18 septiembre 2011

Gigante


La película Gigante (George Stevens, 1956), además de ser obra célebre del séptimo arte, debe figurar en cualquier lista de cinematografía de asunto económico. No hay película en que la economía esté ausente, porque el problema fundamental de esta ciencia, que es la elección de medios y fines, es definitorio de la vida práctica, la de todos los días. En Gigante, los negocios (el ganadero y del petróleo de Texas), y los conflictos sociales (de la población nativa mexicana, y de las mujeres) son temas que saltan al primer plano. Pero no nos interesa esta película tanto por lo que podamos aprender de economía, sino sobre todo porque nos ilustra sobre la condición humana, que en buena parte también es práctica o económica.

El primer episodio de Gigante es definitorio. Es el trato de compra de un caballo de pura raza, que ha llevado a un ganadero texano, Jordan Benedict (Rock Hudson), a viajar a la finca de un médico terrateniente del Estado de Maryland. El gracioso contraste de los personajes sirve para exponer la contienda entre los territorios de un país inmenso y diverso (e pluribus unum). Y aquí se explica el sentido de lo gigante, que en el comienzo son los descomunales fundos texanos, y que al final se nos revela que simboliza la grandeza moral de los hombres y mujeres de Texas.

La definición de gigante del diccionario ("persona que destaca extraordinariamente en una actividad o posee una cualidad en grado muy elevado") conviene a Jordan Benedict antes que a ningún otro personaje de la película, de una gran talla moral que demuestra en la intensa y emocionante escena de la pelea a puñetazos en una venta de carretera, con el fondo de la canción patriótica "The Yellow Rose of Texas". La moraleja de la historia es que lo ambicionable no es el triunfo a cualquier precio, sino la derrota digna, en especial si viene por defender a los más débiles: cum enim infirmor, tunc potens sum (2 Cor 12,10). Todo un tratado de espíritu texano. Y esto nos lleva a preguntarnos si Gigante no será en el fondo un canto al hombre de negocios virtuoso, impasible al éxito o fracaso de sus empresas. A mí me parece que sí.

Si Jordan (Rock Hudson) es el héroe de Gigante, su antagonista evidente es Jett Rink (James Dean), un ranchero pobre resentido con los propietarios, y que por un golpe de fortuna se hace rico de la nada. La escena en que Jett rechaza un trato sobre el legado recibido en testamento, y en la que cuenta los pasos de la linde del terreno, son episodios cumbres de la película. Jett es un empresario con iniciativa (en sus ratos libres estudia a hablar bien), y tiene tanto éxito que sus pozos de petróleo y sus camiones cisterna le comerán el terreno a la ganadería de su antiguo rival. Pero no es virtuoso, como enseña la otra escena de lucha, en la bodega del hotel.

El antagonismo entre Benedict y Jett Rink dramatiza el contraste maniqueo entre virtud moral y éxito económico, que se distancia sorprendentemente de la ética protestante y el espíritu del capitalismo. Podríamos especular sobre si esta minusvaloración de la riqueza capitalista se debe al fondo judeocristiano de la narración (la autora de la novela original Giant, Edna Ferber, era hija de un comerciante judío de origen húngaro). Caigamos en la cuenta de que la segunda moraleja de la historia es que no son la religión ni la virtud los factores que conducen al éxito económico, sino la fortuna y las oportunidades de negocio (un calvinista sostendría por el contrario que la prosperidad económica es signo de predestinación).

Gigante representa en un círculo familiar los cambios dramáticos en la economía y sociedad de Texas del último siglo, y sus efectos en la moral y costumbres. Apela a los sentimientos para hacernos creer que la virtud se encuentra en la grandeza de espíritu de los antiguos rancheros texanos, y no en la prosperidad del negocio del petróleo. Pero las cosas no son tan sencillas y se resisten a la simplicidad de las fábulas. En la realidad económica de Texas la confusión de intereses debió generar nuevas formas de riqueza, nuevos tipos de hombres de negocios, y desde luego nuevos estilos morales. Esta confusión es manifiesta en la película, cuando Benedict acaba por ceder a Jett la explotación del subsuelo de su rancho. El posible mensaje oculto del film es la necesidad de legitimación y rearme moral de la clase poderosa texana en tiempos de cambios profundos.

La sucesión de tipos morales se hace visible en la película en una tríada de mujeres: Luz Benedict, la hermana de Jordan, que encarna los valores rancheros tradicionales, identificada por completo con la tierra, y en el otro extremo, Juana Villalobos, una mexicana nativa, que acaba casándose con el hijo déclassé de los Benedict, y que sufre segregación racial (como la de no ser atendida en la peluquería). En el centro, como elemento catalítico, Leslie (Elizabeth Taylor), el personaje que viene del Este del país para alterar las viejas costumbres (como la de que sólo los hombres traten de política). Las mujeres de la película sugieren una pregunta irresuelta: ¿quién es el dueño de la tierra texana?, en una crisis histórica en que ya se duda de si es más importante el capital raíz (Benedict) o el capital financiero (Jett Rink).

Uno de los episodios más conmovedores de la película, el regreso de la guerra del cadáver del joven mexicano Ángel Obregón, resume la conflictiva situación de las masas obreras nativas. En la ceremonia de sepultura, los afligidos padres reciben de un soldado americano el homenaje de la bandera del país (las barras y estrellas), pero el patrón Benedict, en segundo plano, les entrega también su preciada bandera de la estrella solitaria (lone star flag). El mensaje evidente de la película es que Texas pertenece también a los mexicanos nativos. Pero una lectura escéptica conduce a creer precisamente lo contrario de lo que tan enfáticamente se nos propone: que los nativos mexicanos fueron las masas expoliadas de su tierra. Curiosamente, es la misma tesis que sostiene explícitamente el malo de la película, Jett Rink, cuando se encuentra por primera vez con Leslie Benedict.

La película se presta así a una interpretación materialista. Cualquiera que sea la resolución del conflicto secular entre nativos y colonos, lo manifiesto es que el relato de la película está narrado desde la perspectiva del hombre blanco (Non-Hispanic White). Los nativos se sitúan siempre en el umbral, y son los extraños de la historia (véase la escena de los regalos de Navidad), y los subalternos del negocio. Nada sabemos de sus sentimientos y aflicciones, sino por lo que ven y oyen los hombres blancos que tratan con ellos, nunca de primera mano. Inevitablemente, nos hallamos ante una película tendenciosa y sesgada por principio, situada en la banda de los intereses de la clase poderosa. Aunque de manera inopinada, Gigante es de ese modo también un fiel reflejo de la situación sojuzgada de las masas proletarias de Texas. Por eso debemos valorarla como una gran película.

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