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16 diciembre 2019

Juan Sierra, Luís Álvarez Duarte, y Sevilla...

Tengo parado el estudio de la filosofía del derecho de Santo Tomás de Aquino, y me excuso porque me estoy tomando un merecido descanso mental navideño. Ya lo retomaré, si tengo humor. Pero he pensado concluir el año con algo muy bonito, y tan carpetovetónico ("considerado como característico de la España profunda frente a todo influjo foráneo", lo define el diccionario), como es la exaltación de mi pueblo, que en mi caso es Sevilla... ¡oh gran Sevilla, / Roma triunfante en ánimo y nobleza! (según el archifamoso e irónico soneto de Miguel de Cervantes). La exaltación de Sevilla, subgénero literario. 

Para terminar bien el año, voy a dar mi votación de los libros excelentes que han sido publicados este año 2019. Hacia el mes de abril ya había avanzado tres que siguen pareciéndome muy buenos: la tercera parte de la biografía del profesor José Manuel Lucía Megías : La plenitud de Cervantes; y otros dos de interés sevillano: Sevilla y Murillo : una ciudad para un artista, del profesor Gabardón de la Banda, y Los evangelios apócrifos en la Semana Santa de Sevilla, del joven jesuíta Daniel Cuesta Gómez. A estos tres libros ya me referí [aquí]. Y ahora voy a sumar otros dos libros excelentes que han aparecido estos días, sobre otros tantos grandes creadores y artistas sevillanos : el escultor imaginero, fallecido hace tres meses, Luís Álvarez Duarte (1949-2019), y el poeta y funcionario (de hacienda) Juan Sierra (1901-1989). Comienzo por el escultor.

ÁLVAREZ DUARTE. Este libro es ya, como sabe todo el sector capillita de la ciudad, un clásico del arte imaginero de las cofradías sevillanas : El niño imaginero [almuzara]. Es una recuperación, con motivo del fallecimiento del artista. El año 2012 el periodista José Joaquín León había publicado El niño imaginero en una editorial modesta, que en poco tiempo ha sido absolutamente inencontrable (era un libro que yo ambicionaba). Son las memorias orales del escultor Luís Álvarez Duarte, un artista precoz, que siendo niño se agregó como aprendiz de otro gran imaginero, de Carmona, Francisco Buiza (1922-1983), al que siempre tuvo por maestro, y del que despidió en su lecho de muerte [correo]. En los años sesenta, en la Casa de los Artistas (al lado del Jueves), a Álvarez Duarte se le llamó el niño imaginero, porque con sólo doce años, en 1962, talló su primera imagen, la de la Virgen de los Dolores, para su parroquia de San José Obrero (calle Arroyo, 78), que después de medio siglo sigue procesionando [hermandad]. A partir de entonces, su obra fecunda se extendió por Andalucía, España y la Humanidad (muy presente en Hispanoamérica, hasta llegar a la catedral de Buenos Aires). Para no pecar de omisión, no me atrevo a citar ninguna de sus obras (que aparecen catalogadas, quizá no todas, al final del libro), aunque arriba de esta nota he colgado la imagen de la talla de la santa carmelita Edith Stein (santa Teresa Benedicta de la Cruz), que figura en el lado derecho del retablo de la Virgen del Pilar, en la iglesia del Santo Ángel (en la calle Rioja, que me pilla cerca), que se debe también a Álvarez Duarte (obra de madurez, tallada el año 2000) [vía]. Sobre el libro, decir que se lee con gran emoción. Está muy documentado (en el colofón, muy meditado, se reproduce una fotografía de las virutas del taller del artista). Ahora, después de su muerte, el periodista José Joaquín León ha actualizado en tiempo récord aquella primera edición de hace siete años, completando la biografía del artista con ayuda de su viuda. Un gran libro, imperecedero, me parece (con esa relativa inmortalidad que tienen las obras humanas).

