Merece la pena comentar el libro Otra filosofía cristiana, de Enrique González Fernández, que acaba de publicarse [Herder]. El autor es sacerdote diocesano, doctor en filosofía por el Angelicum de Roma (1992). En la actualidad enseña en la Universidad San Dámaso, dependiente del Arzobispado de Madrid. Fue estrecho amigo y colaborador de Julián Marías en sus últimos años de vida, a cuyo pensamiento ha dedicado, entre otros libros, Julián Marías. Apóstol de la divina razón [sanpablo]. Este nuevo libro, Otra filosofía cristiana, continúa esta singular cadena de estudios dedicados a Marías, el discípulo de Ortega y Gasset.
Es un libro denso, largo (podría haberse extractado), y abordarlo críticamente, no con asentimiento servil, exigiría contar con saberes enciclopédicos, que yo estoy bastante lejos de poseer. Entre otros, dominar la ciencia tomista (soy un simple aprendiz), y por otro lado, conocer el pensamiento de José Ortega y Gasset y de su discípulo de Julián Marías. Pero de ambos sólo tengo un conocimiento periférico. A Ortega, tal vez injustamente, lo valoro más por sus cualidades literarias. Y respecto de Julián Marías (que también escribía muy bien), estimo sobre todo sus memorias, Una vida presente, libro muy importante de la cultura española [pdespuma]. Ahora bien, barajar estos dos saberes (el tomismo y el orteguismo) supera mis flacas fuerzas. Pero hay que intentarlo. La tesis del autor (si no la he captado mal) es que hay que abandonar el tomismo por caduco (es la vieja filosofía cristiana), y adoptar una filosofía cristiana nueva, que don Enrique González propone que se fundase en el humanismo y el raciovitalismo (la divina razón) de Julián Marías y de su maestro José Ortega y Gasset. Confieso que leer este libro me ha producido un shock, del que me gustaría librarme poniendo en orden mis pobres ideas. No puedo sin embargo llegar a conclusiones tajantes en absoluto, sino tan sólo apuntar mis dudas sobre las cuestiones que pone en liza el autor.
FILOSOFÍA CRISTIANA. Es una noción tan antigua como el mismo Cristianismo, cuya literatura primitiva ya está grávida de filosofía (p.ej. el prólogo del evangelio de San Juan). Pero es una polémica que puede situarse más cerca en tiempo, con el movimiento neotomista, precisamente cuando el tomismo entra en crisis (encíclica Aeterni Patris de 4 de agosto de 1879, de León XIII). Sobre este tema es provechoso leer las Gifford Lectures de 1931, de Étienne Gilson, dedicadas a The Spirit of Medieval Philosophy [ver], de las que hay traducción castellana [Rialp]. En qué sentido la obra del Aquinate encarna por excelencia la filosofía cristiana, es discutible. Yo pienso que Tomás de Aquino distinguía a la perfección entre la sacra doctrina, fundada en la revelación, y las philosophicas disciplinas, fundadas en la razón (en la S.Th., Iª q. 1 a. 1, Videtur quod non sit necessarium, praeter philosophicas disciplinas, aliam doctrinam haberi). En ese sentido, no puede llamarse con propiedad a la doctrina de Tomás como una filosofía cristiana, sino con más rigor una ciencia sagrada [cth]. En mi opinión, no existe la filosofía cristiana, porque la filosofía en sí misma no tiene creencia (igual que, como se ha repetido muchas veces, no existe una matemática cristiana). Cuestión distinta es que una filosofía químicamente pura, sin olor, color ni sabor, i.e. exenta de elementos creyentes (o increyentes) tampoco ha existido nunca. Los pensadores de todas las épocas han estado situados siempre en un marco de creencias, desde el que hay que comprenderlos. Podemos tomar el caso de Friedrich Nietzsche. Es innegable que, en la superficie, el autor de la Maldición sobre el cristianismo profesaba un ateísmo agresivo contra la religión cristiana. Pero también podría concebirse que el esquema lógico de su pensamiento pudiera separarse, en una alquitara filosófica, y se intentara una trasposición al cristianismo. Sería un Nietzsche cristianizado. Nos damos cuenta, sin embargo, que elementos importantes de su prédica (como es el sobrehombre, el Übermensch), casan muy mal con el mensaje del nazareno, y en general son insostenibles para cualquier creyente en Dios (si hay Dios, no puedes ser un gran hombre). Por tanto, es verdad que no todo esquema filosófico es inmiscible con el cristianismo.
