Una afirmación que me parece llamativa, de la carta apostólica Porta fidei [Vaticano], nada más introducirse en su primer párrafo, es esta: "Profesar la fe en la Trinidad –Padre, Hijo y Espíritu Santo– equivale a creer en un solo Dios que es Amor (cf. 1 Jn 4, 8)". Un católico dogmático de nuestros días encontrará natural esta proposición, porque piensa, cree, que su fe versa sobre la Trinidad. Pero yo veo arduo aceptar esto así, en un orden cordial ("diliges Dominum tuum ex toto corde tuo"). La Trinidad es el objeto de un asenso intelectual, pero en quien confio (fides) de corazón es en el sólo Dios que confieso (credo in unum Deum). Nuestro tiempo experimenta dificultad para creer en Dios, no para creer en la Trinidad, que excede cualquier propensión religiosa posible. El ateísmo versa sobre Dios (a Deo aversus), no sobre la Trinidad, y en sentido afirmativo diría que la fe, en su sentido originario, también versa sobre Dios (in Deum conversus), no sobre la Trinidad (que es más bien asunto de los dogmas y de las disputas de los teólogos). No me veo capaz de comentar de mejor manera esa frase de la carta del Papa.
A propósito de lo trinitario, acaba de traducirse celéricamente el último libro del teólogo protestante James D.G. Dunn, ¿Dieron culto a Jesús los primeros cristianos? [Verbo Divino]. Su tesis es esta: "Espero dejar claro que los primeros cristianos no dieron culto a Jesús como alternativa al culto a Dios, sino que más bien el primero era un modo de dar culto a Dios, es decir, que el culto a Jesús es solamente posible o aceptable dentro de lo que actualmente entendemos como marco trinitario. No es cristiano dar un culto a Jesús que no sea un culto a Dios mediante Jesús, o, dicho con más exactitud, un culto a Dios mediante Jesús en el Espíritu".
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