26 junio 2013

Comunista y latinista


"Sabe latín", ha sido el comentario. Antonio Maíllo (el orator de la imagen), elegido nuevo coordinador de la coalición Izquierda Unida de Andalucía, sabe latín. Maíllo es profesor de instituto, y estudió lenguas clásicas en Sevilla [El País]. Parece que haya provocado sorpresa que un comunista sepa latín, como si los latinistas hubiesen de ser siempre por fuerza señores de derechas, o si los comunistas hubiesen de ser gente del pueblo en el peor sentido. No se acuerdan ya de Agustín García Calvo (1926-2012), profesor en la universidad de Sevilla y en la Complutense, traductor de Heráclito, Lucrecio y Shakespeare, que si no militó en el partido comunista, cuando menos sí que fue un ácrata notorio. Ni tampoco de aquel ministro de Franco, Solís, que se hizo famoso por el lema (no se sabe si apócrifo) de "más gimnasia y menos latín".

El latín no es de derechas. Aunque si estudiar latín sea de derechas o de izquierdas, me parece una pregunta impertinente (lo mismo que si leer a Rafael Alberti y Pablo Neruda o, del otro lado, a Dámaso Alonso y Luís Rosales). Tampoco el amor o el odio son sentimientos particulares de las izquierdas o las derechas, sino de todo hombre o mujer que viene a este mundo. Destra e sinistra [Bobbio] son un esquema distributivo de las ideologías y los partidos políticos, no de los hombres ni de los estudios y artes. El cultivo de la humanidad [Nusbaum], los estudios liberales sólo prosperan en libertad e igualdad (non est discipulus super magistrum; perfectus autem omnis erit sicut magister eius, Lc 6,40). Aunque a algún demente se lo parezca, ni Virgilio es un facha, ni Lucrecio un rojo, antes los dos han de interesar a todos. Virgilio, cantor de la patria, debe ser un caso que interese a un marxista. Y del otro lado, el materialismo de Lucrecio pudiese fundar un despotismo del signo que fuere, fascista o comunista.

Mi afición a las lenguas clásicas no es nada poética, pues me viene de un estudio tan desabrido como el derecho. No me parece exagerado afirmar que el derecho que hoy se practica en Europa no es sino el derecho de Roma, aplicado a las necesidades del tiempo. El profesor de filosofía del derecho en la UCA (Jerez Fra.), Francisco Carpintero, tampoco duda que Tomás de Aquino, en sus tratados de lege y de iure de la Suma Teológica, es el máximo analista de la jurisprudencia romana. El jurista occidental es un jurista romano, pues si el derecho es una forma de razonar, el derecho romano, que es un derecho prudencial, ha modelado la mente de los juristas de occidente, aunque hoy el latín se quiera reducir al adorno de brocardos latinos en los escritos forenses [L'Ape Latina].

El latín es valioso como instrumento auxiliar de las ciencias sociales (decir que su valor es instrumental no es menosprecio, porque toda lengua es instrumento de comunicación, y nada más). Por eso habría que caer en la cuenta del interés que los estudios clásicos tuvieron en la antigua URSS [csmonitor]. La tradición latina interesa al materialismo histórico. En su aspecto más inmediato, la historia de Roma siempre instruye sobre el origen del poder, sobre las pugnas y antagonismos de clase, sobre las relaciones de la ciudad de Roma y los pueblos sojuzgados, sobre el sostenimiento de un extenso ejército de ocupación nutrido de mercenarios, y sobre la explotación económica de las provincias.

Pero hay algo más, que es la cultura romana como depósito ideológico. Es propio de cada cultura inculcar insensiblemente las ideas y creencias vigentes. Platón explica en su diálogo sobre la República el empleo de la poesía en la educación de los jóvenes. Por eso hay quien (como Karl Popper) tienen al pensamiento político platónico como una prefiguración del totalitarismo, que consiste en la imposición de las ideas a la realidad. Son los filósofos críticos, como fueron Marx-Engels (Die deutsche Ideologie. Kritik der neuesten deutschen Philosophie in ihren Repräsentanten Feuerbach, B. Bauer und Stirner, und des deutschen Sozialismus in seinen verschiedenen Propheten [marxist.org]) quienes denuncian el uso interesado de las doctrinas, la religión y las artes, como justificación de un estado de hecho de explotación o alienación. Nihil novum sub sole

La pregunta constante hoy, que casi se ha abandonado ya el latín en las escuelas, es por qué estudiar latin [nytimes]. Seguramente hoy los motivos han de ser muy distintos del estudio del inglés. En los días de Marco Tulio Cicerón, los jóvenes de familias distinguidas de Roma estudiaban griego y hacían un viaje de estudios a Atenas, igual que hoy los jóvenes estudiantes de inglés van en verano a Londres, Nueva York o Dublín. Pero el griego del siglo I a.C., sobre su innegable valor cultural, interesaba entonces, como hoy el inglés, por los intercambios, el comercio y los viajes. El griego era la lengua internacional de la antigüedad. Así se explica que el evangelio primitivamente se divulgase en griego en la comunidad de cristianos de Roma, que la formaban muchos judíos transeúntes del Mediterráneo (caso de Aquila y Priscilla, compañeros de Pablo de Tarso). De seguir el ejemplo de los antiguos romanos, hoy no habríamos de estudiar como ellos el griego, ni menos el latín, sino la lengua internacional de la ciencia, los negocios y los viajes, que es el inglés.

En los días de Tomás de Aquino, la lengua internacional de los estudios era el latín, que consentía a un escolar de Nápoles matricularse en la universidad de París. No era la lengua latina un objeto del estudio (no había latinistas), sino el vehículo lingüístico de la ciencia: el derecho, la medicina o la teología. Aunque el mismo Tomás es, además de excelente escolar, un modelo de escritura precisa: Stilus brevis, grata facundia; celsa, firma, clara sententia [Lumen Ecclesiae]. El latín era entonces, como ahora lo es el inglés, la música de la ciencia.

La tradición latina ya no se identifica con ninguna ideología. La iglesia católica perpetúa el uso del latín [vaticano], pero el cristianismo es una religión, no un movimiento político (y algunos pensamos que tampoco un sistema de doctrinas, al menos preponderantemente). El latín es de todos, y puede ser también la lengua de traducción de Das Kommunistische Manifest seu Praeconium Communisticum. El latín es hoy una auténtica lengua global, en que se difunden las noticias del mundo [Ephemeris].

La mejor razón para estudiar hoy latín, la tradición latina, es que nos hace herederos del humanismo romano y europeo, que es universal, y no toma partido por ningún interés particular, de clase o ideológico. El latinista hoy no es un egipticista sino un hombre de su tiempo. Contemplando el pasado, proyecta su visión al futuro. El latín nos hace más hombres, más dignos y elevados, y por eso molestos al poderoso, a quien gustaría que el ciudadano corriente se limitase a descansar mirando el televisor.

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