14 septiembre 2018

Nuevo elogio del ajedrez

Este verano, paseando por el mercado o rastro sevillano del Jueves, me encontré con un libro viejo de ajedrez, del campeón de España Dr. Ramón Rey Ardid, Los principios del ajedrez (Zaragoza, Tipografía "La Académica", 1943, 4ª ed.). Es un libro lleno de diagrámas y ejercicios, muy bien estructurado y contado. Me parece tan familiar como una gramática latina o un curso de geometría, y me ha estimulado a reverdecer mi afición al juego. Aprendí con siete años, aunque nunca he sido un "jugador de club", lo que siento como una carencia. Hacer un elogio del ajedrez, como el de cualquier otra actividad grata que no sea un deber (como es practicar el piragüísmo, estudiar inglés, asistir a conciertos de música, o leer a Stefan Zweig), parece un ejercicio escolar, pero es siempre necesario repetirlo. Este va a ser mi modesto elogio a un juego que me ha hecho disfrutar durante muchas horas de ocio. 

CABALLERESCO. En su origen el ajedrez debió ser un juego de aprendizaje de príncipes y caballeros, que completaba los entrenamientos de palestra. Platón y Aristóteles lo habrían estudiado en sus tratados políticos, si hubiesen conocido el juego. Pero el ajedrez tiene ya otro sentido en las sociedades modernas. El jugador puede sentirse como un príncipe (o como una dama, si es jugadora, no hay que olvidar la perspectiva amplia del género), y le libera mentalmente de un entorno desagradable. No digo sólo de la pobreza, pero también de los ambientes groseros de la gente adinerada. El ajedrez es un juego de gran elegancia espiritual, que puede cultivarse en cualquier barriada o pueblo del país. Representa la popularización del espíritu caballeresco. 

BARATO. El ajedrez es un juego muy barato, apto para ser un juego popular. El otro día me acerqué a la juguetería Osorno, en San Pablo (enfrente de la Magdalena), y me compré un tablero plegable de batalla, por sólo 15 euros. Una equipación infantil para jugar al fútbol (camiseta, calzón y calcetines), con el escudo de uno de los equipos de la ciudad, de marca, no baja de los 60 € (y además tienes que comprarte los botines, y costearte el balón). El ajedrez se juega en cualquier sitio, y basta con un tablero (aunque sea de papel), y las 32 piezas (aunque sean de plástico). El resto lo pone la imaginación de los jugadores. 

LIMPIO. Los jugadores de ajedrez suelen referir que casi nunca han presenciado (ni menos protagonizado) ningún enfado o discusión seria. El juego también consiste en comportarse ante el tablero como damas o caballeros. Es un juego transparente, en que son imposibles las trampas. No provoca comportamientos violentos, sino que hace pacíficos y tranquilos a los jugadores. Otros juegos (como el fútbol) no tienen más remedio que ser violentos, porque consisten precisamente en explotar la fuerza física. Tal vez por eso el fútbol sea sobre todo masculino. Pero la práctica conjunta del ajedrez y del fútbol sería lo más equilibrado. Yo propondría que en todas las escuelas de fútbol se incluyese en los programas de entrenamientos unas horas dedicadas al ajedrez. El futbolista jugaría mejor al fútbol.

UNIVERSAL. El ajedrez es universal, no tiene fronteras. No importa tu lengua, tu cultura, tu credo, tu nación. Frente al tablero todos los jugadores son iguales. El fútbol parece también serlo, pero el juego de la pelota es un privilegio masculino y de la juventud. El ajedrez es para todos, de todas las edades. Por eso inculca un sentido de convivencia y hermandad. El ajedrecista no será mejor o peor ciudadano o miembro de una familia, pero con el juego adquiere valores muy útiles para enfrentarse a la lucha por la vida.

Imagen [via]: "Ramón Rey Ardid, Doctor en psiquiatría y en ajedrez": Si un tablero tan pequeño no llega a dominarse, ¿cómo llegaremos a dominar nada en la vida?

.

No hay comentarios:

Publicar un comentario