JUAN SIERRA. Otro libro que yo ambicionaba era la reedición de las prosas (los artículos de prensa) del poeta sevillano Juan Sierra, que el ayuntamiento publicó en edición casi clandestina, y bastante fea, el año 1984, con el título Sevilla en su cielo, al que me referí hace ya dos años [aquí]. Mi deseo ha sido felizmente satisfecho (como coleccionista he aprendido que muchas veces, si Dios quiere, al cabo del tiempo los buenos libros acaban recuperándose para las nuevas promociones de lectores, y sólo hay que tener paciencia). Hoy mismo, en el CICUS de la calle Madre de Dios (saliendo de la calle San José, en la judería) se presenta la nueva edición de la obra completa, Poesía y prosa [cicus], en coedición [elpaseo]. El Abc de hoy titula : "Juan Sierra: mucho más que el gran poeta de la Semana Santa de Sevilla" [Abc]. Aún no lo tengo en mi poder (se me hace la boca agua), y es por placer coleccionista, porque ya tengo las poesías por un lado (la edición de La Veleta de 1992), y la edición del ayuntamiento de las prosas, que compré en El Jueves (cómo no). Este, y el libro del niño imaginero, son dos libros maravillosos, pero no digo que para regalar a cualquiera (otras sugerencias pueden encontrarse en la sección de "libros más vendidos" de la Casa del Libro).

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24 julio 2019

Una de ciencia ficción

Lo que son las cosas (aunque presumo de mis dotes de magician), hace nada más que año y medio dedicaba aquí una nota al "Ray Bradbury de Garci" [ver], relatando que tuve el golpe de fortuna de encontrarme en una librería la primera edición de Ray Bradbury, humanista del futuro (Madrid, Editorial Helios, 1971), de José Luís Garci. Terminaba la nota con esta esperanza: "Este libro de Garci, sobre Ray Bradbury, humanista del futuro, voy a decir, empleando una expresión acuñada, que es "culturalmente significativo", y debiera volverse a editar, con las debidas actualizaciones. Pero no sé si la agenda, y las preferencias actuales de Garci, se lo permitirán."

Pero sí, claro que sí, ya tenemos en librerías la reedición (en Hatari! Books). He visto un comentario interesante de Fernando R. Lafuente, de ayer mismo [Abc]. En mi nota también decía que nunca he sido adicto al género de la ciencia ficción (al margen de haber leído, como todo el mundo, un poco de Julio Verne, o de Poe). Pero el género me fascina, sobre todo como aficionado al cine. Nunca se me olvida la primera vez que vi, en la tele, los morlocks de El tiempo en sus manos (The Time Machine, George Pal, 1960). Y desde luego, filmes que son clave, como Fahrenheit 451 (François Truffaut, 1966, sobre la novela precisamente de Bradbury) o 2001, que sigue dandome tema para comentar [ver]. Yo diría que, como género imperecedero, donde se nos relata lo maravilloso, puede encontrarse también en los clásicos. Por ejemplo, el Persiles de Cervantes, que leí y comenté el verano pasado [ver].

Estos días, abandonando otras lecturas más espesas, he leído (casi diría que he absorbido) la Breve historia de la ciencia ficción [Nowtilus], que firma Luís E. Íñigo Fernández. Amena y escrita por alguien que parece dominar el género (en libro y en cine). Es el relato desde los más profundos antecedentes (Luciano, sin ir más lejos), hasta Julio Verne o H.G. Wells, alcanzando los últimos autores del género, a la altura del año 2017, incluyendo los españoles. Aunque es poco probable que vaya a dedicarle mucho tiempo a estas novelas (será que estoy desencantado, y ya no me trago las historias fantasiosas), he sido indulgente y me he hecho para el verano con dos clásicos: Solaris (1961), del polaco Stanislaw Lem, y Hacedor de estrellas (1937), del inglés Olaf Stapledon (en la edición de Minotauro, con prólogo de J.L. Borges). En perspectiva, en el inmediato futuro, H.G. Wells.



19 julio 2019

Imperiofobia, ¿el bello libro durmiente?

Y bien, entre una cosa y otra, acabo de agregarme a la cofradía de lectores de Imperiofobia y leyenda negra, de la profesora María Elvira Roca Barea. No digo que está muy bien escrito, afirmación mostrenca donde las haya, porque es lo mínimo que cabe esperar de un libro que sale al escaparate. Pero es verdad que lo que llevo leído (38 páginas) me ha atrapado por su amenidad e intríngulis. Ahora bien, no me parece correcto recomendar este libro, porque sólo he hecho comenzarlo a leer.

