, lo primero que debe adoptar es la actitud de oyente, antes que lector, de una conversación, que se ha iniciado con los ritos de salutación, el acuerdo sobre el asunto que se tratará, los turnos de palabra, la forma de guiar la discusión...

El lector común (ese al que Julio Cortázar, en rasgo hoy muy incorrecto, llamaba "lector hembra") trata con los libros de dos modos básicos: o para pasar el rato (como el ganado pasta en el prado), o bien para enterarse de algo (como el que pregunta: ¿se sabe algo?). Para ese tipo de lectores la antigüedad no es un valor, y atienden antes a las novedades: las novelas de Stieg Larsson o de Ken Follet, o los chismes de los que todo el mundo habla. Un escrito como el Sofista, del siglo IV a.C., nos presenta, por el contrario, un discurso que no perece, sobre asuntos inmortales, que son igual aquí y ahora o lo fueron y lo serán en otro tiempo, en Atenas o en cualquier lugar del universo.

Era mi propósito convidar a la lectura del Sofista, pero me estoy dando cuenta de  que, al elevar mi encomio, tal vez esté disuadiendo de asomarse a un libro difícil. Pero esto también es otro socratismo, porque el interlocutor del diálogo (ahí, el personaje del "extranjero de Elea") anima constantemente a no arredrarse y no retroceder, como si fuese un coacher con el deportista que entrena. Mucho hay de espíritu deportivo en la dedicación filosófica: siempre adelante, siempre avanzando, citius, altius, fortius.

Así, hoy el oyente de este diálogo, la primera vez que pase sus páginas, no va a encontrarse con ningún relato seguido, como si estuviese leyendo una novela o un ensayo, sino que, como el que se sienta en el corro de una tertulia, tendrá que esforzarse por ponerse al corriente de lo que se habla, y atender la marcha de la conversación. Los diálogos platónicos son textos singularísimos, muy próximos a la viveza del discurso oral.

Pero una propiedad admirable del diálogo, que en cada página se expresa con suma sencillez y claridad, es que consiente a cada lector entender el asunto a su nivel de comprensión. El Sofista se presenta como una remontada, desde el llano a la cumbre. Cada lector alcanzará, como en el montañismo, el nivel que le permitan sus fuerzas. Al comienzo, dando traspiés, lo mismo que quien aprende a conducir, que al principio va agarrado al volante y con marcha lenta, pero recorriendo kilómetros adquiere soltura.

Por eso es impertinente preguntar de qué va este diálogo, aunque en sus páginas ya se sugiere que trata "de todo lo que hay": lo que es, sin más, el asunto de la filosofía. No hay otro diálogo platónico, como el Sofista, que dé noticia en tan pocas páginas de la discusión venidera del pensamiento occidental. En el pensamiento no hay progreso, porque la verdad (el gran asunto del diálogo) no es progresiva, aunque el aprendizaje, como el hecho mismo de dialogar, sí lo sea.

Voy a terminar refiriéndome a un pasaje del diálogo (Sofista 265c-d) que, no tanto por lo que enuncia, sino por el modo de presentar una tesis insegura (si todo ha sido creado por un dios, o es el resultado del azar) ilustra muy bien el sentido y comprensibilidad de los diálogos platónicos, donde nada se afirma con certeza, sino que se confía a la reflexión del oyente (y tal vez, a la discusión posterior en las aulas de la Academia). Léase, en la traducción de Azcárate:

"EXTRANJERO. Todos los seres vivos, que son mortales; todas las plantas, ya procedan de semillas ó de raices; todos los cuerpos inanimados, contenidos en las entrañas de la tierra, sean fusibles ó nó; ¿ha sido otro poder, otra acción que la de un Dios, la que ha hecho que, no existiendo antes todas estas cosas, hayan comenzado á existir? ¿O bien es preciso adoptar la creencia y el lenguaje del vulgo?
TEETETES. ¿Qué lenguaje y qué creencias son esos?
EXTRANJERO. La de que es la naturaleza la que engendra todo esto por una causa mecánica, que no dirige el pensamiento. ¿O quizá la causa universal está dotada de razón y de una ciencia divina, cuyo principio es Dios?
TEETETES. Yo, sin duda á causa de mi poca edad, he pasado muchas veces de una de estas opiniones á la otra. Pero hoy, por el respeto que me mereces, y porque sospecho que según tú todas estas cosas son la obra de un Dios, me inclino á creerte.
EXTRANJERO. Muy bien, Teetetes. Si te creyéramos capaz, como a muchos otros, de mudar algún dia de opinión, hariamos hoy los mayores esfuerzos para traerte á nuestro partido por el razonamiento y la fuerza de la persuasión. Pero yo sé que tu índole te arrastra sin nuestro auxilio hacia estas creencias; y así paso adelante, porque seria perder el tiempo en discursos inútiles..."

Véase que en nuestros días, el físico británico Stephen Hawking, abogando por la aparición casual y azarosa del universo, y descartando la intervención de un dios creador, no ha avanzado nada respecto de lo que ya discutían esos antiguos griegos hace veinticuatro siglos.

4 comentarios:

  1. Hola. Soy uno que "brujuleando", se ha encontrado con este interesante y sugestivo blog, y como veo que "pilotas" acerca de filosofía, tengo en mi casa los diálogos de Platón de la editorial Gredos. Confieso, a mi pesar, que nunca los he leido de principio a fin, solo algunos fragmentos y como consulta (en mis "ratos libres" estudio filosofia... aunque ahora con Bolonia...), pero eso si, no los leí por falta de ganas o entendederas, sino sobre todo por falta de tiempo. El hecho es que si es posible, y si no te importa responderme, me gustaría saber si conoces esta edición, y si es así, que opinas de ella. Perdona la intromisión, y también eso de entrar bajo forma anónima, pero a riesgo de que me consideren un analfabeto, no controlo demasiado esto de los entresijos de blog, cuentas, identidades y demás. Por cierto, adivino entre tus comentarios que eres más proplatónico. Yo me delato más cercano a Aristóteles (aunque solo sea por eso de que pobre del discípulo que no aventaje a su maestro). Un saludo.

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  2. Gracias por tu comentario. Respuestas breves:

    1. La edición de Gredos es la de referencia, en lengua española (la introducción general, es de Emilio Lledó). Aunque puedes comprobar que en España podemos presumir de múltiples traducciones de unos mismo diálogos (como este del Sofista, en nueva traducción publicada en Alianza Editorial).

    2. No creo que puedan oponerse Aristóteles y Platón. De hecho, hay quien dice que para entender a Platón, hay que comenzar por Aristóteles (este hace explícito, lo que aquel contiene implícito). No puede ser de otra forma, siendo maestro y discípulo.

    3. Y aunque no me lo preguntas, también añadiría que para entender a San Agustín y Santo Tomás, habría que comenzar por sus precursores griegos.

    Saludos.

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  3. Muy reveladora entrada, Joaquín. Me recuerdas que tengo aún una deuda de lectura con varias obras platónicas. El género dialogal fue recuperado en el Renacimiento para ilustrar las más diversas cuestiones, pero desapareció casi totalmente en nuestra modernidad especializada y cuadriculada, y no sé si tendría algún sentido en la postmodernidad relativista y de consignas, que parece no creer en el poder de la palabra, aunque confunda verdad y opinión.
    Saludos.

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  4. Gracias, José Miguel. Este diálogo tiene acción interior, esto es del razonamiento (muy alejada, por ejemplo, del dramatismo externo, incluso con voces y llantos, del Fedón). Poco placentero, desde un punto de vista literario, pero sí muy gratificante en lo intelectual.

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