Algunos clérigos de la intelligentsia católica han vuelto a la carga, y por medio de su inquisición de andar por casa se muestran ansiosos de entrullar a otro teólogo hispánico y colgar su cabeza en la sala de trofeos de la Conferencia Episcopal Española. Ya lo intentaron con José Antonio Pagola, y ahora, según leemos en Atrio, andan a la caza del sacerdote y notable teólogo, profesor en la Universidad de Santiago, Andrés Torres Queiruga.
Esta noticia me ha enfadado, porque es signo de oscurantismo perseguir a la gente por sus ideas, cuando son serias y meditadas y no causan daño; y en especial, entre teólogos, porque estas persecuciones provocan la inevitable sospecha de abuso de potestad movido por envidias y politiqueo de sacristía.
Mejor sería que se mirase si no se está confundiendo la defensa de la fe con la promoción sibilina de alguna ideología teológica particular. Santo Tomás de Aquino nada sabía de ideologías, que es una noción moderna, sino que su dialéctica giraba en torno a la verdad y el error. En estos tiempos postmodernos, en que vuelve a campear el escepticismo, y en la noche oscura de las creencias se quiere hacer pasar por verdadero cualquier discurso dogmático, debiéramos intentar una crítica de la fe pura, quiero decir purificada de inclinaciones ideológicas (de derechas o de izquierdas) y liberada de intereses poco celestiales.
Que la fe corre continuo riesgo de contaminación ideológica, ya lo intuía el mismo Santo Tomás. En su tratado de fide (S.Th. II-II, qq. 1-16) nos advierte que el creyente, porque se inclina a una parte de una alternativa (v.gr. que existe dios o no), parece conocer y entender [convenit credens cum sciente et intelligente], pero el creyente no ha visto, ni ha tenido experiencia de lo que cree [tamen eius cognitio non est perfecta per manifestam visionem], y esta falta de evidencia directa de lo que conoce, le hace asemejarse al que duda, al que sospecha y al que opina [in quo convenit cum dubitante, suspicante et opinante] (q.2 a.1).
Así no sería exagerado afirmar que el creyente de algún modo se parece también a un ideólogo, ya que ambos no tratan de realidades, sino que aventuran representaciones e imágenes de cosas desconocidas. Por eso, como en aquel inefable diálogo platónico del Sofista, es tan difícil distinguir al verdadero creyente del mero ideólogo u opinante, como lo es distinguir al sabio auténtico del impostor. En cierto modo todos los teólogos son unos sofistas, puesto que no pueden ofrecernos una ciencia fundada en el conocimiento cierto de las cosas de que tratan, y sus proposiciones no son verificables ni refutables.
Jorge Luís Borges, que tenía una visión agnóstica de la filosofía y la metafísica, ha ilustrado esta cualidad indiscernible de la ciencia teológica en su relato "los teólogos" (1949). Borges afirma, en el "epílogo" de El Aleph, que este relato, que corresponde al género fantástico, es "un sueño, un sueño más bien melancólico, sobre la identidad personal". En un plano aún más elevado, aún diríamos que podría exprimirse del cuento una meditación sobre el tema metafísico de la identidad y la diferencia, a propósito de los teólogos y la teologías; pero no hay que ir tan lejos.
El relato cuenta la historia de la rivalidad, tan reconocible, entre dos teólogos imaginarios de la antigüedad, Aureliano, coadjutor de Aquilea, y Juan de Panonia. "Aureliano y Juan prosiguieron su batalla secreta. Militaban los dos en el mismo ejército, anhelaban el mismo galardón, guerreaban con el mismo Enemigo, pero Aureliano no escribió una palabra que inconfesablemente no propendiera a superar a Juan".
Los ideologemas que se leen en las breves páginas de "los teólogos" son serios, y giran en torno a la dificultad de distinguir la verdad y el error en teología: las herejías que debemos temer son las que pueden confundirse con la ortodoxia. Y sobre la cualidad ecuménica e impersonal de la verdad, se dice de un escrito teológico: El tratado era límpido, universal; no parecía redactado por una persona concreta, sino por cualquier hombre o, quizá, por todos los hombres.
