El egipcio Taha Husein (1889-1973) ha sido una gran personalidad de la cultura árabe del siglo pasado. Se quedó ciego de muy niño, pero ese handicap no le impidió cursar con brillantez sus estudios en la universidad islámica de El Azhar, del Cairo, y más tarde becado por su gobierno en la universidad de Montpellier, donde conoció a su mujer Suzanne, y aún se doctoró en la Sorbona. Alcanzó a ser ministro de educación de su país, Egipto, poniendo en práctica su lema: el conocimiento es como el agua que bebemos, como el aire que respiramos.
Taha Husein ha legado a su pueblo el valor de la enseñanza y el estudio, y compendió su mensaje a sus dos hijos, a sus hermanos y a la humanidad, en sus memorias de infancia y juventud, Los días (al-ayam, 1929, 1932). La traducción castellana de Emilio García Gómez (1954) se ha reeditado en fecha reciente (Ediciones del Viento, 2004).
Los días es una de las más hermosas memorias de niño que conozco. Desde las confessiones de Aurelio Agustín (en que se halla el inmortal relato del hurto de las peras, capítulo II, 4), multitud de hombres y mujeres adultos se han puesto a escribir los recuerdos de su niñez. A veces, enmascarados en la ficción, como el Lazarillo, o el Huck Finn, relatos imperecederos de la vida de niños que se hacen mayores, y que pensamos que son trasunto, en alguna medida, de la propia experiencia de los autores de las historias. Ahora recuerdo otros bellos testimonios de infancia, como son la primera parte de las Confesiones de un inglés comedor de opio (1821) de Thomas De Quincey, o las Confesiones de un pequeño filósofo (1904) de Azorín. Es significativo que el escritor que quiere hablar de su niñez diga que hace confesión, porque no hay nada más íntimo, oculto y más propio de nuestro ser, que nuestros primeros años de vida, cuando nos hicimos personas y aprendimos lo que nunca olvidaremos.
Digo que Los días de Taha Husein es un bello testimonio del aprendizaje y el estudio de un niño egipcio, criado en el campo y estudiante en el Cairo. No nos causará extrañeza enterarnos de que un escolar, aspirante al ingreso en la universidad de El Azhar, debiese saber recitar de memoria el Corán. Pronto, conforme pasamos las páginas, nos empaparemos de la vida y costumbres del pueblo egipcio, siempre en camino entre el campo y la gran ciudad, y sentiremos gran ternura por este niño ciego, Taha Husein, que descubre con sus sentidos libres (el oído, el tacto, el olfato, el gusto) su mundo entorno. Me gusta decir que lo más hermoso de leer en libros como éste, es comprender que la vida de los niños es la misma en todas las tierras, culturas y religiones.
El propósito de Los días es traer al recuerdo el aprendizaje de "la ciencia", los saberes, plasmados en ese particular trivium y quadrivium del mundo islámico, que es poco más o menos como el nuestro, el de los occidentales. Hoy, bajo la bárbara influencia del pragmatismo norteamericano, hemos perdido la percepción y el gusto por los saberes, que compartían los judíos, cristianos y musulmanes de las escuelas medievales. Por eso siempre digo que el estudioso de Santo Tomás de Aquino no debe admirarse de la extrema contigüidad doctrinal de los filósofos de las tres religiones, porque su base educativa era la misma: el estudio de los libros y la escucha y reverencia de la palabra de Dios. Sería triste entonces que no comprendiésemos el ardor por aprender que siente el niño protagonista de Los días.
Pero el mensaje más maravilloso del tierno, ingenuo relato de Los días, es que los verdaderos saberes son los de todos los días: por qué vivimos, por qué enfermamos y morimos, por qué pasamos hambre, frío o soledad, por qué perseguimos el dinero, o la tranquilidad, por qué salimos a la calle a trabajar o a buscarnos la vida, por qué cuidamos de una familia... Y en la comprensión de estos saberes elementales, captamos la profunda hermandad de todas las razas de la tierra, que comparten los mismos bienes y males.
El traductor español de Los días, el arabista Emilio García Gómez, dice con acierto que el relato es "prosa de ciego". Cuando en otros relatos salta a la vista la experiencia visual, aquí tiene mayor importancia los recuerdos del gusto y el olfato, y de ahí la persistente memoria de las comidas de todos los días, del té o los dulces. Reproduzco, para terminar, una de las páginas más severas de estas memorias, cuando Taha Husein rememora, dirigiéndose a su hija pequeña, las malas comidas de los días de penuria: "... Porque tu padre, a veces durante una semana y hasta durante un mes, no comía más que el pan del Azhar; ese pan del Azhar en que los pobres azharistas encontraban toda clase de pajas, toda suerte de chinas y toda clase de insectos. Y, en ocasiones, durante una semana, y hasta un mes, y hasta meses, no mojaba ese pan sino en miel negra. Tú no sabes lo que es la miel negra, y vale más que no lo sepas...".
Taha Husein ha legado a su pueblo el valor de la enseñanza y el estudio, y compendió su mensaje a sus dos hijos, a sus hermanos y a la humanidad, en sus memorias de infancia y juventud, Los días (al-ayam, 1929, 1932). La traducción castellana de Emilio García Gómez (1954) se ha reeditado en fecha reciente (Ediciones del Viento, 2004).
Los días es una de las más hermosas memorias de niño que conozco. Desde las confessiones de Aurelio Agustín (en que se halla el inmortal relato del hurto de las peras, capítulo II, 4), multitud de hombres y mujeres adultos se han puesto a escribir los recuerdos de su niñez. A veces, enmascarados en la ficción, como el Lazarillo, o el Huck Finn, relatos imperecederos de la vida de niños que se hacen mayores, y que pensamos que son trasunto, en alguna medida, de la propia experiencia de los autores de las historias. Ahora recuerdo otros bellos testimonios de infancia, como son la primera parte de las Confesiones de un inglés comedor de opio (1821) de Thomas De Quincey, o las Confesiones de un pequeño filósofo (1904) de Azorín. Es significativo que el escritor que quiere hablar de su niñez diga que hace confesión, porque no hay nada más íntimo, oculto y más propio de nuestro ser, que nuestros primeros años de vida, cuando nos hicimos personas y aprendimos lo que nunca olvidaremos.
Digo que Los días de Taha Husein es un bello testimonio del aprendizaje y el estudio de un niño egipcio, criado en el campo y estudiante en el Cairo. No nos causará extrañeza enterarnos de que un escolar, aspirante al ingreso en la universidad de El Azhar, debiese saber recitar de memoria el Corán. Pronto, conforme pasamos las páginas, nos empaparemos de la vida y costumbres del pueblo egipcio, siempre en camino entre el campo y la gran ciudad, y sentiremos gran ternura por este niño ciego, Taha Husein, que descubre con sus sentidos libres (el oído, el tacto, el olfato, el gusto) su mundo entorno. Me gusta decir que lo más hermoso de leer en libros como éste, es comprender que la vida de los niños es la misma en todas las tierras, culturas y religiones.
El propósito de Los días es traer al recuerdo el aprendizaje de "la ciencia", los saberes, plasmados en ese particular trivium y quadrivium del mundo islámico, que es poco más o menos como el nuestro, el de los occidentales. Hoy, bajo la bárbara influencia del pragmatismo norteamericano, hemos perdido la percepción y el gusto por los saberes, que compartían los judíos, cristianos y musulmanes de las escuelas medievales. Por eso siempre digo que el estudioso de Santo Tomás de Aquino no debe admirarse de la extrema contigüidad doctrinal de los filósofos de las tres religiones, porque su base educativa era la misma: el estudio de los libros y la escucha y reverencia de la palabra de Dios. Sería triste entonces que no comprendiésemos el ardor por aprender que siente el niño protagonista de Los días.
Pero el mensaje más maravilloso del tierno, ingenuo relato de Los días, es que los verdaderos saberes son los de todos los días: por qué vivimos, por qué enfermamos y morimos, por qué pasamos hambre, frío o soledad, por qué perseguimos el dinero, o la tranquilidad, por qué salimos a la calle a trabajar o a buscarnos la vida, por qué cuidamos de una familia... Y en la comprensión de estos saberes elementales, captamos la profunda hermandad de todas las razas de la tierra, que comparten los mismos bienes y males.
El traductor español de Los días, el arabista Emilio García Gómez, dice con acierto que el relato es "prosa de ciego". Cuando en otros relatos salta a la vista la experiencia visual, aquí tiene mayor importancia los recuerdos del gusto y el olfato, y de ahí la persistente memoria de las comidas de todos los días, del té o los dulces. Reproduzco, para terminar, una de las páginas más severas de estas memorias, cuando Taha Husein rememora, dirigiéndose a su hija pequeña, las malas comidas de los días de penuria: "... Porque tu padre, a veces durante una semana y hasta durante un mes, no comía más que el pan del Azhar; ese pan del Azhar en que los pobres azharistas encontraban toda clase de pajas, toda suerte de chinas y toda clase de insectos. Y, en ocasiones, durante una semana, y hasta un mes, y hasta meses, no mojaba ese pan sino en miel negra. Tú no sabes lo que es la miel negra, y vale más que no lo sepas...".
Joaquín, que buena entrada, desconocía a Taha Husein, y por supuesto el libro de memorias, pero lo voy a buscar. Coincido contigo en el interés de las memorias infantiles, ya que en ella los sentimientos y actitudes son más puros, se esconden y solapan menos.
ResponderEliminarEl post tan bueno como siempre.
Un abrazo
Muchas gracias, Capitán !!
ResponderEliminarEl post no estaba precocinado, sino que lo he redactado en un suspiro, recién acabadas de leer las memorias, que recomiendo de corazón.
Gracias por la recomendación.
ResponderEliminarQue además de tuya, vemos que también es la del conde de los Alixares.
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Bueno, Alfaraz... la del Conde de los Alixares, D. Emilio García Gómez, es primero...
ResponderEliminarSaludos
Me la apunto yo también. Es curioso ver la frescura que suelen tener estos recuerdos de la infancia y lo poco infantiles que son, porque reflejan la forja de los hombres. Un abrazo
ResponderEliminarRictus, ésa es la contradicción de toda memoria infantil: que la hace un adulto. San Agustín hace interesantes disquisiciones al respecto, cuando rememora su niñez. Nuestro tiempo de niños se ha disipado, pero de alguna extraña manera permanece en nuestra memoria, de forma vívida. El tiempo y la memoria son desconcertantes.
ResponderEliminarJoaquín, mil perdones por mi español... Mi llamo Marco y lo que pasa es que tengo ganas de pasar el año nuevo en andalucia (Sevilla, Granada o Malaga) y no lo sé se es bueno... lo sabes se hay alguna fiesta, fuegos... tienes alguna recomendación para uno que desea disfrutar las fiestas de fin de año en España???
ResponderEliminarGracias por su ayuda...
Hola, Marco, el fin de año se celebra en España de manera igual, o parecida, que en todas las ciudades del mundo. Puedes venir a la ciudad española que más te guste, Granada, por ejemplo.
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