En estos días de espera de la Nochebuena, me he dado a leer con pasión a nuestros clásicos modernos. Han ido pasando por mis manos, leyendo ansioso, novelas tan dispares como las de Pío Baroja (La leyenda de Jaun de Alzate), el padre Coloma (Pequeñeces...), y ahora mismo, la deliciosa novela galdosiana Misericordia, que me suscita la reflexión sobre el derecho y la justicia. ¿Pero qué tiene que ver el derecho con la justicia? En mi opinión, cada día que pasa le veo muy poca relación, casi ninguna. Diría que me he vuelto kelseniano total. Hoy veo el derecho simplemente como un sistema de regulación del tráfico de intereses sociales, y poco más, donde se imponen los más fuertes (como quería Trasímaco). Don Benito Pérez Galdós también fue otra víctima del derecho (¿o quizá encontró amparo?) en el famoso pleito por la recuperación de sus plenos derechos de autor sobre sus libros, en el que fue defendido por el letrado Cánovas del Castillo. Le costó el arbitraje con su antiguo socio, un huevo y la yema del otro (incluídos los honorarios del ilustre letrado), pero logró recuperar lo que era suyo. Vamos, creo, con cierto cinismo, que las maniobras jurídicas no son el lugar propio para hacer justicia, y no se debe fundar demasiadas esperanzas en los pleitos y juicios, si se persigue un ideal. Eso es otra cosa distinta que el derecho.
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