CONTRA EL TOMISMO. También es antigua la oposición a la doctrina de Tomás de Aquino, que se remonta a sus propios días. Esta es otra cuestión que habría que analizar, es curioso, recurriendo al método de las escuelas (la escolástica), proponiendo razones a favor y en contra (sic et non). A mi parecer, esta es la parte más endeble del libro de don Enrique González. Yo no diría que el tomismo, o más exactamente la doctrina de Tomás, no sea criticable, o incluso repudiable. Pero no creo que sus posibles defectos consistan en un problema intrínseco de su filosofía o su teología, sino en una incompatibilidad con opciones más profundas del estudiante o del lector. Es cierto, desde luego, que un filósofo que profese doctrinas marxistas o nietzschianas no puede comulgar con Tomás. Pero tomada en conjunto, la obra de Tomás (el corpus thomisticum) es coherente y admirable, y merece la pena también hoy ser discípulo de Tomás. Otros quizá prefieran profesar de discípulos de Karl Marx, o de Friedrich Nietzsche, es una cuestión de gustos. Don Enrique González, contra el tomismo, repite argumentos que provienen de Nicolas Malebranche, que es llamativo que los repitiese don José Ortega y Gasset (de donde parecen tomarse). Uno es que la doctrina de Tomás de Aquino, se funda en un autor pagano, Aristóteles, luego no puede ser cristiana. Otro es que Tomás citaba repetidas veces a autores islámicos, como Avicena y Averroes, y su filosofía, más que cristiana, parece musulmana (ver página 34 del libro). Creo que estos argumentos no impresionan hoy a ningún tomista serio. Yo aquí no voy a hacer ninguna defensa, ni loa ni alabanza de la doctrina de Santo Tomás de Aquino. Pero sí me gustaría hacer una breve reflexión alternativa. ¿Por qué tantas personas estudian hoy a Aristóteles? Y para estudiar a Aristóteles, ¿hay que profesar su religión astral? La doctrina aristotélica de las cuatro causas tampoco puede decirse que sea pagana (basta leer a Immanuel Kant, o consultar los estudios internacionales sobre lógica y epistemología). Pero continuar por aquí sería agotador. Lo mismo que responder al exabrupto de que la filosofía de Tomás sería una especie de filosofía musulmana (pero se omite o ignora que Tomás también citó en su obra a filósofos judíos), lo que a estas alturas no merece comentario alguno.
¿EL CRISTIANISMO, ES UN HUMANISMO? Nuestra respuesta, también al modo escolástico, sería: secundum quid (según y conforme). El autor, don Enrique González, como Marías, piensa que sí, que es posible concebir un humanismo cristiano. Pero es muy difícil discutir esta opción, precisamente porque es opcional. En parte, el humanismo es una noción muy resbaladiza, sobre la que se tiene una cierta prevención. Puede citarse la definición de 'humanismo' del Diccionario de la Lengua Española: "Sistema de creencias centrado en el principio de que las necesidades de la sensibilidad y de la inteligencia humana pueden satisfacerse sin tener que aceptar la existencia de Dios y la predicación de las religiones" (o sea que lo mismo da carne que pescado), o la definición del Larousse: "Philosophie qui place l'homme et les valeurs humaines au-dessus de toutes les autres valeurs" (au-dessus, por encima). Aunque hay que reconocer que muchos pensadores cristianos (entre ellos, este Enrique González) hacen esfuerzos por defender que el cristianismo es un humanismo. Confieso que al leer esta propuesta, me acordé de un libro célebre en su tiempo, El cristianismo no es un humanismo (1966), del canónigo malagueño José María González Ruiz (sobrino del beato José Manuel González García, el apóstol de la Eucaristía [archisevilla]), que se apoyaba en la Constitución dogmática Lumen gentium. El cristianismo es, sobre todo, la predicación del Reino de Dios, que no es de este mundo. No se excluye que un cristiano pueda estar inclinado al ideario humanista (como podría estarlo, tal vez, al ideario marxista), pero eso no forma parte de la fe cristiana, sino que es una opción legítima y autónoma de este mundo. El ajedrez no tiene nada que ver con las creencias. Hay ajedrecistas de todas las religiones del mundo (también increyentes). Sin identificarse con ninguna religión, el ajedrez (deporte, ciencia y arte), puede hacer de nosotros mejores personas, porque tiene valores humanos. De igual modo, en mi opinión, no hay nada que impida aceptar un humanismo cristiano, pero es más problemático que se pueda construir una filosofía cristiana sobre la base del humanismo.
