El otro día, tomando café, un amigo me descerrajó la pregunta temida: ¿Te has leído todos tus libros? Mi respuesta es que coleccionar libros, como la filatelia, es una afición que procura disfrute, sin necesidad de que cada libro sea consumido por entero: basta contemplarlo, poseerlo. Pero los bibliófilos también son lectores, por lo común. Leer y coleccionar libros son cosas diferentes, pero que pueden ir juntas.
En la Feria del Libro Antiguo de Sevilla de este año, del que voy haciendo mi crónica particular, aún he encontrado otros libros de precio módico: el Cervantes, clave española, de Julián Marías, y una bonita guía de Santiago de Compostela de Ramón Otero Pedrayo, con fotografías en blanco y negro, en una de esas ediciones de la editorial Noguer de los años 70, que andan desperdigadas en las librerías de viejo de toda España.
En la Feria del Libro Antiguo de Sevilla de este año, del que voy haciendo mi crónica particular, aún he encontrado otros libros de precio módico: el Cervantes, clave española, de Julián Marías, y una bonita guía de Santiago de Compostela de Ramón Otero Pedrayo, con fotografías en blanco y negro, en una de esas ediciones de la editorial Noguer de los años 70, que andan desperdigadas en las librerías de viejo de toda España.
Pero un hallazgo feliz ha sido cosa de un mes, en una librería de viejo en la que me gusta revolver. Yo había extraviado, o regalado, el librote de Hans Küng: ¿Existe Dios? Pues me encontré en esa librería un ejemplar de ocasión, en buen estado, de la edición de Cristiandad de 1979, por sólo 6 euros, que me llevé a casa. Ayer por la noche (no quiero ahorrarme contarlo), hojeaba las páginas que Küng dedica a Blaise Pascal, cuando se me ocurrió mirar si en las primeras páginas había alguna marca de propietario. Y lo que me encontré es nada menos que la dedicatoria del autor, en castellano: "Cordialmente, Hans Küng", con su elegante forma de trazar la diéresis sobre la Ü, como puede comprobarse en los autógrafos del autor que circulan por internet. Un modesto tesoro.
Por huir de tanto libro sobado y traído, me he asomado a la librería a husmear novedades. Esta vez me ha llamado la atención las memorias del longevo Mario Bunge, Entre dos mundos (Universidad de Buenos Aires), y leyendo de pie algunos pasajes en el pasillo, he comprendido que es uno de esos libros que ya no leeré. En parte es una propaganda de la filosofía racionalista, materialista, cientista, del autor, con su poco de chismografía académica (que si dio tal curso o conferencia, que si publicó no sé qué libro, que si viajó a no sé dónde, que si almorzó o cenó con no sé quién...). Total, que por falta de afinidad y sin ningúna curiosidad por las andanzas de este profesor, el libro no me interesa.
Y eso que el género de las memorias intelectuales me subyuga. De adolescente leí La evolución de mi pensamiento filosófico, de Bertrand Russell. El modelo antiguo son las Confesiones de San Agustín. Por eso se me ha abierto el apetito intelectual, y creo que los días de asueto que se avecinan de final de año me dedicaré a releer otro clásico, el Unended Quest de Karl Popper (del que tan próximo se siente Mario Bunge).
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