Si me pidiesen que buscara una sentencia de San Pablo, que de forma concisa expresase su pensamiento, escogería el versículo de Gálatas 5,1: Para que seamos libres, nos ha liberado Cristo [τῇ ἐλευθερίᾳ ἡμᾶς Χριστὸς ἠλευθέρωσεν / qua libertate Christus nos liberavit / the liberty wherewith Christ hath made us free].
Esta frase parece muy significativa, viniendo del apóstol que sufrió tantas prisiones, y que seguramente tuvo entre su auditorio, en las asambleas cristianas, a muchos siervos, esclavos y libertos. Pablo había probado la cautividad -crede experto- y sabía bien, por privación, qué significaba para sí y sus compañeros la libertad. Pero, ¿estamos seguros de entender en nuestros días qué quiso decirle a los gálatas, y a nosotros?
Hoy el santo nombre de la libertad está contaminado, tal vez como en los mismos días del apóstol. Asociamos la libertad, al instante, con las libertades públicas, las libertades civiles y políticas. Nuestra idea de la libertad no procede de nuestra experiencia de vida, sino que aparenta estar intoxicada por la humareda ideológica. Creemos ser libres porque nos instruye la propaganda con que lo somos, no porque nos sintamos realmente libres en nuestro interior. Pero si no sabemos bien qué es ser libre, ¿advertiremos el momento en que nos reduzcan a la condición de esclavos? Ô Liberté, que de crimes on commet en ton nom!
Christus nos liberavit, Cristo nos ha liberado. Esto es lo que habremos de comprender. Esta máxima, auténtico principio paulino, se sitúa en el contexto de la discusión de Pablo con los judaizantes en las comunidades de la región de Galacia. Podríamos despachar nuestro interrogante diciendo simplemente que el apóstol Pablo polemizaba con los observantes de la Ley, y que predicaba que la persona de Cristo nos ha liberado de los preceptos de la Lex Vetus, obsequiándonos con la libertad de los hijos de Dios. Pero así no habríamos captado todavía mucho, salvo mera retórica teologal. Aunque aquella controversia sobre la fuerza de obligar de las antiguas costumbres (en especial la circuncisión) no tiene en absoluto un simple interés arqueológico, sugiero que por el momento nos abstraigamos de esa contienda. Vayamos pues al otro término de la máxima: el Cristo, el que dice Pablo que nos ha liberado.
Es una triste ironía de nuestro tiempo, descreído y cínico, que Cristo parezca no decir ya nada. Porque el nombre de Cristo tiene mucho que decir a los hombres de todos los tiempos (y algo intentaremos explicar aquí), aunque es cierto que su uso familiar en la Iglesia, a lo largo de los siglos, haya disipado las trazas de su sentido primitivo. Aquel profeta de Galilea, el rabí Jesús de Nazaret, decimos que es Cristo. Por eso enseguida a los que se reunían para oír predicar sobre Jesús se les llamó cristianos. No advertimos, sin embargo, que el uso por antonomasia del nombre de Cristo, de algún modo nos vela el significado de este nombre.
Hemos olvidado que la palabra Cristo es un helenismo, un extranjerismo en suma. Pero hemos de suponer que en la intención del apóstol Pablo estaba el hacerse entender por sus oyentes, y éste era realmente el caso. Sus oyentes, los judíos, prosélitos y gentiles grecoparlantes, entendían muy bien el significado de Christos, porque era la voz griega que en la Biblia de los LXX (las Escrituras de los judíos helenistas) vertía invariablemente el vocablo hebreo que designaba al Mesías. Esto se ve muy bien en el precioso versículo del Evangelio de San Juan, 1,41: ...el Mesías (que quiere decir Cristo) [τὸν Μεσσίαν· ὅ ἐστιν μεθερμηνευόμενον Χριστός / Messiam quod est interpretatum Christus / the Messias, which is, being interpreted, the Christ]. De hecho, Mesías es otro vocablo ya naturalizado en nuestra lengua, pero de origen semítico, que en hebreo quiere decir "el ungido" (i.e. el investido como rey). Por este motivo las versiones modernas en lenguas semíticas del Nuevo Testamento desconocen el término Cristo, que la versión árabe, por ejemplo, traduce siempre por al-masih (de masaha, ungir), expresión que por parentesco es ya fidelísima al original hebreo.
Esta ilustración etimológica nos ayuda a comprender mejor la propiedad del pasaje de Jn 19,19-20: "Pilato mandó escribir y poner sobre la cruz un letrero con esta inscripción: Jesús de Nazaret, el rey de los judíos. La inscripción fue leída por muchos judíos, porque el lugar donde Jesús había sido crucificado estaba cerca de la ciudad. Además, estaba escrito en hebreo, en latín y en griego". Y así era, porque cuando Jesús se anunció como Mesías, quiere decir, traducido, que se proclamó Rey de los Judíos.
