Decíamos que la novela norteamericana Adventures of Huckleberry Finn, del año 1885, de Mark Twain (pen name de Samuel Langhorne Clemens) es un auténtico landmark o jalón de la expresión literaria de los modos de hablar que se alejan de la lengua inglesa estándar. No es sin embargo esta novela ningún caso único, ni prístino, de la evocación en la escritura de los hechos sociolingüísticos. En una visita a la nueva librería sevillana La caótica, en la calle José Gestoso, he visto un nuevo libro que se acumula a los innumerables estudios de literatura chicana. En español, tendríamos que recordar el inmenso caudal de la literatura hispanoamericana, por ejemplo las novelas y cuentos de Julio Cortázar (pensemos en Rayuela), en que el autor reproduce el habla de Buenos Aires (recuérdese en las primeras páginas, el lema graciosísimo de César Bruto, sobre "Lo que me hubiera gustado ser a mí si no fuera lo que soy"). O de este lado del Atlántico, el habla madrileña en las novelas de Benito Pérez Galdós.
A poco que reflexionemos, el fenómeno de la intrusión del habla popular en la literatura culta se nos aparece como ubicuo, tan sólo limitándonos a nuestra lengua. Otro caso sobresaliente es el del judeoespañol, en el que hay muchos testimonios escritos, incluso un Quijote en sefardí, al que ya me he referido [aquí]. La representación escrita del habla desviada del estándar, es sin embargo una práctica universal, que ya se puede encontrar en las letras grecolatinas. Se dice, por ejemplo, que Platón, que antes de escribir diálogos socráticos ya se había estrenado como autor de teatro, reproduce en sus diálogos juveniles la peculiar forma de hablar de la gente de la calle. Los evangelistas siguieron también esta práctica literaria. San Marcos, autor del evangelio más antiguo, incrusta en su redacción expresiones arameas, como la de este pasaje célebre (Mc 5, 40-42): "Jesús hizo salir a todos, y tomando consigo al padre y a la madre de la niña, y a los que venían con él, entró donde ella estaba. La tomó de la mano y le dijo: «Talitá kum», que significa: «¡Niña, yo te lo ordeno, levántate». En seguida la niña, que ya tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar".
El caso particular del habla andaluza no es ajeno a esta práctica. Sobre sociolingüística andaluza, hay que hacer mención del profesor Miguel Ropero Núñez (del que fui alumno en la universidad el curso 1981-1982), autor del pionero estudio El léxico caló en el lenguaje del cante flamenco (1978), que sigue reeditándose. Hay además un libro reciente, del profesor Francisco García Duarte (emigrado a Barcelona, nacido en Padul, Granada): La literatura en andaluz. La representación gráfica del andaluz en los textos literarios (que no he podido examinar). García Duarte quiere ver los primeros testimonios del andaluz escrito en la literatura costumbrista del siglo XVIII. Ejemplos muy conocidos de la literatura moderna, que a todos se nos vienen a la cabeza, es el teatro de los hermanos Álvarez Quintero (que pretendía reproducir el habla sevillana... para que se riese el público de Madrid). O el Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez, que de manera muy sensible calca la forma de hablar de los niños de las calles de Moguer.
Pero si el reflejo literario del habla popular es una práctica antigua, tanto como el de la literatura escrita, en castellano podemos adentrarnos hasta los testimonios poéticos más tempranos de nuestra lengua, en el siglo XI: las jarchas mozárabes (Samuel Miklos Stern: Les vers finaux en espagnol dans les muwassahs hispano-hébraïques. Une contribution à l'histoire du muwassah et à l'étude du vieux dialecte espagnol 'mozarabe', Al-Andalus Revista de las escuelas de estudios árabes de Madrid y Granada, XII (1948). El Quijote (1605), en sí mismo, es ya todo un monumento de las variedades lingüísticas de su tiempo, comenzando por el habla rústica, "prevaricadora", de Sancho Panza, o si descendemos al detalle, en la expresión graciosa del vizcaíno (I, 8): Anda, caballero que mal andes; por el Dios que crióme, que, si no dejas coche, así te matas como estás ahí vizcaíno... Sin embargo, y salvo que me falle la memoria, no se encuentra en todo el Quijote ninguna expresión lingüística que pueda calificarse de "andaluza". El caso es aún más llamativo, si repasamos la novela ejemplar, de ambiente sevillano, de Rinconete y Cortadillo. Explicar esta extraña ausencia del andaluz en Cervantes (él, de familia cordobesa, y criado en Sevilla), obliga a referirse a la diglosia andaluza (la situación en que el castellano es la norma culta, de prestigio, para expresarse por escrito, mientras que el habla andaluza es la que se emplea en la conversación doméstica y de la calle, la de todos los días). Cervantes tal vez no hablase andaluz (se educó en Madrid), pero oía hablar andaluz todos los días, cuando estuvo en Sevilla, escribiendo sus novelas o el Quijote. Hay que pensar que Miguel de Cervantes fue un escritor culto, que escribía para un público culto, aunque la materia narrativa fuese popular (como La gitanilla, o el Rinconete y Cortadillo). Para Cervantes, que escribía entonces en la rigurosa norma castellana (que era la suya propia de hablante), la forma de hablar del pueblo de Sevilla no sería pretexto para introducir ninguna parodia en sus relatos (como si lo era la de los vizcaínos), porque el andaluz era el medio en que se movía.
