¿Cómo se hará sabio el que
maneja el arado y se enorgullece de empuñar la picana, el que guía los bueyes,
trabaja con ellos, y no sabe hablar más que de novillos? Él pone todo su empeño en
abrir los surcos y se desvela por dar forraje a las terneras.
Lo mismo pasa con el
artesano y el constructor, que trabajan día y noche; con los que graban las
efigies de los sellos y modifican pacientemente los diseños: ellos se dedican a
reproducir el modelo y trabajan hasta tarde para acabar la obra.
Lo mismo pasa con el
herrero, sentado junto al yunque, con la atención fija en el hierro que forja:
el vaho del fuego derrite su carne y él se debate con el calor de la fragua; el
ruido del martillo ensordece sus oídos y sus ojos están fijos en el modelo del
objeto; pone todo su empeño en acabar sus obras y se desvela por dejarlas bien
terminadas.
Lo mismo pasa con el alfarero, sentado
junto a su obra, mientras hace girar el torno con sus pies: está concentrado
exclusivamente en su tarea y apremiado por completar la cantidad; con su brazo modela la arcilla y con los
pies vence su resistencia; pone todo su empeño en acabar el barnizado y se
desvela por limpiar el horno.
Todos ellos confían en sus manos, y cada
uno se muestra sabio en su oficio. Sin ellos no se levantaría ninguna ciudad,
nadie la habitaría ni circularía por ella. Pero no se los buscará para el consejo del
pueblo ni tendrán preeminencia en la asamblea; no se sentarán en el tribunal
del juez ni estarán versados en los decretos de la Alianza. No harán brillar la
instrucción ni el derecho, ni se los encontrará entre los autores de
proverbios. Sin embargo, ellos afianzan la creación eterna y el objeto de su
plegaria son los trabajos de su oficio.
Eclo 38,25-34 [va]
El intelectual y el obrero.
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