08 mayo 2017

Mi última visita al Museo del Prado

La primera vez que visité el Museo del Prado era chico, tenía siete años. Iba con mis padres y mi hermano. No tengo ningún recuerdo especial, tal vez el de ver el gran cuadro de Las Lanzas, o la impresión tremebunda que me produjeron las salas de Goya, tanta como (esto sí lo recuerdo mejor) la escena horrorosa de la cogida del torero Manuel Granero, en el Museo de Cera. Mi última visita al Museo del Prado ha sido esta noche. Yo iba en la comitiva del presidente Rajoy y la canciller Ángela Merkel. El pretexto era ver el retrato de una menina de Velázquez. Pero yo no vi nada. Entré en un largo vestíbulo, como el de la terminal T4 del aeropuerto, y empecé a recorrer pasillos y subir y bajar escaleras mecánicas como en el metro. Me perdí, no conocía a nadie. Toda la gente hablaba y hablaba, y me pasaba de largo sin mirarme. Entonces me desperté y regresé de esta última visita onírica al museo. Eran las cinco de la mañana y estuve un rato apuntando los detalles del sueño.

No me gustan los museos, aunque mi ciudad, Sevilla, tiene algunos excelentes, que procuro visitar cada temporada: el Arqueológico, en la plaza de América (la "plaza de las palomas", le decimos nosotros), que ocupa un pabellón renacentista de la Exposición Universal del 29; o el Museo de Bellas Artes (en la plaza del Museo, al final de la calle Alfonso XII), antiguo convento de la Merced. Guardo un recuerdo imborrable de la visita escolar a la Torre de Don Fadrique, en la calle Santa Clara. Éramos niños y teníamos el arrojo de encaramarnos incluso por aquella escala de madera que alcanzaba a lo alto de la Torre, y que he visto que aún se conserva...


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