Reproduzco con su autorización la carta de la "parroquia de papel" del sacerdote sevillano Carlos Ros Carballar, cuando acaba de elegirse el nuevo papa Fracisco:
Mis queridos parroquianos: Habemus papam. Y acontecimiento tan importante en la vida de la Iglesia no puede quedar sin una reflexión de vuestro párroco, aunque sea la más humilde de las reflexiones de todas las que pululan por los medios de comunicación social.
Uno, que es algo leído, no solo ha consultado toda la prensa que ha podido, también ha chequeado algo de la italiana. Y en Corriere della Sera apareció en primera plana una viñeta que me ha hecho sonreír y que puede ser premonitoria. Está el papa rodeado de cardenales en la balconada de la basílica de San Pedro en la noche de su anuncio. El papa dice a la multitud:
—Mis hermanos cardenales me han dado una sorpresa.
Y añade a continuación:
—Pero eso no es nada con la sorpresa que les voy a dar a ellos.
Y creo como primera impresión que va a resultar así. Ya ha dado algunas pinceladas de ello. Y solo lleva un par de días de papa. La primera sorpresa: el nombre elegido. Inédito en la historia del papado. Francisco, como el Poverello de Asís.
Me ha hecho recordar cómo Francisco de Asís hizo una peregrinación a Roma en 1206. Ante la basílica romana —no la actual, sino la anterior, la constantiniana— se arremolinaba una legión de pobres mendigos, ciegos, paralíticos y lisiados. En solidaridad con aquellos desgraciados a los que él llamaba «nuestros hermanos en Cristo», cambió sus vestidos con uno de ellos y «cubierto de harapos, pasó todo aquel día en medio de los pobres con extraordinario gozo de espíritu». Cuando volvió a su tierra, Francisco visitaba con frecuencia el leprosario de San Lázaro, cercano a Asís.
Llegado el otoño, mientras se hallaba absorto en oración en la pequeña iglesia semiderruida de San Damián, oyó que el Cristo de la pared le hablaba:
—¡Francisco, ve y repara mi casa, que está a punto de arruinarse toda ella!
Francisco lo entendió como el arreglo de aquella ermita ruinosa que será conocida como la Porciúncula. Con algunos amigos se puso a la loca aventura de su reconstrucción.
Un tiempo más tarde, el 24 de febrero de 1208, oyendo misa en la Porciúncula, unas palabras del evangelio de Mateo se le clavan en su mente:
—Proclamad que el reinado de Dios está cerca, curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios. De balde lo recibisteis, dadlo de balde. No os procuréis oro, plata ni calderilla para llevarlo en la faja; ni tampoco alforja para el camino, ni dos túnicas ni sandalias ni bastón, que el bracero merece su sustento...
A Francisco se le aclaró de golpe su vocación. Con una vestimenta de saco y una cuerda a la cintura, comenzó a predicar en Asís y alrededores. El 16 de abril, el noble Bernardo de Quintavalle decide repartir sus riquezas entre los pobres y se hace compañero de Francisco. En esa primavera de 1808 se le unen otros compañeros. Y etcétera. Nace el franciscanismo en la Iglesia, con una señal específica de testimonio de la pobreza en el mundo.
¿Será verdad que esta Florecilla de san Francisco se haga realidad siglos después?
Creo que el papa Francisco, por los datos biográficos que he podido leer, tiene visos de ser un nuevo Poverello que se ha sentado en la mismísima silla de San Pedro.
¡Dios lo quiera y nosotros lo veamos!
El Espíritu Santo, que guía a la Iglesia, le ha tenido que susurrar:
—¡Francisco, ve y repara mi casa, que está a punto de arruinarse toda ella!
Una segunda sorpresa de esta primera hora es la edad del nuevo papa: 76 años, cuando se esperaba un papa más joven, allá por los sesenta. Benedicto XVI fue elegido con 78 años y le ha durado el vigor del cuerpo ocho años. El papa Francisco es un pelín más joven, y con medio pulmón menos. Echémosle también otros ocho años, más que suficientes para poner a la Iglesia en ese nuevo clima de austeridad, de sencillez, de voz que viene del fin del mundo, como él mismo dijo, del hemisferio sur, donde anidan las masas más grandes de pobreza, frente al hemisferio norte con sus riquezas. Creo que el Espíritu Santo ha obrado como el que es y se ha reído de todos los pronósticos, quinielas y demás augurios de todos nosotros, que esperábamos un papa más joven. Y los tiempos, yo creo, no está para ello, todo es ya inmediato y no hay cuerpo humano que resista la ingente labor que se acumula a la mesa de un papa. Una media de ocho años me parece muy bien. El Espíritu es sabio.
