Luís Cencillo Ramírez, sacerdote y psicoterapeuta nacido y muerto en Madrid (1923-2008), con largas estancias pastorales y de estudio y docencia en Alemania, ha sido filósofo, antropólogo, psicólogo, psicoanalista, teólogo y escritor. Para hacerse una idea de su larga vida y extensa obra, hay que asomarse a la bio-bibliografía que se le dedica en la web de la Fundación Cencillo [enlace]. La revista Anthropos le dedicó un monográfico en 1992 ("Luís Cencillo. Una visión integral y múltiple de los saberes antropológicos"). Fue un sabio, aunque no sabría yo decir el radio de su influencia intelectual. Creo que sus libros se leen mucho, entre ellos los que dedicó a la orientación psicológica, singularmente la Guía de perdedores (1990), y el que voy a comentar a la ligera aquí, Cómo no hacer el tonto por la vida. Puesta a punto práctica del altruísmo (Desclée De Brower, 2000).
Es un libro nada académico (pero muy fundado psicológicamente), y escrito en confidencia al lector. Su utilidad pública es evidente. En parte responde también a experiencias personales, porque en muchas páginas Luís Cencillo se pone él mismo como ejemplo de que en ocasiones hizo el tonto, por hacer el bien. El mensaje del libro puede compendiarse en las palabras del Rabbí: Yo los envío como a ovejas en medio de lobos: sean entonces astutos como serpientes y sencillos como palomas (Mt 10,16). El libro es como una explanación psicoterapéutica de esta antigua enseñanza sapiencial.
El bien es "lo que hay que hacer", y el tonto es "quien tolera demasiado y no sabe poner las fronteras de su dignidad". Pero no hay excusa. En un capítulo admirable del libro ("lo evidente"), Cencillo nos recuerda que el bien es lo que hay que hacer (cuando se haga necesario o pertinente para evitar incidentes destructivos por lo menos) y el mal lo que no hay que hacer por su poder de destrucción de bienes o personas, aunque de momento parezca lo más útil.
Un par de citas más, de un libro rico en sugerencias.
"Lo que acobarda y detiene, es el riesgo de ser manipulado y que con la mejor voluntad propia nos engañen y arrastren a hacer el tonto a fuer de buenos. ¿Cómo no hacer el tonto en estos casos? Es la última y decisiva cuestión. Para ello hay que poseer defensas, como el organismo las posee y si no, es que padece el SIDA; o la personalidad las posee y si no, es que se entrega ingenuamente al más listo, o al más enfermo que le contagia su perturbación o al sistema más opresivo que le aliena. Hay que imaginar la sociedad o el mundo como una jungla (y esto es ya tópico) donde todos van a cazarnos y a devorarnos -sin que caigamos en una paranoia persecutoria-, salvo gente extraordinariamente ética e incluso sublime (justos y santos)... Por lo tanto, hay que ir por la vida con las defensas perfectamente organizadas. Y aún así corremos siempre algún riesgo al confiarnos, pues hacer el bien tiene un coeficiente de confianza en el otro. Ni tampoco es vivible una vida sin confiar en nadie ni en nada... Hay que arriesgarse pues, pero hay que tomar todas las precauciones a mano...".
"La vida inconsciente es sumamente activa y astuta (y por lo general perversa, pero muy certera) y si no actuase, las cosas irían en el mundo mucho mejor: los gobiernos, las instituciones, la educación, las familias, las parejas y los exámenes y oposiciones; eso sí, no habría poetas ni artistas y no se soñaría (...) ¿Por qué la polaridad Bien/Mal se halla doblada paralelamente por la de Verdad/Mentira, pero de modo que resultan más atractivos los segundos términos: mal y mentira? ¿Por qué habrá llegado a ser en la historia de los últimos siglos más progresista y más presentable negar o disimular estas dos polaridades que afirmarlas para precaverse? ¿Por qué quien muestra bondad y deseo de bien excita la voracidad y la malicia de los más y ha de desarrollar mayores defensas que quien se hace odioso por el mal que hace y pretende seguir haciendo...?"
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