30 julio 2013

Un valor refugio


"Alcanzándome un programa impreso en papel crema, Don Pérez me condujo a mi platea. Fila nueve, ligeramente hacia la derecha: el perfecto equilibrio acústico. Conozco bien el teatro Corona y sé que tiene caprichos de mujer histérica. A mis amigos les aconsejo que no acepten jamás la fila trece, porque hay una especie de pozo de aire donde no entra la música; ni tampoco el lado izquierdo de las tertulias, porque al igual que en el Teatro Comunale de Florencia, algunos instrumentos dan la impresión de apartarse de la orquesta, flotar en el aire, y es así como una flauta puede ponerse a sonar a tres metros de uno mientras el resto continúa correctamente en la escena, lo cual sería pintoresco pero muy poco agradable. Le eché una mirada al programa. Tendríamos El sueño de una noche de verano, Don Juan, El mar y la Quinta sinfonía. No pude menos de reírme al pensar en el Maestro. Una vez más el viejo zorro había ordenado su programa de concierto con esa insolente arbitrariedad estética que encubría un profundo olfato psicológico, rasgo común en los régisseurs de music—hall, los virtuosos de piano y los match—makers de lucha libre. Sólo yo de puro aburrido podía meterme en un concierto donde después de Strauss, Debussy, y sobre el pucho Beethoven contra todos los mandatos humanos y divinos. Pero el Maestro, que conocía a su público, armaba conciertos para los habituales del teatro Corona, es decir gente tranquila y bien dispuesta que prefiere lo malo conocido a lo bueno por conocer, y que exige ante todo profundo respeto por su digestión y su tranquilidad. Con Mendelssohn se pondrían cómodos, después el Don Juan generoso y redondo, con tonaditas silbables. Debussy los haría sentirse artistas, porque no cualquiera entiende su música. Y luego el Plato fuerte, el gran masaje vibratorio beethoveniano, así llama el destino a la puerta, la V de la victoria, el sordo genial, y después volando a casa que mañana hay un trabajo loco en la oficina..."

Fragmento del relato "Las Ménades", de Final de juego (1956). Julio Cortázar, valor literario "refugio" en tiempos desabridos. Lectura recomendada para el verano (para quien guste).

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24 julio 2013

Sansón


Los príncipes de los filisteos se reunieron para ofrecer un gran sacrificio a Dagón, su dios, y para hacer grandes festejos. Ellos decían: «Nuestro dios nos ha puesto en las manos a Sansón, nuestro enemigo». Y al verlo, la gente alababa a su dios, diciendo: «Nuestro dios nos ha puesto en las manos a Sansón, nuestro enemigo, al que devastaba nuestro país y multiplicaba nuestras víctimas». Cuando todos estuvieron muy alegres, dijeron: «Llamen a Sansón para que nos divierta». Entonces trajeron a Sansón de la cárcel, y él estuvo haciendo piruetas delante de todos. Después lo pusieron de pie entre las columnas. Sansón dijo al niño que lo llevaba de la mano: «Déjame palpar las columnas que sostienen la casa, para apoyarme en ellas». El edificio estaba repleto de hombres y mujeres. Allí estaban todos los príncipes de los filisteos, y en la azotea había unos tres mil hombres y mujeres que se divertían mirando a Sansón. Entonces Sansón invocó al Señor, con estas palabras: «Señor, acuérdate de mí y devuélveme la fuerza por esta sola vez, para que pueda vengarme de los filisteos, de un solo golpe, por la pérdida de mis dos ojos». Luego palpó las dos columnas centrales que sostenían el edificio, y se apoyó contra ellas, poniendo sobre una su brazo derecho y sobre la otra su brazo izquierdo. Y exclamó: «¡Muera yo junto con los filisteos!». Después empujó con toda su fuerza, y el edificio se desplomó sobre los príncipes y sobre toda la gente allí reunida. ¡Los que él mató al morir fueron más numerosos que los que había matado en toda su vida! (Jueces 16 : 23-30).

Imagen: "Sansón destruye el templo de los filisteos" (1484), Bartolomeo Bellano, Basilica del Santo, Padova [via].