Afronto ahora el reto de exponer algunas ideas, si no nuevas o nunca dichas, sí al menos que he meditado personalmente, sobre el genial músico judío, director de orquesta y compositor, Gustav Mahler (1860-1911).
Cuando está próximo a celebrarse el centenario de su muerte, ya no hay lugar para hacer aspavientos sobre la extravagancia de sus obras. El consenso sobre el valor de su música es general: su discografía es amplísima, si la ponemos en relación con el repertorio breve de sus obras (Mahler murió joven, y se dedicaba a componer en el tiempo libre que le dejaba la dirección orquestal); no hay gran intérprete que no se precie de dirigir sus sinfonías, y cuantas veces se presente en un teatro su Canción de la Tierra, será un acontecimiento.
Debemos pues aceptar pacíficamente que estamos delante de un gran músico, uno de los mayores del siglo XX, y una de las cumbres de la historia musical de occidente. Así que merece la pena que hagamos el esfuerzo de una audición atenta de sus canciones y de sus sinfonías, reflexionando sobre algunas claves ideológicas que nos ayuden a entenderlas mejor.
El gran público, el común de los oyentes, asociará siempre el nombre de Mahler con el trillado Adagietto o cuarto movimiento de su quinta sinfonía. Es la vulgata mahleriana. Sin negar su intensidad lírica, no rara en el conjunto de sus páginas sinfónicas, nos parece que este pasaje no puede proporcionar una imagen suficiente del significado de la música de Mahler en toda su hondura. Es como si pretendiésemos entender El Quijote contentándonos con la lectura de sus primeros ocho capítulos (en que es verdad que se encuentran sus episodios más célebres: la vela de armas en la venta, la aventura de los molinos de viento, la batalla con el vizcaíno...).
Quien sólo conozca de Mahler ese Adagietto no puede hacerse idea de su música, que se sustenta -nos parece- en una visión del mundo caótico, desordenado, compuesto de oposiciones y contradicciones. Así también, como un espejo, parece la música de Mahler, en la medida en que la lógica compositiva le consintió expresar la confusión de lo real. El lirismo de algunas de sus piezas es tan sólo una de las posibles facetas de su música, necesaria pero incompleta para entender su mundo musical (y nuestro propio mundo). De este modo, las otras páginas de sus obras, que algunos calificarían de vulgares o estridentes, también componen el equilibrio de la música mahleriana. Entender su música es oírla compensadamente, como un todo orgánico: su mensaje es holístico.
De Gustav Mahler podría decirse algo semejante al título con que Heidegger calificó a Friedrich Hölderlin: der Dichter des Dichters, "el poeta de poetas". Por razones análogas al caso de aquel poeta alemán, Mahler ha sido también un músico de músicos. No captaremos en plenitud su mensaje estético sin advertir que en sus obras realiza una constante reflexión sobre la música, en toda su extensión: desde la que se oye en las salas de conciertos, hasta los aires y tonadas de las fiestas de pueblo, los cantos litúrgicos del templo o las marchas militares. No cabe una audición inocente de la música mahleriana, porque demanda del oyente la consciencia de la tradición musical occidental, que él asume y reinterpreta definitivamente. La de Mahler es música de segundo grado.
Hay que oír la música de Gustav Mahler en el momento en que hayamos superado la Novena Sinfonía de Ludwig van Beethoven. Mahler se proyecta desde ese hito de la música coral. Por eso no dudo que la recta audición de la obra de Mahler deba iniciarse con sus canciones o lieder. Toda su música es esencialmente cantable, hasta el caso más manifiesto de su Das Lied von der Erde.
Aunque nos estremezcan muchos pasajes tremendos de sus sinfonías, su música está compuesta siempre a escala humana. Esta afirmación puede parecer de cajón (la música la componen hombres), pero deja de ser evidente cuando volvemos la vista y el oído a la música sacra, que asciende a lo alto. La música de Mahler es terrenal, y nada hay más terreno que la voz humana, que expresa alegría o tristeza. De ahí que la presencia de las voces en su obra no sea accidental, sino que la califica esencialmente. Y ahora ya podríamos avanzar la tesis de que la música mahleriana es por este motivo religiosa, pero no sacral.
Antes de exponer mis ideas sobre la música de Gustav Mahler, parece conveniente recordar el conocido dictum de uno de sus grandes intérpretes, Leonard Bernstein (1918-1990): "Su tiempo ha llegado ya. Sólo después de cincuenta, sesenta, setenta años de holocaustos mundiales, de simultáneo avance de la democracia unido a nuestra creciente impotencia para eliminar las guerras, de magnificación de los nacionalismos y de intensiva resistencia a la igualdad social; sólo después de haber experimentado todo esto, podemos, finalmente, escuchar la música y entender lo que él había soñado ya" ["Mahler: His time has come", High Fidelity, 1967].