Por último, el papa, cosa inédita también, ha pedido que antes de bendecirnos él, le bendigamos nosotros a él. Pues hagámoslo, queridos parroquianos, pidamos por el papa, porque seguro estoy que no solo a los cardenales, también a la Iglesia y al mundo, va a dar más de una sorpresa esperanzadora.
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—Mis hermanos cardenales me han dado una sorpresa.
Y añade a continuación:
—Pero eso no es nada con la sorpresa que les voy a dar a ellos.
Y creo como primera impresión que va a resultar así. Ya ha dado algunas pinceladas de ello. Y solo lleva un par de días de papa. La primera sorpresa: el nombre elegido. Inédito en la historia del papado. Francisco, como el Poverello de Asís.
Me ha hecho recordar cómo Francisco de Asís hizo una peregrinación a Roma en 1206. Ante la basílica romana —no la actual, sino la anterior, la constantiniana— se arremolinaba una legión de pobres mendigos, ciegos, paralíticos y lisiados. En solidaridad con aquellos desgraciados a los que él llamaba «nuestros hermanos en Cristo», cambió sus vestidos con uno de ellos y «cubierto de harapos, pasó todo aquel día en medio de los pobres con extraordinario gozo de espíritu». Cuando volvió a su tierra, Francisco visitaba con frecuencia el leprosario de San Lázaro, cercano a Asís.
Llegado el otoño, mientras se hallaba absorto en oración en la pequeña iglesia semiderruida de San Damián, oyó que el Cristo de la pared le hablaba:
—¡Francisco, ve y repara mi casa, que está a punto de arruinarse toda ella!
Francisco lo entendió como el arreglo de aquella ermita ruinosa que será conocida como la Porciúncula. Con algunos amigos se puso a la loca aventura de su reconstrucción.
Un tiempo más tarde, el 24 de febrero de 1208, oyendo misa en la Porciúncula, unas palabras del evangelio de Mateo se le clavan en su mente:
—Proclamad que el reinado de Dios está cerca, curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios. De balde lo recibisteis, dadlo de balde. No os procuréis oro, plata ni calderilla para llevarlo en la faja; ni tampoco alforja para el camino, ni dos túnicas ni sandalias ni bastón, que el bracero merece su sustento...
A Francisco se le aclaró de golpe su vocación. Con una vestimenta de saco y una cuerda a la cintura, comenzó a predicar en Asís y alrededores. El 16 de abril, el noble Bernardo de Quintavalle decide repartir sus riquezas entre los pobres y se hace compañero de Francisco. En esa primavera de 1808 se le unen otros compañeros. Y etcétera. Nace el franciscanismo en la Iglesia, con una señal específica de testimonio de la pobreza en el mundo.
¿Será verdad que esta Florecilla de san Francisco se haga realidad siglos después?
Creo que el papa Francisco, por los datos biográficos que he podido leer, tiene visos de ser un nuevo Poverello que se ha sentado en la mismísima silla de San Pedro.
¡Dios lo quiera y nosotros lo veamos!
El Espíritu Santo, que guía a la Iglesia, le ha tenido que susurrar:
—¡Francisco, ve y repara mi casa, que está a punto de arruinarse toda ella!
Una segunda sorpresa de esta primera hora es la edad del nuevo papa: 76 años, cuando se esperaba un papa más joven, allá por los sesenta. Benedicto XVI fue elegido con 78 años y le ha durado el vigor del cuerpo ocho años. El papa Francisco es un pelín más joven, y con medio pulmón menos. Echémosle también otros ocho años, más que suficientes para poner a la Iglesia en ese nuevo clima de austeridad, de sencillez, de voz que viene del fin del mundo, como él mismo dijo, del hemisferio sur, donde anidan las masas más grandes de pobreza, frente al hemisferio norte con sus riquezas. Creo que el Espíritu Santo ha obrado como el que es y se ha reído de todos los pronósticos, quinielas y demás augurios de todos nosotros, que esperábamos un papa más joven. Y los tiempos, yo creo, no está para ello, todo es ya inmediato y no hay cuerpo humano que resista la ingente labor que se acumula a la mesa de un papa. Una media de ocho años me parece muy bien. El Espíritu es sabio.
Por último, el papa, cosa inédita también, ha pedido que antes de bendecirnos él, le bendigamos nosotros a él. Pues hagámoslo, queridos parroquianos, pidamos por el papa, porque seguro estoy que no solo a los cardenales, también a la Iglesia y al mundo, va a dar más de una sorpresa esperanzadora.
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Sí hay comentarios y aludo a que has puesto en ex orbe. Sentido común. Te aplaudo, Joaquín.
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