El futuro ya no es lo que era, dice la broma, y especular sobre el futuro del libro parece un entretenimiento de ociosos. Se quiere dar por supuesto que el libro impreso desaparecerá como desapareció el rollo (rotulus), y que pronto los libros ya sólo se leerán mediante instrumentos electrónicos (tablets). No lo sabemos, pero en la práctica que observamos hoy, creo que ambas vías, el libro físico, impreso, y el libro electrónico, virtual, convivirán mientras subsista la actual civilización cibernética. Esa es la tesis conclusiva de José Martínez de Sousa en su Pequeña historia del libro [trea]. Es cierto que internet ha barrido el papel y ha revolucionado la prensa diaria y los libros de consulta (los diccionarios o enciclopedias); pero de esto a afimar que el libro impreso caduca, va un gran trecho.
El libro, (el volumen material de un escrito), se ha presentado históricamente bajo cuatro formas: la tablilla, el rollo, el códice y el impreso, sucesión a la que ahora se quiere añadir el libro electrónico. Pero el cambio que ahora estamos experimentado, del libro impreso al libro electrónico, es cualitativamente diverso a las otras transiciones históricas. El libro impreso es una perfección tecnológica del códice. Pero no se puede decir que el libro electrónico perfeccione al libro de papel.
El libro electrónico es otra cosa, significa que pasamos del libro tangible al libro virtual. Este cambio es tan revolucionario como la transición de la enseñanza oral al discurso escrito, sobre el que reflexionó Platón en su mito de Theuth y Thamus, al que ya me he referido antes (aquí). El libro escrito exige del lector que le preste una atención muy distinta que al maestro que perora. Al libro no se le pueden hacer preguntas, como sí al maestro que está cerca y habla con nosotros. Algo semejante sucede con el libro electrónico. El libro tradicional, manuscrito o impreso, se puede tocar y medir con las manos. Pero el libro electrónico no. Ha perdido tangibilidad (como el discurso perdió oralidad al pasar al libro escrito). El libro electrónico es inferior al libro de papel, porque está disminuido en una de las dimensiones esenciales del libro, que es el volumen [rae]. Este es el factor explica la resistencia de muchos lectores al libro electrónico, que no es otra forma nueva de libro, sino algo muy distinto, a lo que no estamos habituados.
Recuerdo un año lejano (el curso 1981-1982), cuando no barruntábamos aún la extensión de la electrónica en los estudios, en que una profesora, en el aula, una mañana nos explicó cómo se lee un libro. No cómo se lee, simplemente, sino cómo se lee metódicamente un libro impreso. Todo comienza por el tacto de la cubierta, de las páginas, y el examen del interior del volumen y de los paratextos del libro (el prólogo, la introducción, los índices, las notas...), antes de entrar a leer a capón desde la primera página hasta la última, que es forma de leer tan desatenta como el comer a dos carrillos. ¿Aprenderemos igual a leer en una tableta? No creo que se pueda dar una respuesta uniforme, sino distinguir por clases de lectores y de libros. Por ejemplo, se puede leer la Biblia, o el Quijote, en la montaña o en la playa, en una tablet, muy a la ligera, pero el estudio serio, reverente, de las Escrituras, o de la prosa cervantina, en un gabinete, quizá justifique el uso de un soporte más noble del libro, en volumen.
La distinción anglosajona de fiction / non fiction parece muy tosca. Lo que cualifica al libro son sus usuarios y su utilidad. Los libros para pasar el rato pueden ir en la tableta electrónica sin problemas, lo mismo que los libros utilitarios, como son los textos de referencia, manuales y prontuarios, o los textos litúrgicos (los curas jóvenes ya han pasado con armas y bagajes a rezar con la tablet, en lugar del breviario).
¿Qué lugar queda entonces para el libro de papel? Mi hipótesis es que el libro impreso permanecerá para acompañar a los estudios nobles y humanísticos. El derecho mercantil bien puede estudiarse en soporte electrónico, pero la Biblia, o la literatura antigua, o la filosofía, no. Puede parecer un criterio caprichoso, fundado en una mera predilección estética, pero no es así. Hay razones objetivas para aplicar a libros distintos, formatos diferentes.
Los textos humanísticos (los que perfeccionan el espíritu y nos hacen más humanos) sólo alcanzan plenitud en todos los sentidos: auditivo, visual, táctil. No reconocemos como libros los que no podemos ver o tocar. Mucho perdemos con leer el Quijote en una pantalla electrónica, si no es que sólo pretendemos una lectura de lector corriente. Precisamente los textos tecnológicos (los que están orientados a las cosas), como puede ser un tratado de matemáticas, o un recetario de cocina, sí que se beneficiarán en cambio del libro electrónico, porque son libros que se agotan por el uso. Quizá mi conclusión sea que el libro impreso será en el futuro minoritario, destinado a la gente estudiosa, y no desaparecerá mientras pervivan los estudios nobles y humanistas.
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Adenda: “Es inimaginable que se lleve en procesión un iPad o una computadora portátil, o que en una liturgia un monitor sea solemnemente incensado y besado”, y por tanto, “la liturgia, es el bastión de resistencia de la relación texto-página contra la volatilización del texto desencarnado de una página de tinta; el contexto en el cual, la página permanece como el ‘cuerpo’ de un texto” [aciprensa].
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