"...es especialmente necesario que la filosofía se convierta en una
actividad sería. Para todas las ciencias, artes, aptitudes y oficios
vale la convicción de que su posesión requiere múltiples esfuerzos de
aprendizaje y de práctica. En cambio, en lo que se refiere a la
filosofía parece imperar el prejuicio de que, si para poder hacer
zapatos no basta con tener ojos y dedos y con disponer de cuero y
herramientas, en cambio, cualquiera puede filosofar directamente y
formular juicios acerca de la filosofía, porque posee en su razón
natural la pauta necesaria para ello, como si en su pie no poseyese
también la pauta natural del zapato. Tal parece como si se hiciese
descansar la posesión de la filosofía sobre la carencia de conocimientos
y de estudio, considerándose que aquella termina donde comienzan éstos...
"Cuando discurre por el tranquilo cauce del sano
sentido común, el filosofar natural produce, en el mejor de los casos,
una retórica de verdades triviales. Y cuando se le echa en cara la
insignificancia de estos resultados, nos asegura que el sentido y el
contenido de ellos se hallan en su corazón y debieran hallarse también
en el corazón de los demás, creyendo pronunciar algo inapelable al
hablar de la inocencia del corazón, de la pureza de la conciencia y de
otras cosas por el estilo, como sí contra ellas no hubiera nada que
objetar ni nada que exigir. Pero lo importante no era dejar lo mejor
recatado en el fondo del corazón, sino sacarlo de ese pozo a la luz del
día. Hace ya largo tiempo que podían haberse ahorrado los esfuerzos de
producir verdades últimas de esta clase, pues pueden encontrarse desde
hace muchísimo tiempo en el catecismo, en los proverbios populares, etc.
No resulta difícil captar tales verdades en lo que tienen de
indeterminado o de torcido y, con frecuencia, revelar a su propia
conciencia cabalmente las verdades opuestas. Y cuando esta conciencia
trata de salir del embrollo en que se la ha metido, es para caer en un
embrollo nuevo, diciendo tal vez que las cosas son, tal como está
establecido, de tal o cual modo y que todo lo demás es puro sofisma;
tópico éste a que suele recurrir el buen sentido en contra de la razón
cultivada, a la manera como la ignorancia filosófica caracteriza de una
vez por todas a la filosofía con el nombre de sueños de visionarios. El
buen sentido apela al sentimiento, su oráculo interior, rompiendo con
cuantos no coinciden con él; no tiene más remedio que declarar que no
tiene ya nada más que decir a quien no encuentre y sienta en sí mismo lo
que encuentra y siente él: en otras palabras, pisotea la raíz de la
humanidad. Pues la naturaleza de ésta reside en tender apremiantemente
hacia el acuerdo con los otros y su existencia se halla solamente en la
comunidad de las conciencias llevada a cabo. Y lo antihumano, lo animal,
consiste en querer mantenerse en el terreno del sentimiento y
comunicarse solamente por medio de éste.
"Cuando se busca una calzada real que conduzca a
la ciencia, no se cree que hay otra más segura que el confiarse al buen
sentido, aunque, para ponerse a tono con la época y con la filosofía,
se lean las reseñas críticas sobre las obras filosóficas e incluso los
prólogos a ellas y sus primeros párrafos, que enuncian los principios
universales sobre lo que se basa todo, del mismo modo que las reseñas,
aparte de la información histórica, contienen además un juicio, el cual,
precisamente por ser un juicio, trasciende sobre lo enjuiciado. Se
marcha por este camino común con la bata de andar por casa, mientras el
sentimiento augusto de lo eterno, lo sagrado y lo infinito recorre con
sus solemnes ropas sacerdotales un camino que es ya de por sí más bien
el ser inmediato en el mismo centro, la genialidad de las ideas
profundas y originales y de los altos relámpagos del pensamiento. Pero,
como esta profundidad no descubre aun la fuente de la esencia, estos
destellos no son todavía el empíreo. A los verdaderos pensamientos y a
la penetración científica sólo puede llegarse mediante la labor del
concepto. Solamente éste puede producir la universalidad del saber, que
no es ni la indeterminabilidad y la pobreza corrientes del sentido
común, sino un conocimiento cultivado y cabal, ni tampoco la
universalidad excepcional de los dotes de la razón corrompidas por la
indolencia y la infatuación del genio, sino la verdad que ha alcanzado
ya la madurez de su forma peculiar y susceptible de convertirse en
patrimonio de toda razón autoconsciente."
G.W.F. Hegel, Fenomenología del Espíritu, Prólogo (trad. Wenceslao Roces).