Los dos teólogos combaten las mismas herejías, que el lector acaba por confundir. Los temas heresiológicos (esto es un acierto de Borges) versan sobre la singularidad y la repetición, la identidad y la diferencia. Una de las herejías es la de los monótonos o anulares, secta que "profesaba que la historia es un círculo y que nada es que no haya sido y que no será". Otra es la de los herméticos: "En los libros herméticos está escrito que lo que hay abajo es igual a lo que hay arriba, y lo que hay arriba, igual a lo que hay abajo; en el Zohar, que el mundo inferior es reflejo del superior. Los histriones fundaron su doctrina sobre una perversión de esa idea... Los herejes de la diócesis de Aureliano eran de los que afirmaban que el tiempo no tolera repeticiones, no de los que afirmaban que todo acto se refleja en el cielo".
Como en tantos relatos de Borges, el efecto estético y poético de "los teólogos" está encerrado en las magistrales y meditadas últimas líneas del cuento, que se eleva a alturas auténticamente teológicas. Es la primera gran ironía que el anónimo narrador, omnisciente como un dios, reflexione él mismo como teólogo: El final de la historia sólo es referible en metáforas, ya que pasa en el reino de los cielos, donde no hay tiempo. Y la segunda gran ironía es que los teólogos protagonistas de la historia, versados en herejías sobre el tiempo que se repite siempre o nunca, descubran que en el cielo no hay tiempo. Y cuando los dos teólogos comparecen ante el Creador, comenta el narrador teólogo: Tal vez cabría decir que Aureliano conversó con Dios y que Éste se interesa tan poco en diferencias religiosas que lo tomó por Juan de Panonia. Suprema ironía, pintar a un Dios que no se interesa por las controversias teológicas y las diferencias religiosas.
La lectura de "los teólogos", de ese fabulador, gran ironista y escéptico, que fue el escritor argentino Jorge Luís Borges, puede ayudarnos a tomar distancia de las ridículas discusiones en teología. En una ciencia cuyos asertos no se pueden verificar ni refutar, parece a los profanos exagerado el excesivo partidismo. En teología, nos parece, es más importante el acuerdo global antes que la discusión de bandería. En suma, hay que hacer teología pura antes que teología ideológica. Pero ésta es quizá crítica destructiva. Reservemos pues para otra ocasión otras meditaciones más constructivas sobre teología y teólogos.
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Esta noticia me ha enfadado, porque es signo de oscurantismo perseguir a la gente por sus ideas, cuando son serias y meditadas y no causan daño; y en especial, entre teólogos, porque estas persecuciones provocan la inevitable sospecha de abuso de potestad movido por envidias y politiqueo de sacristía.
Mejor sería que se mirase si no se está confundiendo la defensa de la fe con la promoción sibilina de alguna ideología teológica particular. Santo Tomás de Aquino nada sabía de ideologías, que es una noción moderna, sino que su dialéctica giraba en torno a la verdad y el error. En estos tiempos postmodernos, en que vuelve a campear el escepticismo, y en la noche oscura de las creencias se quiere hacer pasar por verdadero cualquier discurso dogmático, debiéramos intentar una crítica de la fe pura, quiero decir purificada de inclinaciones ideológicas (de derechas o de izquierdas) y liberada de intereses poco celestiales.
Que la fe corre continuo riesgo de contaminación ideológica, ya lo intuía el mismo Santo Tomás. En su tratado de fide (S.Th. II-II, qq. 1-16) nos advierte que el creyente, porque se inclina a una parte de una alternativa (v.gr. que existe dios o no), parece conocer y entender [convenit credens cum sciente et intelligente], pero el creyente no ha visto, ni ha tenido experiencia de lo que cree [tamen eius cognitio non est perfecta per manifestam visionem], y esta falta de evidencia directa de lo que conoce, le hace asemejarse al que duda, al que sospecha y al que opina [in quo convenit cum dubitante, suspicante et opinante] (q.2 a.1).
Así no sería exagerado afirmar que el creyente de algún modo se parece también a un ideólogo, ya que ambos no tratan de realidades, sino que aventuran representaciones e imágenes de cosas desconocidas. Por eso, como en aquel inefable diálogo platónico del Sofista, es tan difícil distinguir al verdadero creyente del mero ideólogo u opinante, como lo es distinguir al sabio auténtico del impostor. En cierto modo todos los teólogos son unos sofistas, puesto que no pueden ofrecernos una ciencia fundada en el conocimiento cierto de las cosas de que tratan, y sus proposiciones no son verificables ni refutables.