EL RACIOVITALISMO. Es otro cantar. El autor, don Enrique González, se pregunta en ocasiones el porqué de la marginación oficial de José Ortega y Gasset (y por derivación, de su discípulo Julián Marías) en el franquismo. La razón es evidentísima, si se tiene presente que entonces la filosofía de curso legal en los estudios civiles y eclesiásticos era el (neo)tomismo, y la enemistad de Ortega y Gasset con la escolástica. El profesor Gonzalo Sobejano (fallecido el año pasado 2019), en su importante libro Nietzsche en España (1890-1970), explicaba que el pensamiento de Ortega y Gasset (el raciovitalismo) estaba modelado de manera transparente sobre el de Nietzsche. Ortega habría sido algo así como un Nietzsche hispánico, pero despojado de la beligerancia anticristiana aparatosa. Si uno rememora (de las lecturas del bachillerato) la teoría orteguiana de la minoría selecta, opuesta a las masas, no tiene más remedio que compararla con la delirante figuración del Übermensch. Yo diría que habría que estudiar más a Friedrich Nietzsche, pero por la simple razón de que conocía muy bien la esencia del cristianismo, que consiste en la fe en un crucificado, es decir un ajusticiado (como lo fueron, a imitación del maestro, Edith Stein, Maksymilian Maria Kolbe, Óscar Arnulfo Romero o Pedro Poveda). Quiero terminar citando las conocidas palabras de San Pablo, en la primera carta a los corintios, que es un lugar clásico sobre este tema de la filosofía cristiana:
EL RACIOVITALISMO. Es otro cantar. El autor, don Enrique González, se pregunta en ocasiones el porqué de la marginación oficial de José Ortega y Gasset (y por derivación, de su discípulo Julián Marías) en el franquismo. La razón es evidentísima, si se tiene presente que entonces la filosofía de curso legal en los estudios civiles y eclesiásticos era el (neo)tomismo, y la enemistad de Ortega y Gasset con la escolástica. El profesor Gonzalo Sobejano (fallecido el año pasado 2019), en su importante libro Nietzsche en España (1890-1970), explicaba que el pensamiento de Ortega y Gasset (el raciovitalismo) estaba modelado de manera transparente sobre el de Nietzsche. Ortega habría sido algo así como un Nietzsche hispánico, pero despojado de la beligerancia anticristiana aparatosa. Si uno rememora (de las lecturas del bachillerato) la teoría orteguiana de la minoría selecta, opuesta a las masas, no tiene más remedio que compararla con la delirante figuración del Übermensch. Yo diría que habría que estudiar más a Friedrich Nietzsche, pero por la simple razón de que conocía muy bien la esencia del cristianismo, que consiste en la fe en un crucificado, es decir un ajusticiado (como lo fueron, a imitación del maestro, Edith Stein, Maksymilian Maria Kolbe, Óscar Arnulfo Romero o Pedro Poveda). Quiero terminar citando las conocidas palabras de San Pablo, en la primera carta a los corintios, que es un lugar clásico sobre este tema de la filosofía cristiana:
"El mensaje de la cruz es una locura para los que se pierden, pero para los que se salvan –para nosotros– es fuerza de Dios. Porque está escrito: "Destruiré la sabiduría de los sabios y rechazaré la ciencia de los inteligentes". ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el hombre culto? (ποῦ σοφός; ποῦ γραμματεύς;) ¿Dónde el razonador sutil de este mundo? ¿Acaso Dios no ha demostrado que la sabiduría del mundo es una necedad? En efecto, ya que el mundo, con su sabiduría, no reconoció a Dios en las obras que manifiestan su sabiduría, Dios quiso salvar a los que creen por la locura de la predicación. Mientras los judíos piden milagros y los griegos van en busca de sabiduría, nosotros, en cambio, predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos, pero fuerza y sabiduría de Dios para los que han sido llamados, tanto judíos como griegos. Porque la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza de los hombres. Hermanos, tengan en cuenta quiénes son los que han sido llamados: no hay entre ustedes muchos sabios, hablando humanamente, ni son muchos los poderosos ni los nobles. Al contrario, Dios eligió lo que el mundo tiene por necio, para confundir a los sabios; lo que el mundo tiene por débil, para confundir a los fuertes; lo que es vil y despreciable y lo que no vale nada, para aniquilar a lo que vale. Así, nadie podrá gloriarse delante de Dios."
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