No hacía yo bien la cuenta de las librerías que hay en la calle Sierpes, ¡y eso que ya sólo quedan dos! Hacer memoria de las que hubo es también echar la vista atrás de nuestra biografía. Qué diferente son los libros, y las librerías, pasados cuarenta años. No me olvido de otras librerías que conocí en mi juventud, como la de Lorenzo Blanco, en El Salvador, la de Oliam, en la calle Álvarez Quintero, o más lejos, la librería Guerrero, en la calle García de Vinuesa, e incluso la librería Antonio Machado (la de Alfonso Guerra), en la calle Santo Tomás, o las que más me fascinaban, donde correteaba los sábados por la tarde, la librería Montparnasse, en Don Remondo, o la librería Al-Andalus, en la calle de la Roldana, escueta bocacalle de San Gregorio (está liquidando). Esta vez me limito a andar la calle Sierpes y recorrer con la mente las librerías que recuerdo.
La librería decana de cuando niño era la de Tomás Sanz (1880-1990), que yo ya conocí instalada en la minúscula calle Granada, lindando con el Ayuntamiento. Un escaparate "oceánico", donde iban posándose los libros conforme llegaban. Allí me compraron las primeras Poesías completas de Antonio Machado, en la edición de Selecciones Austral (edición que aún encuentro en la feria de El Jueves).
No me acuerdo sin embargo para nada de la librería de Eulogio de las Heras, que cerró en los años 70. Ahora me ha dado por reunir libros viejos con el sello de esta librería (tengo dos, uno el San Francisco de Asís de Chesterton, en antigua edición en tela de la Editorial Juventud).
Recuerdo más, como un paisaje sentimental, la de Pascual Lázaro, en la esquina de la Campana, una librería a la antigua usanza, con mostrador imponente de madera, que no se me va de la cabeza. Allí me regalaron, cuando terminé la carrera, tres tomos del Curso de Derecho Civil de Castán.
También me acuerdo de la minúscula librería Atlántida, enfrente del Mercantil, que sobrevivió hasta 1995 [Recuerdo]. Allí compré con quince años la novela Rayuela de Julio Cortázar, la impactante edición de Edhasa; o el Derecho agrario de Ballarín; o la Historia de las ideas políticas de Jean Touchard.
Estas cuatro librerías ya han pasado, como pasa nuestra propia vida. Hoy la decana en la calle Sierpes es la librería de San Pablo, enfrente del Casino Militar, donde me gusta repasar las novedades de religión y de teología. El último que me he comprado, y que acabo de contar [aquí], es la Teoría del conocimiento, de Alejandro Llano. Los Paulinos (la orden de Santiago Alberione) llevan en la ciudad casi cincuenta años, y en la calle Sierpes algunos menos [archisevilla].
Por último, es justo que me refiera al gran establecimiento de la librería Beta, que el año pasado se mudó desde el antiguo Teatro Imperial a otro local de tres plantas, casi mirando a la calle Rivero, a un paso de la cafetería Ochoa (para quien guste tomarse un café con una "media-noche" después de mirar libros). El último libro que recuerdo haber comprado aquí es la Teoría de la Constitución de Carl Schmitt (un tema de candente actualidad).
Pero si he de ponerme melancólico, creo que uno de mis recuerdos más imborrables de la calle Sierpes no está ligado a los libros, sino a la horchatería Fillol que daba pared con pared con el antiguo Teatro Lloréns, hoy horriblemente convertido en un salón de juegos, pero que merece ser visitado para admirar su fastuoso artesonado neomudéjar.
(La fotografía de la librería de Pascual Lázaro la he tomado de un sitio dedicado a imágenes antiguas de Sevilla [facebook]).
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