12 agosto 2011

La primera novela negra española

Este verano he regresado a La Celestina, uno de esos textos excelentes que componen la impedimenta literaria clásica en nuestra lengua. Un clásico es una obra de perspectivas inagotables, que provoca al lector ideas nuevas a cada lectura, y la Tragicomedia es un clásico vivo (este año la representa con éxito la actriz española Gemma Cuervo). Si los ingleses se distraen con la shakespearean question [wiki], los hispánicos no les vamos a la zaga, y también le damos vueltas a la intrigante autoría de la Comedia de Calisto y Melibea (sobre esto sostengo la humilde opinión, contra la tesis dominante, de que Fernando de Rojas es el único autor, aunque esto sólo sea una corazonada).

Reflexionando al concluir la lectura de La Celestina, he caído en la cuenta de que puede entenderse como la primera novela negra española, lo que me explica su irresistible atractivo. El cine negro, que es mi género favorito, se ostenta en películas como The lady from Shanghai (1947), The third man (1949), Touch of evil (1958) y F for Fake (1974), ¡las cuatro de Orson Wells! A su lado, leer La Celestina (o presenciar su representación), es una experiencia que contiene todos los rasgos noir: el crimen urbano, el sexo, el dinero y el poder, los hampones, la crueldad, el cinismo, y las experiencias ambiguas u oníricas (la brujería de la puta vieja es el elemento más comentado).

Para ser honesto, revolviendo en internet me he topado con que esta idea, una Celestina de la serie negra, ya ha sido probada en la práctica por un profesor salmantino, Luís García Jambrina, que incluso ha hecho de Fernando de Rojas un ficticio protodetective de la Salamanca de hace cinco siglos en una novela, El manuscrito de piedra (2008) [reseña], que en vista del éxito de ventas ha tenido continuación. Compartir intuiciones es una manera de confirmar su solidez. El clímax de la Comedia, que es el homicidio de Celestina (en el doceno auto), para mí que tiene el inconfundible aire de familia del género noir, como las escenas violentas de The Killing (Stanley Kubrick, 1956), con la única diferencia de que si en nuestro tiempo los gansters matan a quemarropa, en los días de Rojas los rufianes lo hacían a espada.

Aunque es muy larga, la Tragicomedia se representa en los teatros porque tiene virtudes dramáticas que la hacen representable (los personajes hablan y actúan con naturalidad, y se comunican no sólo con la conversación, sino con los gestos y los ademanes, que el lector se imagina mientras lee, porque se lo sugieren los mismos diálogos). Pero esto es un malentendido, me parece. Sobre todo, La Celestina es una experiencia letrada, destinada a la lectura silenciosa en solitario, o de viva voz en círculo. Es un síntoma que cuando se representa en los teatros, sea adaptada, libre de cultismos y fraseología, que es tanto como mutilar una dimensión fundamental de la obra, dejándola en los desnudos hechos, actos y pasiones.

En su última razón, la Tragicomedia es el relato negro de un crimen, cuya crudeza y verdad sólo podía ser obra de un jurista, un hombre de leyes, Fernando de Rojas, que nos imaginamos que por oficio conocería bien los bajos fondos salmantinos (aquí da en el blanco García Jambrina), y que presenciaría en la plaza pública algún ajusticiamiento como el de los infelices Sempronio y Pármeno, o descubriría en las calles de la ciudad más de un joven descalabrado como el desdichado Calisto ["¡Oh mi señor y mi bien muerto, oh mi señor despeñado! ¡Oh triste muerte sin confesión! Coge, Sosia, esos sesos de esos cantos; júntalos con la cabeza del desdichado amo nuestro. ¡Oh día aciago; oh arrebatado fin!"].

Pero La Celestina es algo más y algo distinto que eso. Las historias morbosas satisfacen la curiosidad y el rijo, pero no procuran un disfrute literario. La pantalla retórica del texto de la Tragicomedia, que a algunos enoja, cumple precisamente la función de distanciamiento estético literario (como no es lo mismo ver a un mendigo en la calle, que contemplar las pinturas de mendigos de Bartolomé Esteban Murillo). Así que díré que La Celestina, a mi juicio, es una obra de arte de las letras, porque filtra la realidad cruda a través del velo de las bellas palabras, lo mismo que hacen el teatro o el cine con sus formas peculiares de expresión.

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