Aunque desde mis días de estudiante he estado abonado a la tesis de Arnold Hauser, de que la obra de arte no es exclusivo fruto de la eternidad que hay en nosotros, sino que se relaciona con las condiciones sociales del tiempo y lugar en que fue creada, creo que reducir a Gustav Mahler a profeta de las catástrofes de nuestra época, es empobrecerlo sumamente. Esta lectura puede ser muy pertinente, pero es reduccionista, y más aplicada a un músico. Toda obra musical se encarna en el tiempo, pero surge de un fondo intemporal: el espíritu del hombre músico.
Lo eterno en la obra de música explica el hecho trivial de que en un mismo concierto vespertino se pueda programar, sin aparente solución de continuidad, la ejecución de sonatas para piano de Bach, Mozart, Beethoven y Chopin, por ejemplo. Desde una perspectiva interpretativa "marxista" parecerá un anacronismo hermanar las obras de Bach y Chopin en una misma representación, porque sus contextos sociales y económicos nada tenían que ver. Pero la contemplación estética, la pura audición musical, disuelve esa contradicción y la resuelve en sincronicidad artística. Esta tarde, cualquier tarde, es momento para oír a Bach y a Chopin, reunidos sub specie aeterni.
El arte, habremos de concederlo, expresa los conflictos sociales en que está sumido el artista, pero tan sólo en un nivel superficial. En un plano más hondo, el arte es sobre todo expresión de los gozos y las tristezas del hombre, que son de todo tiempo y lugar: el arte es ecuménico. Y esto es cierto para la música de Mahler, obra de un tiempo porque aparece en un momento concreto de la secuencia de la tradición musical de occidente y de la historia de Europa, pero que posee cualidades eternas cuando medita sobre la vida del hombre sobre la tierra. Sólo aceptando este supuesto podemos esperar que en el porvenir se seguirá oyendo a Mahler en las salas de conciertos, o en los reproductores domésticos de música.
[Continuaremos en el próximo post ofreciendo claves para la audición de Gustav Mahler].
Cuando está próximo a celebrarse el centenario de su muerte, ya no hay lugar para hacer aspavientos sobre la extravagancia de sus obras. El consenso sobre el valor de su música es general: su discografía es amplísima, si la ponemos en relación con el repertorio breve de sus obras (Mahler murió joven, y se dedicaba a componer en el tiempo libre que le dejaba la dirección orquestal); no hay gran intérprete que no se precie de dirigir sus sinfonías, y cuantas veces se presente en un teatro su Canción de la Tierra, será un acontecimiento.
Debemos pues aceptar pacíficamente que estamos delante de un gran músico, uno de los mayores del siglo XX, y una de las cumbres de la historia musical de occidente. Así que merece la pena que hagamos el esfuerzo de una audición atenta de sus canciones y de sus sinfonías, reflexionando sobre algunas claves ideológicas que nos ayuden a entenderlas mejor.
El gran público, el común de los oyentes, asociará siempre el nombre de Mahler con el trillado Adagietto o cuarto movimiento de su quinta sinfonía. Es la vulgata mahleriana. Sin negar su intensidad lírica, no rara en el conjunto de sus páginas sinfónicas, nos parece que este pasaje no puede proporcionar una imagen suficiente del significado de la música de Mahler en toda su hondura. Es como si pretendiésemos entender El Quijote contentándonos con la lectura de sus primeros ocho capítulos (en que es verdad que se encuentran sus episodios más célebres: la vela de armas en la venta, la aventura de los molinos de viento, la batalla con el vizcaíno...).
Quien sólo conozca de Mahler ese Adagietto no puede hacerse idea de su música, que se sustenta -nos parece- en una visión del mundo caótico, desordenado, compuesto de oposiciones y contradicciones. Así también, como un espejo, parece la música de Mahler, en la medida en que la lógica compositiva le consintió expresar la confusión de lo real. El lirismo de algunas de sus piezas es tan sólo una de las posibles facetas de su música, necesaria pero incompleta para entender su mundo musical (y nuestro propio mundo). De este modo, las otras páginas de sus obras, que algunos calificarían de vulgares o estridentes, también componen el equilibrio de la música mahleriana. Entender su música es oírla compensadamente, como un todo orgánico: su mensaje es holístico.
De Gustav Mahler podría decirse algo semejante al título con que Heidegger calificó a Friedrich Hölderlin: der Dichter des Dichters, "el poeta de poetas". Por razones análogas al caso de aquel poeta alemán, Mahler ha sido también un músico de músicos. No captaremos en plenitud su mensaje estético sin advertir que en sus obras realiza una constante reflexión sobre la música, en toda su extensión: desde la que se oye en las salas de conciertos, hasta los aires y tonadas de las fiestas de pueblo, los cantos litúrgicos del templo o las marchas militares. No cabe una audición inocente de la música mahleriana, porque demanda del oyente la consciencia de la tradición musical occidental, que él asume y reinterpreta definitivamente. La de Mahler es música de segundo grado.
