01 enero 2009

Invitación a la lectura de San Pablo


El Año Paulino, o año jubilar especial, que se está celebrando del 28 de junio de 2008 al próximo 29 de junio de 2009, convocado por
Benedicto XVI con ocasión del bimilenario de Pablo de Tarso, es una magnífica ocasión para conocer mejor la persona del apóstol, leer sus cartas y profundizar en su pensamiento. Las notas que os ofrezco son mi particular invitación a la lectura de San Pablo, que no deben tomarse como resultado de mis lecturas, sino como meros apuntes para un deseable estudio posterior.

El apóstol Pablo es una gran figura del mundo antiguo, un "hombre de dos mundos", judío helenista de la diáspora, celoso de las tradiciones de su pueblo, y a la vez impregnado de la cultura de la gentilidad. No fue como vulgarmente se dice el fundador del cristianismo, sino tan sólo un hombre in the right place at the right moment, que sirvió a la expansión universal de la esperanza realizada en el Mesías, incoada entre los judíos de Galilea por Jesús de Nazaret. Las cartas auténticas de San Pablo transparentan su genio personal y ofrecen noticias parcas, aunque muy valiosas, sobre su vida y misión. Pero el interesado en la figura de Pablo comenzará por leer los Hechos de los Apóstoles, que recogen las tradiciones más antiguas sobre su trayectoria misionera.

Toda lectura de las epístolas paulinas debe aspirar a alcanzar la cumbre de la Carta a los romanos, en que el apóstol expone de forma acabada y serena sus ideas teológicas. Pero hasta llegar a ese promontorio hay que emprender un largo viaje intelectual y espiritual. A diferencia de la predicación popular, tan clara y directa, del rabí Jesús, el entendimiento de los textos paulinos necesita un comentario. Cualidad observada ya muy temprano: en otro escrito neotestamentario, se dice de las cartas de Pablo que "hay algunos puntos difíciles de comprender, puntos que los que carecen de instrucción y firmeza interpretan erróneamente" [2 Pe 3,16].

Desde luego no es fácil leer ahora a palo seco las cartas de San Pablo sin una buena introducción. Entre el piélago de libros dedicados a la vida y la obra de San Pablo, me atrevo a recomendar por mi cuenta un librito reciente del profesor de NT Senén Vidal: Iniciación a Pablo [Sal Terrae, 2008]. Se trata de una "abreviatura" de otros estudios del autor sobre las cartas paulinas, que explica lo más elemental que debe saberse hoy sobre San Pablo al iniciar su lectura.

Nuestro conocimiento de las cartas de San Pablo es por lo común parcial y fragmentario. Algunas de sus páginas son de dominio público, como su inmortal "himno al amor" (1 Co 13,4-7). Fuera de éste y otros tópicos, hoy sólo se oye a Pablo en fragmentos, en la liturgia (que es su lugar sin duda), pero no se acostumbra a abordarlo seriamente, de corrido, como no sea en las escuelas de teología. No parece sólito que un seglar lea y estudie por gusto al apóstol. La lectura, por ejemplo, de su correspondencia con la comunidad de Corinto, podría provocarnos la ilusión de que ya hemos entendido a San Pablo. Es cierto que muchos pasajes parecen poseer un sentido directo, pero muy pronto, cuando avanzásemos en la lectura, sus ideas comenzarán a parecernos incomprensibles.

La dificultad de los escritos paulinos, observada de antiguo, exige que nos la expliquemos (dar con las dificultades, como dar en hueso, supone haber recorrido ya la mitad del camino para allanarlas). El primer obstáculo, de cajón, es que pasamos por alto que la acción apostólica de Pablo se realizaba sobre todo con su presencia y su predicación en las asambleas. Como en el caso de tantos maestros, profetas y predicadores de la antigüedad, el de Pablo fue un magisterio oral. El afecto que le tuvieron sus comunidades sólo se explica porque lo conocieron en persona, no por la fría mediación de sus escritos, a los que por eso mismo trataba de volcar un gran sentimiento y pasión. Sus cartas eran tan sólo el medio de mantener el contacto con las comunidades distantes, o el anuncio de su próxima llegada y el avance de sus enseñanzas; eran correspondencia.

El mensaje más vibrante de Pablo, que era de viva voz, se perdió con su prisión y martirio en Roma, y así habremos de conformarnos con el testimonio escrito de sus cartas, que no obstante cumplen a la perfección el axioma de McLuhan de que el medio es el mensaje: el anuncio de una buena nueva.

Seguramente Pablo hubiera sido en nuestro tiempo un gran usuario de las nuevas tecnologías (email, mobile phone... blog!), y hoy habría grabado en video sus discursos y prédicas en las sinagogas y las habría difundido en DVD o por youtube, como hacen ahora los predicadores de todas las religiones del mundo. Pero como autor de la antigüedad, leer a Pablo nos exige hacernos cargo de las tecnologías de las comunicaciones de su tiempo.

La forma epistolar, signo material de la correspondencia entre el apóstol Pablo (ausente) y sus comunidades (distantes), nos plantea una segunda dificultad. La enseñanza epistolar paulina contiene un mensaje universal, pero está entreverada con las respuestas a los problemas que le planteaban las comunidades cristianas con las que se relacionó en sus viajes misioneros. Por eso en buena medida las cartas son escritos ocasionales, no tratados universales, y en consecuencia las cuestiones que discute Pablo muchas veces nos parecerán extrañas, porque no estamos en situación. La tarea del lector de estas cartas será por tanto desbrozar aquel fondo de enseñanza universal, predicada por el apóstol para todos los tiempos, y separarla de las discusiones particulares de un tiempo y de un lugar.

Con todo, apenas hemos abordado todavía los mayores escollos que se presentan a un lector actual de San Pablo, que son ideológicos, esto es, la constelación de ideas sobre el mundo, el hombre y la religión, que el mensaje de San Pablo contiene y expresa. Pero tratar de este arduo asunto será tema de un nuevo post, para no alargar éste, que ya anda sobrado. Entre tanto, os deseo sinceramente a todos los lectores un Feliz Año Nuevo.

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