Precisamente en la misma página 38 (de la 21ª edición, de este 2019), he leído una frase que me ha dejado un tanto perplejo. Doña María Elvira ha ido repasando en sus páginas introductorias algunos libros que tratan de la leyenda negra (por antonomasia, la española), hasta que llegar a decir: "Acaba de publicarse en español el libro de la belga Christiane Stallaert titulado Ni una gota de sangre impura: la España inquisitorial y la Alemania nazi". Y en nota a pie de página indica la edición (Barcelona : Galaxia Gutenberg, 2006 [dialnet]). Este pequeño detalle es revelador. Elvira Roca dice, en su libro Imperiofobia, publicado en 2016, que "acaba de publicarse" un libro publicado, de hecho, diez años atrás, en 2006. ¿Quiere decirse que el original de Imperiofobia habría estado guardado en un cajón, sin revisar, durante esos diez años? No lo sé.

Fuera aparte de este libro tan entretenido, tengo reservado en la maleta de verano, la novela Los ríos profundos, del escritor peruano José María Arguedas. Es curioso que haya leído antes la espléndida biografía de su compatriota Mario Vargas Llosa: La utopía arcaica. José María Arguedas y las ficciones del indigenismo (ensayo que Vargas Llosa terminó de escribir en Londres, entre 1994 y 1995, aprovechando los numerosos escritos que dedicó al autor).

Fotografía de María Elvira Roca [vía].

11 junio 2019

Juan Luís Arsuaga, el estado de la cuestión

Si el ideal de un libro es, como el de cualquier discurso, instruir, dar placer y mover el ánimo, no dudo que el último publicado del paleoantropólogo español Juan Luís Arsuaga cumple todas estas condiciones: Vida, la gran historia. Un viaje por el laberinto de la evolución [Destino]. Se trata de una discusión muy amena, escrita con gran claridad y elegancia, de las teorías evolucionistas modernas (neodarwinistas y ultradarwinistas). Destinado a los profanos como yo, aunque sin concesiones a la galería (dice muy bien en el prólogo que prefiere ser interesante a divertido). El libro tiene casi 600 páginas (incluídas las notas, pero no bibliografía e índices). Arsuaga propone, para que sea llevadero, que el lector lea el libro en un par de semanas, a razón de un capítulo por día. Pero yo lo he hecho en apenas cinco días, descansando de la lectura sólo para comer, domir y pasear, como cuando era adolescente. Y esto no lo digo yo para presumir ahora de fagocitador de libros, sino para explicar que me ha enganchado de verdad. Pero también me ha dejado grandes interrogantes.

Arsuaga, que es catedrático de Paleontología de la Complutense, adopta una rigurosa perspetiva científica. Lo que no pueda explicarse por el registro fósil, o por el examen de las especies vivientes, no puede tomarse en consideración. La teoría evolucionista (desde Charles Darwin en adelante) tiene muchísimo de especulativo y de problemas no resueltos, pero las evidencias naturales favorecen que la comunidad científica converja en una misma forma de entender las cosas. Lo que yo me pregunto, desde mi profanidad, es si las teorías evolucionistas (que son las que pretenden explicar el hecho de la evolución biológica, que hoy no se discute) logran explicar la singularidad de nuestra especie, los humanos modernos. Nosotros somos capaces de representar y alojar en nuestra mente el mapa del entorno, del espacio físico y de nuestros semejantes (algo tan simple como cuando, por los mañanas, camino hasta la parada del autobús, porque sé que llegará en cinco minutos, y al subir me encuentro con el conductor y con otros viajeros, a los que no conozco). Pero lo que no entiendo (literalmente, "lo que no me cabe en la cabeza") es el resorte evolutivo que ahora me permita sobrevolar el espacio físico más inmediato, y pueda hacerme una representación mental del universo mundo, e incluso de su creador, et hoc dicimus Deum.

