21 octubre 2011

Notas de un asilo diplomático (1936-1939)


Una gran noticia de libros, un verdadero acontecimiento, es la publicación del manuscrito que los editores (los historiadores Enrique Aguilar, de la universidad de Córdoba, y Julio Ponce, de la de Sevilla) han rotulado con el título de Memorias de una guerra, de José Cruz Conde, o Notas de un asilo diplomático (1936-1939), que permanecían inéditas.

Cruz Conde, distinguido militar artillero, fue mano derecha del general Primo de Rivera, y desempeñó entre otros honores la alcaldía de Córdoba, y de ahí en trampolín la comisaría regia de la Exposición Iberoamericana de Sevilla [cordobapedia]. Cuando he ido a buscar una imagen a propósito, me he parado en la que parece menos obvia, la del espléndido lienzo de Alfonso Grosso, expuesto en el Alcázar de Sevilla, que capta la escena de la inauguración de la Exposición de 1929, en que el pobre comisario José Cruz Conde aparece también, en el ostracismo (es la cabecita de la izquierda, que se asoma justo debajo del penacho, observándonos desde lejos) [flickr].

Acosado por los envidiosos (el gran pecado nacional de los españoles) Cruz Conde se retiró de la milicia y de la política en Madrid. Era aliado político de Calvo Sotelo, y en el año 36 estuvo en un tris de correr su misma suerte. Cuando se declaró la rebelión militar, corrió a refugiarse en casas particulares, y terminó por asilarse sucesivamente en las embajadas del Perú, la Argentina y la República Dominicana, donde se distrajo escribiendo este diario. Falleció de muerte natural el primero de febrero de 1939 (dos meses antes de la toma de Madrid) en el hospital de pabellón francés de la calle López de Hoyos, 4, al que fue conducido bajo amparo del diplomático chileno Morla Lynch.

El libro lleva un salado prólogo del sobrino nieto, Fernando Cruz Conde, hoy arcediano de la catedral de Córdoba, donde dice que "en este diario, escrito no para la galería sino para su familia, José Cruz Conde desnuda su alma y deja ver sus más arraigados y verdaderos sentimientos". Así es, porque lo de menos en estas notas son las vicisitudes de la guerra en el Madrid rojo y sitiado, o las opiniones sobre la situación política, sino la vida pendiente de un hilo de un refugiado. La primera anotación del diario, en la embajada del Perú, es de 19 de agosto de 1936, y comienza con estas palabras:

"Llevo cuatro días en esta Legación. Después de los seis siguientes a la catástrofe, pasados casi sin contacto con nadie con quien hablar, con el alma abierta y en un constante y continuo peligro de morir asesinado como tantos otros. Estos días de relativa seguridad personal y de conversaciones con Osma [el embajador], han equilibrado un poco mi espíritu, y quiero aprovechar mi obligada soledad y aislamiento para reconstituir un poco mi azarosa vida en estos trágicos e inolvidables días...".

Hay que dar la enhorabuena a la editorial Almuzara, de Córdoba, por esta espléndida edición. Una congratulación a la que no me lleva ningún otro interés más que el amor a los libros, porque los libros son testimonio del espíritu humano. Pues lo diré con las palabras inmortales de don Antonio Machado: Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito. / A mi trabajo acudo, con mi dinero pago / el traje que me cubre y la mansión que habito, / el pan que me alimenta y el lecho en donde yago...

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6 comentarios:

  1. Muy buena noticia, desde luego, aunque todavía no he visto el libro en las estanterías ni he encontrado reseña alguna en la red.
    Como bien dices, la pasión y muerte de Cruz Conde en plena guerra la detalla Morla Lynch en sus Diarios y la cita Morla Vicuña en los suyos, ambos publicados por Renacimiento.


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  2. Pues debe ser que he madrugado. El libro físico lo tengo en mi poder, estaba ayer en venta en la Casa del Libro de Sevilla. Pero debe ser un libro fantasma. No aparece ni en el ISBN, ni en la web de la editorial, aunque sí ya en las librerías de internet.

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  3. By the way, la cordobapedia, me parece, registra erróneamente los apellidos de José Cruz Conde. Fustegueras era el segundo apellido del padre, no de nuestro José Cruz Conde. Más tarde la familia quiso unir ambos apellidos, para guardar memoria del prócer. A reseñar que no tiene calle en Sevilla (acabó disgustado con los sevillanos), como sí la tiene el personaje que le relevó en la comisaria regia de la exposición iberoamericana, Carlos Cañal (donde está el convento de San Buenaventura, y el primitivo horno...).

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  4. Ya lo tengo ! En la Casa del Libro matritense ha sido.
    Definitivamente, la toponimia es un arte caprichoso.


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  5. No dirás que no es un buen libro...

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  6. Interesante. Los diarios, dietarios y/o memorias de guerra son muchas veces más esclarecedores que los libros de historia.



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