.
A poco que reflexionemos, el fenómeno de la intrusión del habla popular en la literatura culta se nos aparece como ubicuo, tan sólo limitándonos a nuestra lengua. Otro caso sobresaliente es el del judeoespañol, en el que hay muchos testimonios escritos, incluso un Quijote en sefardí, al que ya me he referido [aquí]. La representación escrita del habla desviada del estándar, es sin embargo una práctica universal, que ya se puede encontrar en las letras grecolatinas. Se dice, por ejemplo, que Platón, que antes de escribir diálogos socráticos ya se había estrenado como autor de teatro, reproduce en sus diálogos juveniles la peculiar forma de hablar de la gente de la calle. Los evangelistas siguieron también esta práctica literaria. San Marcos, autor del evangelio más antiguo, incrusta en su redacción expresiones arameas, como la de este pasaje célebre (Mc 5, 40-42): "Jesús hizo salir a todos, y tomando consigo al padre y a la madre de la niña, y a los que venían con él, entró donde ella estaba. La tomó de la mano y le dijo: «Talitá kum», que significa: «¡Niña, yo te lo ordeno, levántate». En seguida la niña, que ya tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar".
El caso particular del habla andaluza no es ajeno a esta práctica. Sobre sociolingüística andaluza, hay que hacer mención del profesor Miguel Ropero Núñez (del que fui alumno en la universidad el curso 1981-1982), autor del pionero estudio El léxico caló en el lenguaje del cante flamenco (1978), que sigue reeditándose. Hay además un libro reciente, del profesor Francisco García Duarte (emigrado a Barcelona, nacido en Padul, Granada): La literatura en andaluz. La representación gráfica del andaluz en los textos literarios (que no he podido examinar). García Duarte quiere ver los primeros testimonios del andaluz escrito en la literatura costumbrista del siglo XVIII. Ejemplos muy conocidos de la literatura moderna, que a todos se nos vienen a la cabeza, es el teatro de los hermanos Álvarez Quintero (que pretendía reproducir el habla sevillana... para que se riese el público de Madrid). O el Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez, que de manera muy sensible calca la forma de hablar de los niños de las calles de Moguer.
Pero si el reflejo literario del habla popular es una práctica antigua, tanto como el de la literatura escrita, en castellano podemos adentrarnos hasta los testimonios poéticos más tempranos de nuestra lengua, en el siglo XI: las jarchas mozárabes (Samuel Miklos Stern: Les vers finaux en espagnol dans les muwassahs hispano-hébraïques. Une contribution à l'histoire du muwassah et à l'étude du vieux dialecte espagnol 'mozarabe', Al-Andalus Revista de las escuelas de estudios árabes de Madrid y Granada, XII (1948). El Quijote (1605), en sí mismo, es ya todo un monumento de las variedades lingüísticas de su tiempo, comenzando por el habla rústica, "prevaricadora", de Sancho Panza, o si descendemos al detalle, en la expresión graciosa del vizcaíno (I, 8): Anda, caballero que mal andes; por el Dios que crióme, que, si no dejas coche, así te matas como estás ahí vizcaíno... Sin embargo, y salvo que me falle la memoria, no se encuentra en todo el Quijote ninguna expresión lingüística que pueda calificarse de "andaluza". El caso es aún más llamativo, si repasamos la novela ejemplar, de ambiente sevillano, de Rinconete y Cortadillo. Explicar esta extraña ausencia del andaluz en Cervantes (él, de familia cordobesa, y criado en Sevilla), obliga a referirse a la diglosia andaluza (la situación en que el castellano es la norma culta, de prestigio, para expresarse por escrito, mientras que el habla andaluza es la que se emplea en la conversación doméstica y de la calle, la de todos los días). Cervantes tal vez no hablase andaluz (se educó en Madrid), pero oía hablar andaluz todos los días, cuando estuvo en Sevilla, escribiendo sus novelas o el Quijote. Hay que pensar que Miguel de Cervantes fue un escritor culto, que escribía para un público culto, aunque la materia narrativa fuese popular (como La gitanilla, o el Rinconete y Cortadillo). Para Cervantes, que escribía entonces en la rigurosa norma castellana (que era la suya propia de hablante), la forma de hablar del pueblo de Sevilla no sería pretexto para introducir ninguna parodia en sus relatos (como si lo era la de los vizcaínos), porque el andaluz era el medio en que se movía.
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario