13 noviembre 2011

Nostrae mentis infirmitas


Si nuestro primer intento ha sido hablar sobre la fe (o como yo lo prefiero decir, sobre la confianza en Dios de todo corazón), a propósito de la carta apostólica Porta fidei, nos encontramos de improviso hablando sobre la Trinidad (Deus unus et trinus), que es el meollo del dogma católico. Sostengo que la fijación en la Trinidad evidencia en el magisterio una regresión al intelectualismo. La doctrina trinitaria es la piedra de toque de la identidad católica, en un momento histórico en que parece que la Iglesia Católica se haya lanzado a una propaganda identitaria, insistiendo en lo que la distingue, más que en lo que la acerca, a las otras religiones de la tierra, desviándose del espíritu de la declaración Nostra Aetate (1965).

Antes de referirnos a los grandes maestros Agustín y Tomás, está bien que leamos primero la versión muy equilibrada del porfesor Ratzinger, en sus lecciones de Tubinga, del verano de 1967, donde sintetizó con elegancia el problema de confesar a Jesús, hoy (un hoy que sigue siendo el nuestro): "La fe en el Logos, en la inteligencia del ser, es una propensión de la inteligencia humana, pero lo realmente inaudito es que en el segundo artículo del credo se relaciona el Logos con la sarx, la inteligencia con un individuo histórico".

¿Por qué la doctrina trinitaria, presentada así en toda su crudeza, parece inaudita? En parte, porque presenta un monstrum, según el credo niceno: ... Descéndit de cælis. Et incarnátus est de Spíritu Sancto ex María Vírgine, et homo factus est... Para nuestro tiempo, esto es no es más que otra monstruosa teogonía.

Y es incoherente, porque Logos y sarx (o mente y materia, si se quiere) son de orden distinto e inconciliables (como el número y la masa: el número mide la masa, pero no se confunden: la masa no puede ser número, ni el número masa). Si Logos y sarx se reuniesen en un individuo, se conmovería todo lo que existe (lo que no puede ser, no es compatible con lo que es, lo mismo que la luz aniquila la oscuridad). La doctrina trinitaria así presentada tiene mucho de inaudito y de incoherente.

El profesor Ratzinger, en sus lecciones de Tubinga, para ilustrar la extrañeza de la Trinidad, tuvo el gran acierto de recurrir al fenómeno físico de la dualidad onda-partícula (que las partículas elementales presenten al medirse en laboratorio propiedades inconciliables de onda o de corpúsculo). Y comenta Ratzinger: "En la respuesta siempre hay algo del problema y algo de quien lo plantea, en ella no sólo se refleja la naturaleza en sí, en su pura objetividad, sino también algo del hombre, algo de nuestro yo, algo del sujeto humano. Pues bien, en el problema de Dios pasa algo parecido. Tampoco aquí hay pura objetividad". Acertaba Ratzinger, porque la ontología de las partículas puede plantearnos si la doctrina trinitaria habla más de nosotros (observadores que nos representamos mentalmente la divinidad), antes que de la Trinidad misma.

Después de lo dicho, se entiende que al comenzar el estudio de la Trinidad, sea lugar común aludir a la incompetencia de nuestra mente. Decía el profesor Ratzinger: "Reconocer humildemente que no se sabe nada es la única forma auténtica de saber; contemplar atónitos el misterio incomprensible es la auténtica profesión de fe en Dios". Lo mismo decía San Agustín en un importante pasaje de su tratado De Trinitate (IX,2): "No hablamos aún de las cosas de allá arriba... sino de esta imperfecta imagen, pero al fin imagen; es decir, del hombre; estudio quizá más familiar y asequible a la debilidad de nuestra mente" [Nondum de supernis loquimur, nondum de Deo Patre et Filio et Spiritu Sancto; sed de hac impari imagine, attamen imagine, id est homine; familiarius enim eam et facilius fortassis intuetur nostrae mentis infirmitas] [Augustinus].

Agustín nos sugiere el método de conocernos por dentro, antes de elevarnos a conocer la Trinidad (pues Dios nos hizo a su imagen). Lo que veremos en próxima ocasión, para no cansarnos más.

(La traducción del pasaje de De Trinitate, es de la primera versión española, de Fr. Luís Arias, con introducción fechada en el Monasterio de Santa María de La Vid, en la fiesta de la Santísima Trinidad de 1948, publicada en la "Biblioteca de Autores Cristianos").

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