Este lunes, de vuelta a casa, encontré en el buzón el primer número de Isla de Siltolá, revista de poesía [Ediciones de la Isla de Siltolá]. Gracias a Dios, no comienzo la semana con una multa de tráfico, ni con el recibo de la luz, ni con la cuenta del cortinglés, sino en plan lírico, lírico.
A mí las revistas poéticas me gustan, aunque me saturen tanto como los museos. Suelo referir que en cualquier ciudad del mundo en que me halle, lo último que pienso en visitar son los museos, así sea el British Museum, el Louvre o los Musei Vaticani: me aburren soberanamente, y prefiero el callejeo desordenado y despistarme entre la gente. Y en cuanto a la poesía, me gusta oírla recitada o cantada con arrojo y convencimiento. Pero ya sé que hay poemas que se han compuesto como para leerlos en un breviario, en actitud cuasi orante (Juan Ramón...). Así pues, tampoco está mal leer en ocasiones versos en el gabinete.
Bueno, tengo motivos para tener afición a las revistas poéticas, que son casi objeto de coleccionismo. Entre los papeles que guardo con más aprecio, y que acabarán pereciendo, ay dolor, en un incendio, robo o inundación, si no en el mercadillo de El Jueves (vaya usted a saber), tengo cuatro números de la revista Ocnos (título tan previsible, siendo en Sevilla), que un cura de mi colegio sacó a ciclostil cuando yo estudiaba el bachillerato, en el curso 1979-1980. Por aquel entonces yo también, también, escribía poemas, y alguno me publicaron. De entonces p'acá los antiguos compañeros de pupitre ya nos hemos puesto corbata (real o figurada) y nos abandonaron irremediablemente las musas.
Pues ahora me llega por correo esta Isla de Siltolá, que dirige nuestro amigo Javier Sánchez Menéndez. Él me consentirá la broma de decir que si Javier no existiera, "habría que inventarlo". Y así lo creo, con sinceridad, porque Javier Sánchez Menéndez es, entre otras cosas más, un gran animador literario de Sevilla y au-delà, y eso es decir muchísimo en esta capital ecuménica de la poesía. La revista que anda por su número 1, y que se abre con un artículo de Aquilino Duque, no es oportunista, lo sé de buena tinta, sino que es el fruto maduro de toda una juventud literaria, la de Javier. Aquí todos los poetas son amigos suyos, porque él es amigo de las buenas letras.
Mentiría si dijera que me ha gustado toda la revista. Unas cosas sí, y otras no tanto. Es verdad que todos estos poetas son primeros espadas, por emplear una muletilla que seguro no le desagradaría oír a don Aquilino Duque. Tampoco creo que moleste (y si es el caso, con perdón) que señale lo que más me ha gustado, porque sí:
Mucho, los poemas de Juan Bonilla, al que confieso con rubor que no he leído hasta ahora. "Cuanto sé de mí" me ha hecho bastante gracia.
El artículo "Escolios a una poética implícita", de Enrique García-Máiquez, en que comenta una antología de escolios (i.e. aforismos) metaliterarios de Nicolás Gómez Dávila (aunque no soy gomezdavilófilo, por razones que no vienen al caso ahora).
Los dos poemas del asturiano Xandru Fernández, traducidos por José Luís Piquero, aunque no me explico que no se haya confrontado la versión con el original asturiano (se anuncia próxima edición bilingüe en la prestigiosa editorial Trea).
Y me parecen muy semejantes, por su potente creatividad verbal e ideológica, los poetas José María Cumbreño y Miguel Agudo, a los que leo con mucho interés.
En cambio, no me han gustado los poemas de Miguel d'Ors y Luís Alberto de Cuenca. Esto lo digo porque soy admirador de la obra de ambos dos poetas, muy afines, de la misma promoción (¿novísima, postnovísima, post...?), y tal vez la expectación me traicione.
En fin, una barrilada poética, con la que comienzo de buen tono la semana. ¡Que Dios reparta suerte!