Jorge Luís Borges, que tenía una visión agnóstica de la filosofía y la metafísica, ha ilustrado esta cualidad indiscernible de la ciencia teológica en su relato "los teólogos" (1949). Borges afirma, en el "epílogo" de El Aleph, que este relato, que corresponde al género fantástico, es "un sueño, un sueño más bien melancólico, sobre la identidad personal". En un plano aún más elevado, aún diríamos que podría exprimirse del cuento una meditación sobre el tema metafísico de la identidad y la diferencia, a propósito de los teólogos y la teologías; pero no hay que ir tan lejos.
El relato cuenta la historia de la rivalidad, tan reconocible, entre dos teólogos imaginarios de la antigüedad, Aureliano, coadjutor de Aquilea, y Juan de Panonia. "Aureliano y Juan prosiguieron su batalla secreta. Militaban los dos en el mismo ejército, anhelaban el mismo galardón, guerreaban con el mismo Enemigo, pero Aureliano no escribió una palabra que inconfesablemente no propendiera a superar a Juan".
Los ideologemas que se leen en las breves páginas de "los teólogos" son serios, y giran en torno a la dificultad de distinguir la verdad y el error en teología: las herejías que debemos temer son las que pueden confundirse con la ortodoxia. Y sobre la cualidad ecuménica e impersonal de la verdad, se dice de un escrito teológico: El tratado era límpido, universal; no parecía redactado por una persona concreta, sino por cualquier hombre o, quizá, por todos los hombres.
Los dos teólogos combaten las mismas herejías, que el lector acaba por confundir. Los temas heresiológicos (esto es un acierto de Borges) versan sobre la singularidad y la repetición, la identidad y la diferencia. Una de las herejías es la de los monótonos o anulares, secta que "profesaba que la historia es un círculo y que nada es que no haya sido y que no será". Otra es la de los herméticos: "En los libros herméticos está escrito que lo que hay abajo es igual a lo que hay arriba, y lo que hay arriba, igual a lo que hay abajo; en el Zohar, que el mundo inferior es reflejo del superior. Los histriones fundaron su doctrina sobre una perversión de esa idea... Los herejes de la diócesis de Aureliano eran de los que afirmaban que el tiempo no tolera repeticiones, no de los que afirmaban que todo acto se refleja en el cielo".
Como en tantos relatos de Borges, el efecto estético y poético de "los teólogos" está encerrado en las magistrales y meditadas últimas líneas del cuento, que se eleva a alturas auténticamente teológicas. Es la primera gran ironía que el anónimo narrador, omnisciente como un dios, reflexione él mismo como teólogo: El final de la historia sólo es referible en metáforas, ya que pasa en el reino de los cielos, donde no hay tiempo. Y la segunda gran ironía es que los teólogos protagonistas de la historia, versados en herejías sobre el tiempo que se repite siempre o nunca, descubran que en el cielo no hay tiempo. Y cuando los dos teólogos comparecen ante el Creador, comenta el narrador teólogo: Tal vez cabría decir que Aureliano conversó con Dios y que Éste se interesa tan poco en diferencias religiosas que lo tomó por Juan de Panonia. Suprema ironía, pintar a un Dios que no se interesa por las controversias teológicas y las diferencias religiosas.
La lectura de "los teólogos", de ese fabulador, gran ironista y escéptico, que fue el escritor argentino Jorge Luís Borges, puede ayudarnos a tomar distancia de las ridículas discusiones en teología. En una ciencia cuyos asertos no se pueden verificar ni refutar, parece a los profanos exagerado el excesivo partidismo. En teología, nos parece, es más importante el acuerdo global antes que la discusión de bandería. En suma, hay que hacer teología pura antes que teología ideológica. Pero ésta es quizá crítica destructiva. Reservemos pues para otra ocasión otras meditaciones más constructivas sobre teología y teólogos.
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A mi me enfadan muchas cosas, pero poco se puede hacer más que manifestar contrariedad...
ResponderEliminarBueno, Javier, lo del enfado va en sentido retórico o simulado, para ambientar y dar un poco de guerra, porque aquí estoy, fumando un puro (también retórico o simulado, ya que he dejado de fumar). Y sí, el post va de mostrar disgusto o contrariedad, pero poquito, ya que también digo que las discusiones teológicas no son otra cosa que palabras, palabras...
ResponderEliminarJoaquín: ni la ¿teología? de Queiruga, ni la ¿teología? de Pagola son católicas.
ResponderEliminarY sí, hacen daño, muchísimo daño, al Cuerpo Místico de Cristo.
Agradezco tu comentario, Isaac.