El Mesías, el Cristo, el ungido..., el rey profetizado que habría de reunir y dar paz a su pueblo (cfr. p.ej. Ez 37,21-28) decimos los "cristianos" que es aquel galileo, Jesús, de Nazaret. Y no otra cosa había dicho el apóstol Pablo a los cristianos de Galacia: el Cristo, esto es, el rey que nos había de liberar, nos ha liberado. Luego nos inclinaríamos a pensar que Pablo, en Gal 5,1, está formulando una tautología: nuestro libertador nos ha liberado. Y en cierta manera es así, porque el término libertad no añade ningún sentido nuevo que no estuviera ya presente en el título de Mesías, el ungido. Pablo en este pasaje no hace más que recordar a sus oyentes grecojudíos el sentido del Mesías libertador, que todos aguardaban, y que los cristianos de entonces creyeron que llegó en la persona de Jesús.
Con lo que Pablo quiso decir en ese pasaje, y así lo entendían perfectamente sus oyentes, judíos de la diáspora al tanto de las promesas de las Escrituras, es que el pueblo de Dios ya es libre, que las promesas ya se han cumplido. Pero temo que no hayamos avanzado más allá de captar el sentido literal de este pasaje de la epístola a los gálatas. Una comprensión profunda requeriría que compartiésemos las esperanzas del pueblo de Israel y su experiencia histórica. Una exposición simplista de estas palabras de San Pablo enfatizaría su ruptura con las tradiciones judías, pero pienso que éste es un enfoque equivocado. Pablo hablaba aquí a judíos, o por lo menos a prosélitos y simpatizantes, que compartían una misma esperanza y aguardaban a un mismo Mesías. Si no somos capaces de recuperar esta tradición y esta esperanza, muy difícilmente lograremos entender el mensaje del apóstol. Aquí tenemos tema para prolongar nuestra meditación de lo que dice San Pablo a los creyentes y dubitantes de hoy. Pero basta por ahora.
Esta frase parece muy significativa, viniendo del apóstol que sufrió tantas prisiones, y que seguramente tuvo entre su auditorio, en las asambleas cristianas, a muchos siervos, esclavos y libertos. Pablo había probado la cautividad -crede experto- y sabía bien, por privación, qué significaba para sí y sus compañeros la libertad. Pero, ¿estamos seguros de entender en nuestros días qué quiso decirle a los gálatas, y a nosotros?
Hoy el santo nombre de la libertad está contaminado, tal vez como en los mismos días del apóstol. Asociamos la libertad, al instante, con las libertades públicas, las libertades civiles y políticas. Nuestra idea de la libertad no procede de nuestra experiencia de vida, sino que aparenta estar intoxicada por la humareda ideológica. Creemos ser libres porque nos instruye la propaganda con que lo somos, no porque nos sintamos realmente libres en nuestro interior. Pero si no sabemos bien qué es ser libre, ¿advertiremos el momento en que nos reduzcan a la condición de esclavos? Ô Liberté, que de crimes on commet en ton nom!
Christus nos liberavit, Cristo nos ha liberado. Esto es lo que habremos de comprender. Esta máxima, auténtico principio paulino, se sitúa en el contexto de la discusión de Pablo con los judaizantes en las comunidades de la región de Galacia. Podríamos despachar nuestro interrogante diciendo simplemente que el apóstol Pablo polemizaba con los observantes de la Ley, y que predicaba que la persona de Cristo nos ha liberado de los preceptos de la Lex Vetus, obsequiándonos con la libertad de los hijos de Dios. Pero así no habríamos captado todavía mucho, salvo mera retórica teologal. Aunque aquella controversia sobre la fuerza de obligar de las antiguas costumbres (en especial la circuncisión) no tiene en absoluto un simple interés arqueológico, sugiero que por el momento nos abstraigamos de esa contienda. Vayamos pues al otro término de la máxima: el Cristo, el que dice Pablo que nos ha liberado.
Es una triste ironía de nuestro tiempo, descreído y cínico, que Cristo parezca no decir ya nada. Porque el nombre de Cristo tiene mucho que decir a los hombres de todos los tiempos (y algo intentaremos explicar aquí), aunque es cierto que su uso familiar en la Iglesia, a lo largo de los siglos, haya disipado las trazas de su sentido primitivo. Aquel profeta de Galilea, el rabí Jesús de Nazaret, decimos que es Cristo. Por eso enseguida a los que se reunían para oír predicar sobre Jesús se les llamó cristianos. No advertimos, sin embargo, que el uso por antonomasia del nombre de Cristo, de algún modo nos vela el significado de este nombre.