Hay que oír la música de Gustav Mahler en el momento en que hayamos superado la Novena Sinfonía de Ludwig van Beethoven. Mahler se proyecta desde ese hito de la música coral. Por eso no dudo que la recta audición de la obra de Mahler deba iniciarse con sus canciones o lieder. Toda su música es esencialmente cantable, hasta el caso más manifiesto de su Das Lied von der Erde.
Aunque nos estremezcan muchos pasajes tremendos de sus sinfonías, su música está compuesta siempre a escala humana. Esta afirmación puede parecer de cajón (la música la componen hombres), pero deja de ser evidente cuando volvemos la vista y el oído a la música sacra, que asciende a lo alto. La música de Mahler es terrenal, y nada hay más terreno que la voz humana, que expresa alegría o tristeza. De ahí que la presencia de las voces en su obra no sea accidental, sino que la califica esencialmente. Y ahora ya podríamos avanzar la tesis de que la música mahleriana es por este motivo religiosa, pero no sacral.
Antes de exponer mis ideas sobre la música de Gustav Mahler, parece conveniente recordar el conocido dictum de uno de sus grandes intérpretes, Leonard Bernstein (1918-1990): "Su tiempo ha llegado ya. Sólo después de cincuenta, sesenta, setenta años de holocaustos mundiales, de simultáneo avance de la democracia unido a nuestra creciente impotencia para eliminar las guerras, de magnificación de los nacionalismos y de intensiva resistencia a la igualdad social; sólo después de haber experimentado todo esto, podemos, finalmente, escuchar la música y entender lo que él había soñado ya" ["Mahler: His time has come", High Fidelity, 1967].
Aunque desde mis días de estudiante he estado abonado a la tesis de Arnold Hauser, de que la obra de arte no es exclusivo fruto de la eternidad que hay en nosotros, sino que se relaciona con las condiciones sociales del tiempo y lugar en que fue creada, creo que reducir a Gustav Mahler a profeta de las catástrofes de nuestra época, es empobrecerlo sumamente. Esta lectura puede ser muy pertinente, pero es reduccionista, y más aplicada a un músico. Toda obra musical se encarna en el tiempo, pero surge de un fondo intemporal: el espíritu del hombre músico.
Lo eterno en la obra de música explica el hecho trivial de que en un mismo concierto vespertino se pueda programar, sin aparente solución de continuidad, la ejecución de sonatas para piano de Bach, Mozart, Beethoven y Chopin, por ejemplo. Desde una perspectiva interpretativa "marxista" parecerá un anacronismo hermanar las obras de Bach y Chopin en una misma representación, porque sus contextos sociales y económicos nada tenían que ver. Pero la contemplación estética, la pura audición musical, disuelve esa contradicción y la resuelve en sincronicidad artística. Esta tarde, cualquier tarde, es momento para oír a Bach y a Chopin, reunidos sub specie aeterni.
El arte, habremos de concederlo, expresa los conflictos sociales en que está sumido el artista, pero tan sólo en un nivel superficial. En un plano más hondo, el arte es sobre todo expresión de los gozos y las tristezas del hombre, que son de todo tiempo y lugar: el arte es ecuménico. Y esto es cierto para la música de Mahler, obra de un tiempo porque aparece en un momento concreto de la secuencia de la tradición musical de occidente y de la historia de Europa, pero que posee cualidades eternas cuando medita sobre la vida del hombre sobre la tierra. Sólo aceptando este supuesto podemos esperar que en el porvenir se seguirá oyendo a Mahler en las salas de conciertos, o en los reproductores domésticos de música.
[Continuaremos en el próximo post ofreciendo claves para la audición de Gustav Mahler].
Gracias Joaquín. Me encanta.
ResponderEliminarPues muchas gracias, Javier. Como veo que ya he sido leído, estoy estimulado para dar remate a estas "claves" personales (muy pronto).
ResponderEliminarDesde mi visión personal de Gustav Mahler, comparto plenamente tu opinión al respecto de él, autor extravagante y selecto, precisamente soy de la opinión que los grandes son grandes, por saber simplemente hacer algo que los demás quizás no hemos sabido hacer... escucharse a si mismos...
ResponderEliminarEstimado amigo, ha sido todo un placer haber llegado hasta tus blogs... Jyhael
Joaquín:
ResponderEliminarMe entusiasma especialmente este post pues tengo a Mahler como asignatura pendiente.
Pero con respecto al arte, sigo pensando que hay algo que se nos escapa a los hombres, sigo creyendo en el " sub specie aeternitatis".
Un abrazo
Hola, me parece un buen comentario. Gracias primero a una radio local de Perú, mi país, llamada Filarmonía, y luego al internet he tenido la oportunidad de conocer la obra de este magnífico artista, ya que es escasamente tocado por la orquesta de aquí, debido a que nuestro público no está tan acostumbrado aún.
ResponderEliminarEn mi opinión, la obras de Mahler son teología hecha música, no se queda sólo en describir el hecho religioso como la música sacra, sino que va más allá.
Saludos.
"Teología hecha música", es una gran definición. Gracias, Abraham, cordiales saludos.
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