ResponderEliminarEn este momento, te contestaría, también sucintamente, que el hecho de que no fuesen doctrinas católicas (las de Pagola y Torres Queiruga), no las descalifica como propuestas teológicas.
Ni todo lo católico es teológico, ni todo lo teológico es católico (aunque parezca un trabalenguas).
En cuanto al daño, hay que demostrarlo. La acusación de nocividad parece un arma arrojadiza, en este tipo de controversias.
Bueno Joaquín, te recordaría lo que Newman decía acerca de la teología y su relación con el Magisterio y la Revelación.
ResponderEliminarOtra cosa es el concepto moderno de teología, cuya modificación semántica ha derivado en su vaciamiento.
Tú has escrito lo siguiente:
"Esta noticia me ha enfadado, porque es signo de oscurantismo perseguir a la gente por sus ideas, cuando son serias y meditadas y no causan daño; y en especial, entre teólogos, porque estas persecuciones provocan la inevitable sospecha de abuso de potestad movido por envidias y politiqueo de sacristía.
Mejor sería que se mirase si no se está confundiendo la defensa de la fe con la promoción sibilina de alguna ideología teológica particular".
¿No crees que hay muchos juicios de valor? No estaría mal que mostrases por qué razón los escritos de Pagola y Queiruga coinciden con la creencia de la Iglesia.
Respecto a las opiniones de Pagola, tres teólogos católicos se pronunciaron respecto a la misma. Y todavía no he leído una impugnación a lo señalado por los mismos.
Isaac, acabo de ver tu artículo en Infocatólica, que reproduce fragmentos del "Biglietto Speech" de Newman. Es interesante y merecerá la pena volver a él.
ResponderEliminarEnlace: Un texto de Newman.
En cuanto a que haya juicios de valor en mi propio post, creo que es inevitable, cuando se hacen juicios estimativos (o de valor). También el que enjuicia una doctrina, desde cierta 'vara de medir', hace juicios de este tipo. Lo importante es ponerse de acuerdo sobre la regla o norma que sirva de referencia para medir lo recto o torcido de las opiniones.
Espero tratar con más tiempo de Torres Queiruga. En cuanto a Pagola, los tres teólogos que lo sometieron a tercer grado también formularon sus propias opiniones teológicas. El problema es decidir por qué unas opiniones han de prevalecer sobre otras. Al final decide la autoridad (quién manda) y no la persuasión de la doctrina.
La regla es la fe de la Iglesia,
ResponderEliminarLas fuentes de la Revelación son la Sagrada Escritura y la Sagrada Tradición.
Ya que estamos con Newman se puede estudiar el desarrollo del dogma y si las conclusiones de estos teólogos son lícitas o no. Y no parece lícito, negar o disminuir la divinidad de Cristo (niega su doble naturaleza), como Pagola, o bien negar la Resurrección (como la Iglesia la ha mantendio siempre), como Queiruga.
Ni uno ni otro pueden dar pruebas escriturísticas ni de la Tradición a sus tesis.
Personalmente no sería tan tajante. Que la regla sea la fe de la Iglesia, y que las fuentes de la Revelación sean la Escritura y la Tradición, no creo que lo discutan ni Pagola ni Torres Queiruga. Sin embargo, yo en modo alguno aventuraría que uno y otro nieguen, así como así, dogmas nucleares de la fe católica. Son temas densos, que me gustaría tratar en próximos post, D.m.
ResponderEliminarMuy ponderado te quedó esta entrada estimado Joaquín, y con esa alusión a Borges, al que no acabo de coger el punto.
ResponderEliminarSabras que fue amigo de Adriano en la epoca sevillana del argentino y que su primer poema lo publicó precisamente en Grecia y fue dedicado Himno Al Mar precisamente a Adriano.
Te hablo de Borges por un libro Ficciones que contiene varios relatos, algos duros de pelar...
Pero el Aleph es una de mis asignaturas pendientes.
Agradezco de nuevo tus reflexiones sobre esas dudas que planteas que me han recordado a las del párroco de San Manuel Bueno y Martir.
Un fuerte abrazo
No tienes a estas alturas del año mucho calor con el verdugo...
Amigo ONDA, yo para el verano recomiendo mejor las Novelas Ejemplares, antes que el arisco Borges...
ResponderEliminarEs verdad, voy a tener que ir pensando en cambiar la imagen corporativa, con estos calores.
Otro abrazo para ti.