Hemos olvidado que la palabra Cristo es un helenismo, un extranjerismo en suma. Pero hemos de suponer que en la intención del apóstol Pablo estaba el hacerse entender por sus oyentes, y éste era realmente el caso. Sus oyentes, los judíos, prosélitos y gentiles grecoparlantes, entendían muy bien el significado de Christos, porque era la voz griega que en la Biblia de los LXX (las Escrituras de los judíos helenistas) vertía invariablemente el vocablo hebreo que designaba al Mesías. Esto se ve muy bien en el precioso versículo del Evangelio de San Juan, 1,41: ...el Mesías (que quiere decir Cristo) [τὸν Μεσσίαν· ὅ ἐστιν μεθερμηνευόμενον Χριστός / Messiam quod est interpretatum Christus / the Messias, which is, being interpreted, the Christ]. De hecho, Mesías es otro vocablo ya naturalizado en nuestra lengua, pero de origen semítico, que en hebreo quiere decir "el ungido" (i.e. el investido como rey). Por este motivo las versiones modernas en lenguas semíticas del Nuevo Testamento desconocen el término Cristo, que la versión árabe, por ejemplo, traduce siempre por al-masih (de masaha, ungir), expresión que por parentesco es ya fidelísima al original hebreo.
Esta ilustración etimológica nos ayuda a comprender mejor la propiedad del pasaje de Jn 19,19-20: "Pilato mandó escribir y poner sobre la cruz un letrero con esta inscripción: Jesús de Nazaret, el rey de los judíos. La inscripción fue leída por muchos judíos, porque el lugar donde Jesús había sido crucificado estaba cerca de la ciudad. Además, estaba escrito en hebreo, en latín y en griego". Y así era, porque cuando Jesús se anunció como Mesías, quiere decir, traducido, que se proclamó Rey de los Judíos.
El Mesías, el Cristo, el ungido..., el rey profetizado que habría de reunir y dar paz a su pueblo (cfr. p.ej. Ez 37,21-28) decimos los "cristianos" que es aquel galileo, Jesús, de Nazaret. Y no otra cosa había dicho el apóstol Pablo a los cristianos de Galacia: el Cristo, esto es, el rey que nos había de liberar, nos ha liberado. Luego nos inclinaríamos a pensar que Pablo, en Gal 5,1, está formulando una tautología: nuestro libertador nos ha liberado. Y en cierta manera es así, porque el término libertad no añade ningún sentido nuevo que no estuviera ya presente en el título de Mesías, el ungido. Pablo en este pasaje no hace más que recordar a sus oyentes grecojudíos el sentido del Mesías libertador, que todos aguardaban, y que los cristianos de entonces creyeron que llegó en la persona de Jesús.
Con lo que Pablo quiso decir en ese pasaje, y así lo entendían perfectamente sus oyentes, judíos de la diáspora al tanto de las promesas de las Escrituras, es que el pueblo de Dios ya es libre, que las promesas ya se han cumplido. Pero temo que no hayamos avanzado más allá de captar el sentido literal de este pasaje de la epístola a los gálatas. Una comprensión profunda requeriría que compartiésemos las esperanzas del pueblo de Israel y su experiencia histórica. Una exposición simplista de estas palabras de San Pablo enfatizaría su ruptura con las tradiciones judías, pero pienso que éste es un enfoque equivocado. Pablo hablaba aquí a judíos, o por lo menos a prosélitos y simpatizantes, que compartían una misma esperanza y aguardaban a un mismo Mesías. Si no somos capaces de recuperar esta tradición y esta esperanza, muy difícilmente lograremos entender el mensaje del apóstol. Aquí tenemos tema para prolongar nuestra meditación de lo que dice San Pablo a los creyentes y dubitantes de hoy. Pero basta por ahora.
Joaquín:
ResponderEliminarEl tema que tratas es denso, pero muy enriquecedor si podemos llegar a comprenderlo.
La libertad interior es premisa
" sine qua non " para la exterior, y concepto superior.
Es en el desprendimiento del mundo y en el acercamiento a la doctrina de Jesús, donde podemos encotrar una auténtica libertad en las cadenas de este mundo.
Esperemos continuación...
Sí, Morgenrot, ese es el camino. Creo que la enseñanza de San Pablo, acerca de Jesús, el Cristo, va encaminada a mostrarnos el más auténtico sentido de la libertad. Por eso comienzo en el post dudando de que realmente entendamos qué es la libertad.
ResponderEliminarHaceis bien en buscarle 3 pies al gato de la Libertad paulina, que por fuerza se refería a algo más que a la pérdida de la libertad física.
ResponderEliminarAunque sólo sea porque como ciudadano romano, me imagino sus prisiones como una suerte de "high class" de las cárceles de la época.
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