Estas son el tipo de pregunta de ¿qué hacemos en la vida?, ¿por qué estamos aquí?, y que la ciencia no sólo no puede responder, sino que ni siquiera explica cómo aparecen en nuestra mente. Arsuaga se refiere en su libro a la célebre escena de la película 2001, una odisea del espacio, en que "el simio se hace humano" cuando aprende a usar un arma (un hueso de animal), con el que mata a un competidor en una charca. El guión de Arthur C. Clarke y Stanley Kubrick, pone imágenes a una hipótesis principal de la hominización. Lo que me ha llamado la atención es que Arsuaga no se refiera a la escena inmediatamente antecedente, igual de célebre, cuando la banda de monos descubre el monolito (debemos pensar con valor metafórico, no literal), que transmite la inteligencia a los que todavía son animales. La idea es que la inteligencia reflexiva y simbólica, que es exclusiva de la especie humana, no puede explicarse con los resortes evolutivos, inmanentes y naturales, y debe por tanto postularse un atractor (o como queramos llamarlo) que haya dirigido la evolución de la especie desde el exterior de la naturaleza física. Arsuaga por supuesto me replicaría que esta hipótesis no es científica, porque no es falsable ni contrastable con el registro fósil o con los seres vivos conocidos (incluso nosotros). Es cierto, la ciencia se detiene en el umbral de lo físico, al precio de ser incapaz de explicar los fenómenos más sobresalientes de la humanidad.

Me gustaría poner un ejemplo (aunque dude si es acertado), para explicarme. Pensemos en un aeropuerto, quizá el aeropuerto internacional de Bangkok. Si deambulamos por los pasillos, ¿qué vemos? Multitudes de viajeros, yendo y viniendo de un lugar a otro, alcanzando el aeropuerto en taxi o autobús, penetrando en el vestíbulo, entregando las maletas en el check-in, y accediendo a la cabina de los aparatos voladores con el boarding pass. Más tarde, contemplaremos desde la cristalera del aeropuerto que el avión, dentro del que nos imaginamos instalados al pasaje y la tripulación, despega y emprende el vuelo (el trayecto es el inverso, cuando son los aviones que aterrizan en el aeropuerto). En esta dinámica, los individuos de nuestra especie que vienen o se van, parecen estar fusionados en una misma dinámica con los aparatos voladores (de hecho, físicamente es así). Esto es una explicación natural de un aeropuerto. ¿Qué hemos perdido en esta descripción? La vida interior, única, singular, de cada hombre o mujer, niño o anciano, que ha transitado por el aeropuerto. Cada individuo debe tener un motivo, un por qué o para qué del viaje, que para él es muy importante (o tal vez no). Esa vida interior no aparece en la explicación natural, y quizá podríamos decir que es lo sobrenatural de la especie humana. A gran escala, la explicación científica de la evolución biológica de los animales y del hombre incurre en ese mismo defecto. Los humanos modernos somos animales muy singulares, que compiten con sus semejantes por el sexo, el dinero, el prestigio y el poder, hasta que nos morimos, una vez transmitidos nuestros genes, y nada más. ¿Nada más?

Ya que he leído el instructivo libro de Juan Luís Arsuaga, soy muy consciente de que la explicación teológica se sale del marco del cuadro evolutivo. El escenario de la evolución natural, es la naturaleza física. Lo que pensamos que trasciende a la naturaleza, carece de valor científico. Pero que no sea científico no quiere decir que no sea real.

Sé que voy a salirme de los márgenes del libro de Arsuaga, si recurro a la doctrina de Santo Tomás de Aquino. En la S.Th. 1, 75, 6 [cth], Santo Tomás comienza enfrentándose a la objeción del Eclesiastés (3,19): "los hombres y los animales tienen todos la misma suerte: como mueren unos, mueren también los otros. Todos tienen el mismo aliento vital y el hombre no es superior a las bestias". Y responde: 
Quod ergo dicitur quod homo et alia animalia habent simile generationis principium, verum est quantum ad corpus, similiter enim de terra facta sunt omnia animalia. Non autem quantum ad animam, nam anima brutorum producitur ex virtute aliqua corporea, anima vero humana a Deo.
Santo Tomás, como buen discípulo de Aristóteles, reconocía que la especie humana comparte la materia corporal con los otros animales (animalia), pero la vida humana (el principio animante, podríamos decir), no viene de la materia, sino de Dios. En el cuerpo principal de este artículo, hace una observación que siempre me ha parecido importante:
unumquodque naturaliter suo modo esse desiderat. Desiderium autem in rebus cognoscentibus sequitur cognitionem. Sensus autem non cognoscit esse nisi sub hic et nunc, sed intellectus apprehendit esse absolute, et secundum omne tempus. Unde omne habens intellectum naturaliter desiderat esse semper. Naturale autem desiderium non potest esse inane. Omnis igitur intellectualis substantia est incorruptibilis.
Nuestra inteligencia no es como los sentidos, que se refieren a una localización espacio temporal (sub hic et nunc), sino que trasciende las dimensiones físicas (absolute et secundum omne tempus). El deseo físico es de cosas físicas, que perecen. Pero el deseo de nuestra inteligencia es "ser para siempre" (esse semper). Y añade que "el deseo natural no puede frustarse" (non potest esse inane), si no, ¿por qué lo tenemos? Y por eso concluye que somos inmortales (incorruptibiles), precisamente porque deseamos serlo. Si la especie humana sólo fuese material, sólo tendría deseos materiales. Nuestra aspiración a la vida inmortal es incongruente con que fuésemos sólo unos animales como tantos (la teoría evolucionista no acepta que haya especies privilegiadas). Hay que pensar entonces que el evolucionismo físico natural no lo explica todo, al menos de nosotros mismos.

