26 septiembre 2011

Folclore y realidad del demonio


Sí, el demonio existe, aunque no hay que tomarlo muy en serio. La semana pasada fue demoníaca. Asistí a una conferencia de Salvador Bofarull, que presentaba en Sevilla su libro Demonios, en plan castizo, artístico, literario y folclórico, con mucho sentido del humor [aquí]. Después, el domingo por la tarde vi en el canal Intereconomía TV, en el programa del petardo de Juan Manuel de Prada [petardo, da (del fr. pétard). 1. m. y f. despect. coloq. Persona o cosa pesada, aburrida o fastidiosa, DRAE], la risible película de Jacques Tourneur La noche del demonio (1957), aunque tenga escenas inquietantes.

Luego de terminar la película llegó un coloquio, a saber, entre un psiquiatra de la Complutense, un buen dominico (exorcista de la archidiócesis de Barcelona), y otros dos más previsibles, el P. Sayés, que dio el palo a la salida [palo (del lat. palus).12. m. coloq. Daño o perjuicio, DRAE], al sugerir que un endemoniado puede hablar en árabe (lengua tan santa como pueda serlo el latín o cualquier otra), y el P. Fortea, relamido como un gato [relamido, da. 1. adj. Afectado, demasiado pulcro, DRAE], que anda presumiendo de demonólogo, pero que no es exorcista ex officio que se sepa, ni él lo aclara. Prada no dejaba hablar, y se mostraba muy preocupado ¡porque los curas no prediquen de los demonios en los púlpitos!

La película más escalofriante que recuerdo de demonios es Angel Heart (Alan Parker, 1987), con Robert De Niro, un espantable Lucífer, y Micky Rourke, el detective que ha hecho un pacto con el diablo. Me parece tan repulsiva que espero no volverla a ver, como sí hago con las que me gustan (Lawrence de Arabia, o El tercer hombre, aunque tengan algo también de demoníacas), pero vale, como tantos otros testimonios de las artes y las letras, para señalarnos la presencia del "nemico numero uno, il tentatore per eccellenza... questo Essere oscuro e conturbante esiste davvero, e con proditoria astuzia agisce ancora; è il nemico occulto che semina errori e sventure nella storia umana" [Pablo VI].

La crisis, la pobreza y las guerras, que someten a la humanidad al hambre y a las enfermedades, son demoníacas porque parecen escapar a nuestro dominio. Yo sí descubro en la historia del mundo una inteligencia pervertida y pervertidora, sea como sea. Pero no pienso que hayamos de abatirnos por eso. Tan malo es negar al diablo [«La plus belle des ruses du diable est de vous persuader qu'il n'existe pas», Ch. Baudelaire], como insistir en su aparente imperio sobre las cosas y procesos mundanos.

Decía Pablo: Si Deus pro nobis, quis contra nos? (Rm 8,31). Quien cree en Dios, nada debe temer. Me parece por eso que el temor a los demonios es signo de impiedad. Si diésemos mucho crédito al poder de los demonios, pasaríamos por alto la maldad que procede de los mismos hombres [de corde enim exeunt cogitationes malae, Mt 15,19]. Por eso no es cristiano predicar sobre el demonio (como le gustaría a Prada), y eso es justo lo que hoy no hace la iglesia.
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4 comentarios:

  1. Quizás esa predicación sobre el demonio actuaría en descargo de la conciencia de la responsabilidad de nuestros actos, de nuestro libre albedrío, lo cual resultaría muy postmoderno, como la pedagogía que ha buscado descargar a los alumnos de su responsabilidad ante el estudio, y descargarla en el entorno (léase, profesores).
    Un muy cordial saludo.

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  2. Has dado en la diana, José Miguel.

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  3. Es cierto que los sacerdotes no hablan ahora del demonio. Escuché a Kiko Argüello nombrarlo en el último acto de la Jornadas de la Juventud y a mi mismo me chocó, creo que él lo llamaba el maligno. Suena antiguo, suena carca. Pensé que algunos obispos que estaban allí no aprobarían ese modo de predicar.

    Parece lógico que no haya que hablar más del demonio que de Dios pero los propios evangelios hablan del demonio que tienta a Jesús.

    No entiendo por qué hoy en día (como si fuera una cosa anticuada) hubiera que guardar silencio sobre él.

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  4. La idea que propongo es, que cuanto más tiempo dediquemos a este personaje, menos tiempo dedicaremos a otros asuntos preferentes. Es su gran jugada, también.

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