14 mayo 2018

Javier Sádaba y la vida buena

No nos gusta contar lo que uno lee, por vergüenza, porque las lecturas son parte de la vida más íntima, y por eso los libros son de esas cosas que se llevan a escondidas, y se forran o encuadernan por pudor (los e-readers han sido un avance para la privacidad de la lectura). Es el caso del libro en el que he estado enfrascado, La vida buena. Cómo conquistar nuestra felicidad, del veterano filósofo Javier Sádaba [Península]. Me da un poco de vergüenza confesar que leo a Javier Sádaba. Unos días antes había acabado el diálogo platónico Filebo, que siempre me ha parecido espeso, y ahora lo he debido leer de corrido dos veces para enterarme. Es importante, porque contiene en abreviatura toda la historia de la ética. Pero le pasa como a todos los diálogos de Platón, que hay que leer entre líneas, para descubrir el mensaje subliminal oculto bajo superficie. En el Filebo, la farragosidad no sería, pienso, una debilidad de redacción, sino un efecto artístico deliberado, que representaría la dificultad de explicar con la razón, φρονεῖν [lid], el placer, la vida buena, χαίρειν [lid]. El libro de Sádaba continúa con naturalidad la reflexión platónica.

Es gracioso por qué medios el libro de Sádaba ha llegado a mis manos. Con los libros me pasan casualidades, o sincronicidades (como las llamaba Carl Gustav Jung). No las busco, pero me pasan. Nada más dejar en reposo a Platón, encuentro en un quiosco, de saldo, el libro de Sádaba sobre la vida buena. Sádaba sigue la antigua y noble meditación sobre la vida buena, como el Filebo. Sádaba se alinea con Epicuro, o con el Bertrand Russell de The Conquest of Happiness (1930). Pero yo diría que Sádaba está anticuado, porque se ha quedado anclado en la filosofía del linguistic turn, que no lleva a ninguna parte, más que a darle vueltas a las palabras.

A pesar de todo me ha resultado interesante el libro, bien construído y redactado, aunque con evidentes saltos mortales en el argumento, que son un síntoma de las mentalidades corrientes en nuestro país. Un ejemplo es la eutanasia, que ahora se pretende legalizar en España. Javier Sádaba, en este libro que ya tiene diez años, defiende la autonomía de cada uno para decidir el suicidio o la eutanasia. Hay que prestar atención a Sádaba, porque parece haber estado siempre en la onda ideológica del momento. El filósofo ha debido experimentar muy de cerca este dolor. Su mujer falleció de cáncer hace un par de años, en 2015, en la Unidad de Cuidados Paliativos del Hospital Universitario de La Paz. Lo ha relatado en su artículo de prensa "Recuerdo vivo", donde confiesa su miedo a morirse y a que mueran los que él ama. Dice: "habría que desterrar la inveterada manía de arreglar y controlar la existencia de los otros. Dejemos que cada uno resuelva, a su manera, el modo de existir elegido y, en consecuencia, de rematar, dentro de sus posibilidades, dicha existencia" [elpais].

Tendría que referirme a los dos últimos libros de Javier Sádaba, aunque no los haya leído. Hace un par de años publicó sus Memorias comillenses (iba para cura) [foca]. En el libro que comento, sobre la vida buena, va soltando recuerdos de sus años de internado con los curas, da la impresión que sin mucha gratitud ni simpatía. Y este año publica sus Memorias desvergonzadas [almuzara]. Me hace reir este título, e incluso la solapa del periodista Aberasturi: "Para deleite de muchos, ligero cabreo tal vez de algunos y motivo de reflexión para todos los que seguimos en esto de la vida, intentando encontrar una razón en un mundo brutalmente dual". Me hace reír, porque es verdad que leo a Sádaba con ligero cabreo. Sábada me respondería: si no te gusta lo que estás leyendo, Joaquín, deja de leerme, sé feliz y lee cualquier otro libro que te plazca... Pero será que me ha infectado el virus filosófico, y querría entrar con el escalpelo (metáfora favorita de Sádaba) en las cosas que dice.

Es notorio que Javier Sádaba, para explicar la vida buena, parte de una base agnóstica (se vive bien, si se vive sin Dios). Tiene además una idea cuando menos pintoresca de la religión, una religión sin Dios, intramundana. Dice: "Si por religión, en sentido amplio, se entiende el planteamiento que hacemos sobre el todo de nuestra vida, la pregunta por el sentido de nuestra existencia o la reflexión que se vuelve sobre uno mismo para plantearse quién es, qué quiere ser y qué puede ser, entonces todos somos religiosos" (página 39). Esto me parece a mí un simple juego de palabras, que disuelve el concepto de religión, que nuestro diccionario todavía define como el "conjunto de creencias o dogmas acerca de la divinidad, de sentimientos de veneración y temor hacia ella, de normas morales para la conducta individual y social y de prácticas rituales, principalmente la oración y el sacrificio para darle culto" [DLE]. Sin Dios no se puede definir la religión, y es problema de los ateos, no de los demás, que no entiendan el concepto. Tal vez se pueda vivir bien como ateo, pero no es un género de vida que deba postularse como universal, para todos, como hace Sádaba. El ateísmo tiene sus riesgos, porque no reconoce ninguna verdad absoluta, libre de las pasiones e intereses humanos, y llega un momento que todo vale.

Una ética sin Dios acaba siendo pequeñoburguesa, orientada al propio bienestar (si yo estoy bien, todos acabaremos bien). Dice Sádaba: "Si mi cuerpo funciona con aceptable normalidad, no me faltan útiles para satisfacer las necesidades básicas y hasta un tolerable lujo, no padezco un carácter endeble y merezco la confianza de mis semejantes, soy objetivamente feliz. Y lo será cualquier otro al que le suceda lo mismo". Es difícil replicar a esto. Aunque parece que lleva a la conclusión de que si nos falta alguno de esos elementos (porque soy viejo o enfermo o incapaz de moverme, me falta para comer o para pagar el recibo de la luz, no me puedo permitir ningún lujo, y nadie me hace caso), seremos, según Javier Sádaba, objetivamente infelices. Esta filosofía es deficiente.

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