07 mayo 2014

De poetas, santos y locos

Que los santos tengan algo de poetas, y de locos, ya lo dice el adagio. Es tan antiguo como la manía platónica. Quien debía de estar como un cencerro (según criterios humanos) era Ignacio de Loyola, como se echa de ver leyendo el relato del peregrino, que es su autobiografía al dictado. Aunque esta "santa locura" es el precio que hay que pagar por la genialidad creativa (un primo hermano de Ignacio sería Kurt Gödel, el íntimo de Einstein en Princeton). No hay santo que no haya tenido su desajuste mental, aunque el desequilibrio o pérdida de tornillería se haya manifestado, por ejemplo, en exhibicionismo teatral (Karol Wojtyla, sin ir más lejos). Y eso sin descontar a los santos vivos (pienso en uno, de cuyo nombre no quiero acordarme), cuya manía a la vista está de todos. El escueto relato del peregrino en Jerusalén (capítulo IV, parágrafos 44-48) reviste incluso rasgos cómicos (¿quién nos dice que Ignacio no haría reír contando sus peripecias en Tierra Santa?) y parece que sucedió ayer mismo, aunque han transcurrido ya cinco siglos: 

"... le vino grande deseo de tornar a visitar el monte Olivete antes que se partiese, ya que no era voluntad de nuestro Señor que él se quedase en aquellos santos lugares. En el monte Olivete está una piedra, de la cual subió nuestro Señor a los cielos, y se ven aún agora las pisadas impresas; y esto era lo que él quería tornar a ver. Y así, sin decir ninguna cosa ni tomar guía (porque los que van sin Turco por guía corren grande peligro), se descabulló de los otros, y se fue solo al monte Olivete. Y no lo querían dejar entrar las guardas. Les dió un cuchillo de las escrivanías que llevaba; y después de haber hecho su oración con harta consolación, le vino deseo de ir a Betphage; y estando allá, se tornó a acordar que no había bien mirado en el monte Olivete a qué parte estaba el pie derecho, o a qué parte el esquierdo; y tornando allá creo que dió las tijeras a las guardas para que le dejasen entrar. Cuando en el monasterio se supo que él era partido así sin guía, los frailes hicieron diligencias para buscarle; y así, descendiendo él del monte Olivete, topó con un cristiano de la cintura, que sirvía en el monasterio, el cual con un grande bastón y con muestra de grande enojo hacía señas de darle. Y llegando a él trabóle reciamente del brazo, y él se dejó fácilmente llevar. Mas el buen hombre nunca le desasió..."

También lo cuenta X. Pikaza: "Ascensión de Jesús..." [RD].