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28 mayo 2019

Hay una errata en mi libro

Que se diga que hay una errata en un libro, parece que suena tan escandaloso como decir que hay un pelo en la sopa. Pero no hay que ser tan rigoristas. El ideal del libro perfecto es que no contuviese erratas, pero en la realidad impura, donde pasan cosas inesperadas como que se derrame la leche, o que se rompa un plato, es inevitable que un libro cualquiera contenga algún gazapo. Lo intolerable es que menudeasen, casi a cada página, porque sería señal de que el editor no ha hecho su trabajo, y no encomendó a un corrector el cepillado del libro.

Yo digo en broma que debo estar dotado de poderes paranormales, porque cuando abro un libro nuevo, no sé cómo o cómo no, doy inmediatamente con la errata. Una o dos, no le doy importancia. Si son un puñado, y de cierto calado, tal vez escriba al autor, o al editor. Esta práctica de que los lectores se preocupen por el aspecto aseado de los libros, y avisen de errores y erratas, no sé si está muy extendida en España. Entiendo que las editoriales que aspiran a la excelencia debieran fomentarlo.

Mejor que contar las cuitas ajenas, contaré las propias, de mi último libro, recién salido de las prensas, el Debate sobre la juventud, el dinero y la Ley, más otras notas jurídicas (Sevilla, Padilla Libros, 2019). Ya he anunciado que firmaré ejemplares en la Feria del Libro de Sevilla, el próximo sábado 1 de junio, a las 12 de la mañana.

En el proceso de producción del libro, el original, que ha entregado el autor, se somete a corrección, que puede ser ortográfica, ortotipográfica, de estilo y de concepto. El original de mi libro ha sufrido correcciones de un poco de todo. Ha pasado una corrección ortográfica (porque ni yo mismo domino las reglas de ortografía, y hasta se me olvida poner los acentos, o me como las eses finales, por ser andaluz), aunque no recuerdo ninguna falta de ortografía advertida digna de reseñarse. Por ejemplo, poner notarias (sin acento) en lugar de notarías (con acento), que son cosas por completo distintas.

Y mi libro ha pasado también una corrección ortotipográfica (el buen uso de elementos tipográficos), ocasión en que he discutido con mi editor el uso de itálicas en tal o cual pasaje. Por ejemplo, en el original se citaba el político de Platón en minúscula. Esto no tiene ningún sentido, porque en verdad me refería al diálogo Político (no a ningún "político" en particular que conociese Platón). Convinimos mi editor y yo en citar el título transcrito del griego, para que no hubiese duda, Politikós.

La corrección de estilo parece más difícil, o sujeta a controversia, aunque su objeto es asegurar que el texto esté redactado de forma clara y legible, y a ser posible elegante. Es natural que en buena medida esto sea responsabilidad del autor, no del editor (aunque según qué libros). Puedo contar dos casos de mi libro. En un capítulo me invento la categoría del lío jurídico (o de las normas jurídicas liantes). En verdad tampoco soy original en esto, y me acuerdo que en la facultad se citaba a un catedrático de civil, que hablaba de los enredamientos urbanos. El caso es que en un párrafo, que a mí me parece estilísticamente logrado, parece que consigo trasmitir al lector que la aplicación del derecho, en algunos casos, es un verdadero lío.

Otro ejemplo de corrección del estilo afectó al mismo título, que le puse yo sin preocuparme ni mucho ni poco en si era comercial o no. En un principio, decía: ... la Ley y otras notas..., y mi editor me advirtió que había una cacofonía al juntar la palabra Ley con la conjunción y. El arreglo, propuesto por mi editor (con el que estuve conforme), ha sido poner: más otras notas...

