01 febrero 2016

Leo Strauss, R.G. Collingwood

La otra noche, volviendo a casa, me tropecé en la plaza Nueva con Enrique Baltanás. Intercambiamos impresiones sobre lo que escribíamos y dejábamos de escribir en nuestros blogs. Le dije que echaba de menos los comentarios agudos de su blog, Al margen de los días [aquí], y Baltanás, en cambio, veía que yo no paraba de publicar, y me observó que en mi última entrada, "Empiezo el año con Leo Strauss" [esta], había dejado en el aire comentar a un autor, que no se le venía a la cabeza... No caí en ese momento, pero no podía ser otro que Leo Strauss, con el que yo decía "empezar el año".

Bueno, pues ya ha llegado el momento de comentar lo que sea, acogiéndome al refrán de que "algo tendrá el agua cuando la bendicen", porque Leo Strauss [Stanford] tiene renombre universal, al menos en el medio académico. Muchos de sus libros están traducidos, por ejemplo La ciudad y el hombre (The City and Man, 1964) [Katz]. En castellano tenemos el privilegio de contar con el libro introductorio Erotismo y prudencia. Biografía intelectual de Leo Strauss (2012), del profesor Gregorio Luri [Encuentro], que leí con ansia viva. El título de Erotismo y prudencia puede despistar a los lectores vulgares (alguna librería lo cataloga como de "sexualidad"), porque el eros, en sentido filosófico, se refiere a esa propensión de todas las cosas a mantenerse cohesionadas, sea el mismo universo, o la comunidad política, pero también, desde luego, a una escala familiar, lo que une a las parejas que se enamoran. Es un concepto político mayor de los filósofos griegos.

Uno podría pensar que la moda de Leo Strauss respondería a una de esas típicas confabulaciones académicas de un discipulado deseoso de promocionar al maestro, y de paso darle bombo a su escuela. Puede ser. Strauss fue un profesor de filosofía política, ni más ni menos. Su obra se compone de un conjunto disperso de monografías, un montón de artículos recogidos en libros (como el póstumo, los Estudios de filosofía política platónica [Amorrortu]), conferencias (como la serie que impartió en la Universidad Hebrea de Jerusalén, What is political philosophy? [Alianza]), y transcripciones de sus clases, incluso grabadas en audio. No sabe uno por dónde hincarle el diente, aunque sospecho que por cualquier punto será bueno. Pero cuando me dispongo a leer uno de sus artículos sobre Aristóteles, o de ese aristóteles hebreo que fue Maimonides, enseguida debo dejarlo, al darme cuenta que lo primero y necesario que demanda Strauss es leer y conocer a los clásicos (sea Platón, Maimonides, Spinoza), no leerlo a él mismo. Yo entonces veo a Strauss como lo que era, un maestro, no un autor.

Como pensador (si es que pensaba algo) Leo Strauss me parece muy afín, en su hermetismo, al mismo Platón. Tampoco sabemos bien qué pensaba Platón, porque seguramente esa necesidad de "pensar algo" sea lo de menos. Si hubiera de caracterizar a Strauss, aludiría a su doble herencia helenística y hebrea. Como griego, Leo Strauss se parece mucho a Aristóteles, que era ante todo un maestro (scholar), no un filósofo. Alguien podría explicar que la andadura de los textos straussianos se parece a los textos esotéricos de Aristóteles: será porque ambos explicaban a círculos selectos, esto es sus alumnos. En cuanto a la herencia hebrea de Strauss, me parece muy evidente. La extrañeza que nos provoca los textos de Strauss obedece a que no estamos familiarizados con ese estilo hebreo de pensar, que es ante todo hermenéutico: pensar para un hebreo es leer. Por eso he llegado a la conclusión de que lo urgente no es leer a Leo Strauss, sino a Aristóteles, y remontarse a las fuentes de los antiguos maestros antes que al último autor de moda. Y con eso no niego brillantez a los textos de Strauss, que de momento, y salvo evidencia en contrario, yo situaría entre la honrosa literatura secundaria.

Y ahora tengo que explicar el por qué de R.G. Collingwood en el título. Es un azar de lectura. Sigo con la Política de Aristóteles, atascado en el libro IV, y habiendo intercalado una de esas conferencias de Leo Strauss, la interrumpí con impaciencia, para arremeter con la lectura de Idea de la naturaleza, de R.G. Collingwood, que llevaba años esperándome. Ha sido una decisión acertada. También es obra de un profesor en Oxford. En su origen eran los apuntes con que dictó unos cursos, que su discípulo T. Knox editó como libro póstumo en 1945. Lo ha traducido Eugenio Imaz [EcuRed]. A mí me parece, sencillamente, una pequeña obra maestra. Es un elegante recorrido conceptual por la inmensa historia de la filosofía occidental, desde los antiguos jonios y pitagóricos, hasta los contemporáneos Bergson, A.N. Whitehead y S. Alexander. Dos ideas se me ocurren, para comentarlo. La primera, que quien comprende la naturaleza, comprende el mundo, todo lo que hay. Parece una platitud, pero no. Si queremos comprender la política, hay que comprender la naturaleza, el mundo. La otra idea es que las visiones o maneras de entender la naturaleza, que son históricas (idea clave en Collingwood), se cierran en círculo. Whitehead regresa al pitagorismo, al platonismo de los objetos eternos, al organicismo aristotélico. Los modernos (Galileo, Descartes, Kant) no han sido más que un paréntesis de esa visión profunda del Todo, que poseyeron los antiguos griegos, de los que somos herederos.

Para terminar, tendría que comentar esta sorprendente asociación de Leo Strauss y R.G. Collingwood, a la que me ha llevado los azares de la lectura. Fueron estrictos coetáneos, y de hecho coincidieron en Oxford en los años 30 del siglo pasado, sin que sepa si llegaron a conocerse. Es muy llamativo que Strauss publicara en 1952 una reseña de un libro principal de Collingwood, póstumo, The Idea of History, "On Collingwood's Philosophy of History" [jstor]. Y es que algunas de las ideas de Collingwood, al que debía conocer bien, flotaban en la cabeza de Strauss. Cuando he regresado a las páginas de su conferencia sobre "¿Qué es filosofía política?", he advertido que rechaza, para comprender la política, tanto el historicismo como la idea de la naturaleza. Este es un interesante debate, sobre el que no puedo continuar. Lo dejo a la prudencia de los lectores para que, leyendo, decidan por sí mismos esta apasionante cuestión.

Sobre R.G. Collingwood, puede leerse esta reseña: [NotreDame]