03 marzo 2012

Humor soviético


Dudo que exista cosa tal como un humor soviético, puesto que la experiencia de los soviets, y en general de cualquier activismo político, tiende a una agria severidad reñida con la chanza. Tampoco sé si existe eso del alma eslava, generalización de los psicodramas de las novelas rusas. Identificar al ruso con los personajes de Dostoievski o Tolstoi, es como pretender medir al pueblo inglés con Dickens, o a los madrileños con Fortunata y Jacinta, aunque sean buenas aproximaciones del tono vital de estos paises.

A lo que me refiero es que la Rusia soviética ha sido fuente de humor inagotable en occidente, del que el primer testimonio conocido es la Ninotchka (1939) de E. Lubitsch. La virtud de esta comedia soviética es que nos hace reír el contraste del mundo soviético, según nos lo imaginamos exageradamente a distancia, poblado de ceñudos comisarios del pueblo, con las actitudes de la gente común y corriente, humilde y sencilla, con sus flaquezas humanas, que a toda costa y en medio de la adversidad, no renuncia ni a la alegría ni a la esperanza (para mí, la mejor escena de Ninotchka es la de la fotografía, en que al final los amigos se reúnen en la lúgubre habitación compartida de Moscú, para recordar los días pasados en París).

Mientras tecleo, me viene a la mente ejemplos archisabidos que mi generación ha visto por la tele, como es la muy risible Última noche de Boris Grushenko (Love and Death, 1975) de Woody Allen; One, two, three (Billy Wilder, 1961), claramente inspirada en aquella de Lubitsch; o la más reciente y celebrada Good bye, Lenin! (2003). En otra ocasión me he referido a la simpática comedia francesa Le Concert (Radu Mihăileanu, 2009) [aquí], que he vuelto a ver en DVD con menos entusiasmo, porque aunque tenga golpes de humor brillantes, y una galería de personajes irrepetible (el ridículo comisario político jubilado es de antología), me parece una película desigual, porque falla en combinar el jewish humour [wiki] con una plúmbea trama romántica a la que parece ser muy dado el cine francés, que no soporto.

En otro contexto, el nazismo (idéntico en sustancia a los soviets), La vita è bella (1997) de Roberto Benigni es ya un film clásico, en que se opone el humor como ultima ratio frente a la tiranía y la esclavitud. Me gusta pensar que el humor cervantino es una variante excelsa de este filón humorístico en que la risa es la defensa de la humanidad. Miguel de Cervantes, quien aprendió a tener "paciencia en las adversidades", no cesó de hacer chistes hasta sus últimos días en esta tierra, viejo y enfermo.

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2 comentarios:

  1. ¿Humor soviético en La última noche de Boris Grushenko?
    Por lo que recuerdo, se reía de la literatura rusa del XIX, más que nada... y de rebote de cierta la inteligentzia occidental de la época en la que fue rodada (mediados de los 70).

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  2. Sí, sí, Jaime, es correcto lo que dices. Esa película de W. Allen la he traído a colación para ilustrar la supuesta alma eslava que se desprendería de la novelística rusa, a que me refiero en el primer párrafo. Allen se ríe (y nosotros con él) de las pesadas meditaciones existenciales que hacen los personajes de esas novelas (hay una escena graciosísima de Diane Keaton, haciéndose esas "pajas mentales" sobre el sentido de la vida, el amor y la muerte...). El humor de Allen, Lubitsch, etc., tiende a más al amor a la vida, a la alegría de vivir.

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