La corrección de concepto, semántica o ideológica, es aún más difícil todavía, porque puede referirse a saberes especiales, en los que no tiene por qué estar versado el editor. Un caso curioso, que me consultó, es la locución jurídica "matrimonio rato y consumado", que debe ir en las mismas comillas, porque es una expresión acuñada. No van el rato y el consumado por separado.

Y la última corrección que comento, está a medio camino de la ortografía y el concepto. En una página cito un artículo del portal de noticias Aciprensa (agencia con sede en Lima, asociada a la cadena internacional EWTN Global Catholic Network), que no debe confundirse con el portal Aceprensa (agencia con sede en Madrid, marca de la Fundación Casatejada), aunque ambos portales contienen noticias del mundo católico. En este caso es fácil cometer un gazapo.

Y a pesar de todo, cuando ya tengo el libro editado e impreso en mi poder, hojeándolo he descubierto una errata inesperada y muy curiosa. Pero los lectores que hayan tenido la paciencia de leerme hasta esta línea me perdonarán que no la identifique. Lanzo el reto a los lectores del libro, a ver si la descubren...

He escogido como ilustración, casi forzada, la imagen de la cubierta del libro ya antiguo, de hace casi medio siglo, de El despiste nacional, del periodista español Evaristo Acevedo. Todavía conservo un viejo ejemplar de la primera antología (1952-1958), que fue una lectura divertidísima de mi niñez. La imagen de la cubierta es naturalmente un conejo o gazapo.

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14 mayo 2019

Mi nuevo libro en la FLS 2019

Interrumpo por un instante mis meditaciones kantianas, para anunciar la publicación de mi último libro, el Debate sobre la juventud, el dinero y la ley más otras notas jurídicas (Padilla Libros, 2019). Como los últimos míos, es una recopilación de notas publicadas en este blog, para que no se pierdan en el ciberespacio, y se revistan de la nobleza del libro de papel.

El libro verá la luz y será visible en la inminente FLS 2019 (la Feria del Libro de Sevilla), que se inaugura el próximo 23 de mayo, en apenas una semana.

Además, allí en la FLS firmaré ejemplares el sábado 1 de junio, a las 12 de la mañana, en la caseta nº 30, de la librería Padilla [FLS], ocasión para saludarnos.

Hay dos personas a las que quiero dar las gracias. Primero, a Francisco Carpintero Benítez, profesor jubilado de filosofía del derecho en la Universidad de Cádiz [fc] que, a mi ruego, estuvo dispuesto a regalarme un prólogo, excelente, lleno de sabiduría. Rallegramenti!

La otra persona hacia la que estoy agradecido es mi joven editor, Manuel Padilla, segunda generación de la librería fundada por sus padres José Manuel Padilla y Pilar Berdejo en 1968. Él es el autor de la cubierta, que ilustra esta nota. Sobre la que hay anécdota. En el proceso de edición, me presentó tres alternativas, no supe cuál elegir, y fui a dar en la menos agraciada. En la tienda, Manuel me preguntó: ¿Pero no te gusta ésta? Y es verdad, la que ha resultado cubierta ganadora, me gusta de verdad y es muy divertida. Me parece muy a tono con mi idea de restarle seriedad al derecho (que la tiene, pero en otro sentido distinto de la seriedad reverencial en la que todos pensamos).

El libro ha estado pensado, como los míos anteriores, para repartirlo (como así haré) entre la familia y amigos, pero sin imponer el deber, propio de autores impertinentes, de que el libro se lea por la fuerza. La presentación en la FLS 2019 ha sido toda una sorpresa para mí, oportunidad que me ofreció Pilar Berdejo.

También tendrá distribución, además de la Feria, en la librería, a la que os podéis dirigir los interesados: PADILLA LIBROS EDITORES & LIBREROS. Calle Trajano, 18. 41012 Sevilla (España). Teléfono 954 22 46 63 [facebook] tienda@padillalibros.com

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17 abril 2019

La plenitud de Cervantes (y otros libros nuevos)

No abandono la afición a los libros, viejos o nuevos, y tampoco renuncio a aventar por esta ventana de internet, a quien pueda interesar, la noticia de nuevas publicaciones que me llamen la atención. El primero en la reseña es el último que he comprado. Lo esperaba impaciente, al que me refería en una nota del verano pasado, "Miguel de Cervantes y el Baedeker" [aquí]. Es la tercera parte de la biografía, o tal vez semblanza, de Miguel de Cervantes, del profesor José Manuel Lucía Megías : La plenitud de Cervantes. Una vida de papel, que edita Edaf. Se añade a La juventud de Cervantes, publicada en el año 2016 [Edaf], y La madurez de Cervantes, de 2017 [Edaf]. Esta última parte se ha hecho esperar, y ya estoy deseando leerla. Llama la atención la ilustración, muy escogida y estudiada, del interior, así como de las cubiertas, en sintonía con el libro, que trata de aproximarnos a una vida cervantina más comprensible desde los esquemas actuales, aunque no hayamos logrado avanzar mucho más en sus detalles, que tampoco importan. Me doy cuenta que he invertido en los tres volúmenes un total de 72 euros de vellón (o en buena moneda castellana, como le decía don Quijote a maese Pedro después del estropicio). Pienso que muy bien invertidos, aunque también habrá que recordar que la biografía ya clásica de Jean Canavaggio se vende hoy en librerías, en libro de bolsillo, a 12 euros.

Otro libro nuevo es del profesor sevillano José Fernando Gabardón de la Banda (doctor en derecho y historia del arte [sisius]) : Sevilla y Murillo : una ciudad para un artista (Fundación Cajasol, 2018), prologado por el Dr. Enrique Valdivieso [CEU]. Es casi una guía de la ciudad de Sevilla, vista desde el prisma artístico de uno de sus hijos ilustres, Bartolomé Esteban Murillo (por eso se títula así, y no como cupiera esperar, Murillo y Sevilla). Encuentro muchas resonancias con el libro del profesor Lucía Megías. Para empezar en su ilustración, el que pretenda ser también una guía visual del personaje en la ciudad (comenzando por el motivo de la cubierta, el medallón cerámico en la plaza de España. Como dice el profesor Gabardón, se trata de conjugar un saber, en este caso el histórico artístico, con el enfoque urbano. A mí me resulta muy atractivo este enfoque (a fin de cuentas soy urbanita, y el aire de la ciudad hace libres, Stadtluft macht frei). De hecho, uno de mis libros preferidos, souvenir italiano, es Una mole di parole. Passeggiate nella Torino degli scrittori, de Alba Andreini (2006) [Dialnet]. Tendría que rebuscar más ejemplos. Uno antiguo, sin pretender ir más lejos, los Perfiles de la Sevilla cervantina, de Francisco Rodríguez Marín, reeditado por el Ayuntamiento en 1992, en origen su discurso preliminar a la edición de la R.A.E., en 1905, de la novela de Rinconete y Cortadillo (el ejemplar antiguo alcanza precios astronómicos en los anticuarios). Otro, que se acaba de reeditar, es El París de Cortázar, guía en forma de diccionario, de Juan Manuel Bonet [Archiletras]. We’ll always have Paris. Dicho de pasada, la R.A.E. ha publicado la "edición conmemorativa" de Rayuela, aunque uno ya ha perdido la cuenta de qué se conmemora [RAE]. Sigo prefiriendo (además del viejo ejemplar en que la leí con 16 años), la edición de Andrés Amorós (que fue amigo de Cortázar).

Y concluyo con otro libro atractivo, también de la órbita sevillana, Los evangelios apócrifos en la Semana Santa de Sevilla, del joven jesuíta Daniel Cuesta Gómez S.J. (Segovia, 1987) [Alfar]. Es un libro destinado a convertirse en un clásico en este género, y además, lo que me parece más gratificante, escrito por un forastero (dicho con todo el aprecio al autor). En esto el joven Daniel va a la zaga de otro ilustre jesuíta forastero, escritor famoso de las cofradías sevillanas, Ramón Cué Romano. Sobre el nuevo libro, una interesante entrevista, en la revista Vida Nueva [aquí]. La imagen es la talla del famoso Pilatos de la hermandad de San Benito (Poncio Pilatos es personaje de los evangelios canónicos, pero también del apócrifo "Actas de Pilatos").

Otro día sigo contando cosas de libros, si Dios quiere.

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