El quinto detenido -dice La Voz del 24 de agosto, al dar cuenta del crimen de Zaragoza, perpetrado por un obrero, que dijo llamarse Inocencio Domingo- es un individuo que se presentó en la Comisaría llevando comida para Inocencio."
El quinto detenido... Los graciosos
que juegan del vocablo,
hacen su chiste en su café. Yo digo:
¡Oh santidad del pueblo! ¡Oh pueblo santo!
Estas líneas que acabo de copiar pertenecen a un poema suelto de Antonio Machado, del año 1920, no recogido en libro. En la edición de sus Poesías completas del profesor Oreste Macrí (1988) encontramos en nota algunas noticias más de los graves sucesos que motivaron la reacción emocional del poeta:
"Una huelga de empleados del ayuntamiento de Zaragoza había paralizado el servicio de iluminación. Pasados varios días, tres altos funcionarios decidieron devolver la luz a la ciudad; mientras estaban reparando las averías, un hombre disparó contra ellos; dos murieron al instante, el tercero poco después. El asesino fue perseguido y capturado en la cocina de una portería, mientras ante la casa se apiñaba un gentío amenazador y vociferante; a duras penas los guardias consiguieron evitar el linchamiento..."
Me causa un grave respeto aquellos pensamientos machadianos, henchidos de caridad para con el pueblo, aunque para él ese pueblo santo se encarnase en aquella ocasión en unos presos acusados de asesinato, sobre los que caía la ira de la gente. Antonio Machado demostraba en esos versos poseer una gran talla espiritual, que le llevaba a pensar, en su fuero interno, distinto de sus contemporáneos, y de modo inconveniente. A mí no se me ocurre decir más.
En la imagen, fotografía de hace unos días de Miguel, de apenas 20 años, detenido, que dicen que ha confesado a la Policía haber matado a su amiga Marta, una muchachita sevillana menor de edad. Cuando escribo, el cuerpo de Marta, que el homicida pudo haber arrojado a las aguas del Guadalquivir, aún no ha aparecido.
El quinto detenido... Los graciosos
que juegan del vocablo,
hacen su chiste en su café. Yo digo:
¡Oh santidad del pueblo! ¡Oh pueblo santo!
Estas líneas que acabo de copiar pertenecen a un poema suelto de Antonio Machado, del año 1920, no recogido en libro. En la edición de sus Poesías completas del profesor Oreste Macrí (1988) encontramos en nota algunas noticias más de los graves sucesos que motivaron la reacción emocional del poeta:
"Una huelga de empleados del ayuntamiento de Zaragoza había paralizado el servicio de iluminación. Pasados varios días, tres altos funcionarios decidieron devolver la luz a la ciudad; mientras estaban reparando las averías, un hombre disparó contra ellos; dos murieron al instante, el tercero poco después. El asesino fue perseguido y capturado en la cocina de una portería, mientras ante la casa se apiñaba un gentío amenazador y vociferante; a duras penas los guardias consiguieron evitar el linchamiento..."
Me causa un grave respeto aquellos pensamientos machadianos, henchidos de caridad para con el pueblo, aunque para él ese pueblo santo se encarnase en aquella ocasión en unos presos acusados de asesinato, sobre los que caía la ira de la gente. Antonio Machado demostraba en esos versos poseer una gran talla espiritual, que le llevaba a pensar, en su fuero interno, distinto de sus contemporáneos, y de modo inconveniente. A mí no se me ocurre decir más.
En la imagen, fotografía de hace unos días de Miguel, de apenas 20 años, detenido, que dicen que ha confesado a la Policía haber matado a su amiga Marta, una muchachita sevillana menor de edad. Cuando escribo, el cuerpo de Marta, que el homicida pudo haber arrojado a las aguas del Guadalquivir, aún no ha aparecido.
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