29 mayo 2018

La ignorancia lúcida de Luís Cencillo

La divina providencia, el hado, la sincronicidad jungiana o, tal vez, la simple casualidad, ha querido que ahora haya leído La ignorancia lúcida, de Luís Cencillo, último libro de los suyos, publicado póstumamente el año 2009. Es una declarada autobiografía intelectual, la historia de las ideas del autor. El filósofo inglés R.G. Collingwood, en la suya propia (de 1939), antepuso en el prefacio una clara y concisa definición: "The autobiography of a man whose bussiness is thinking should be the story of his thought". La narrativa de las ideas propias, que es distintivo de la autobiografía intelectual, se hace evidente ya en los títulos de muestras modernas del género: History of my religious opinions (1865), de John Henry Newman; My philosophical development (1959), de Bertrand Russell; o Unended Quest: An Intellectual Autobiography (1976), de Karl Popper. La ignorancia lúcida es, en el mismo sentido, el relato que hace Luís Cencillo de la historia de su pensamiento. En alguna ocasión ya me he referido a este autor [ver], a propósito de su librito sapiencial Cómo no hacer el tonto por la vida. Puesta a punto práctica del altruísmo, que ya está agotado. Este detalle es un síntoma. Cada vez va a ser más difícil encontrar los libros de Luís Cencillo en las librerías. Ha sido un genio, muy admirado, según cuentan, por sus alumnos de Salamanca, por sus colaboradores directos, o simplemente por sus lectores. Sus libros son muy inteligentes e incisivos, pero tal vez sin garra literaria. Podrán estar destinados al olvido, aunque la obra ya está hecha, la siembra de sabiduría en el prójimo. La memoria del nombre es un accidente.

Mientras he estado leyendo La ignorancia lúcida, he pensado en este género que es la autobiografía intelectual. Es un rasgo casi inevitable en cualquier escrito literario, porque no hay autor que renuncie a dejar algún recuerdo de sí propio. El filósofo Javier Sádaba piensa que la autobiografía intelectual se inaugura con Jean-Jacques Rousseau, aunque parece un prejuicio que se olvide de Augustín de Tagaste, que es más antiguo. Y aún más, un pasaje célebre del Fedón es ya autobiografía, donde Sócrates (Platón) explica su "segunda navegación". En la Biblia, puede pensarse que el Eclesiastés escribe también su autobiografía intelectual, evidente en el pasaje introductorio: Yo, Cohélet, he sido rey de Israel, en Jerusalén, y me dediqué a investigar y a explorar con sabiduría todo lo que se hace bajo el cielo: es esta una ingrata tarea que Dios impuso a los hombres para que se ocupen de ella... 

La expresión "ignorancia lúcida" quiere ser la cifra del pensamiento de Luís Cencillo. Todos somos ignorantes, porque por constitución física y psíquica somos incapaces de conocer la realidad total, tal como es. El alcance de nuestro entendimiento es limitado por necesidad, aunque sepamos que hay algo más. Pero esa ignorancia, para los sujetos conscientes, puede ser lúcida, iluminada por la noción de bien, verdad y belleza. Luís Cencillo tenía una perspectiva providencialista y esperanzada de la vida (fue sacerdote, antiguo jesuíta), y esta autobiografía termina haciendo un examen de conciencia y un acto de fe en la vida futura, en presencia de todos nosotros, sus lectores.

Días pasados me refería a un libro del filósofo Javier Sádaba, La vida buena. Como conquistar nuestra felicidad [aquí], y su concepto, a mi parecer estrecho, pequeñoburgués, del "estar bien" en la vida. Dice Sádaba: "Si mi cuerpo funciona con aceptable normalidad, no me faltan útiles para satisfacer las necesidades básicas y hasta un tolerable lujo, no padezco un carácter endeble y merezco la confianza de mis semejantes, soy objetivamente feliz. Y lo será cualquier otro al que le suceda lo mismo". Es que Sádaba es ateo, él dice que agnóstico, y sólo cree en lo que tiene cerca. En la cincuentena, escribió sus memorias intelectuales: Dios y sus máscaras. Autobiografía en tres décadas (1993), donde relataba sus experiencias religiosas y de seminarista en Comillas, Santander, y sus estudios de teólogo en Roma, en la Gregoriana (donde dicen que llegó a recibir las órdenes menores), a lo largo de los años 50, 60 y 70, y en que repasa el cambio de costumbres y mentalidades de la España de entonces. El lector no se explica bien por qué Javier Sádaba perdió la fe, si es que alguna vez la poseyó. Un asunto privado, en cualquier caso.

La experiencia de Luís Cencillo (algo mayor que Sádaba), en algo se asemeja (sostuvo ideas muy críticas sobre el derrotero de la Iglesia Católica y de la civilización triunfante de occidente), aunque predomina en conjunto su visión creyente. Esto se puede comprobar en su aproximación, en este libro de La ignorancia lúcida, al tema de la felicidad (él pensaba que fue infeliz en su vida). Aquí me limitaré a copiar, como contraste con Javier Sádaba, unas pocas líneas que no hacen justicia al conjunto, pero muy expresivas (su breve comentario al Calígula de Albert Camus es muy interesante): 

"La felicidad lograda habría de ser algo tan dinámico y rico en matices y en vivencias que activase todo cuanto de vital, creativo y positivo y valioso hay en los que son verdaderamente felices (...) Aunque la felicidad en tal grado de integridad fuese asequible yo no consideraría como lo esencial para que nuestro estar en la realidad del mundo tenga sentido. Es perfectamente posible una vida llena de humillaciones, fracasos y dolor que esté llena de sentido para el sujeto que la padece y para el mundo en que transcurre. Quien es feliz por las razones y medios en que la gente dice y se siente "feliz", puede no aportar nada benéfico a su mundo, sino solo a su propio disfrute subjetivo" (pág. 193).

Desde una perspectiva de puro análisis natural de nuestras relaciones con el mundo y con el prójimo, es más valioso "hacer" el bien, antes que "estar" bien. El propio bienestar se consigue generalmente a costa de la explotación del prójimo, piensa Cencillo. Esta es una respuesta posible a la ética epicurea de Javier Sádaba.

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24 mayo 2018

Plutarco en El Jueves

Paseando por la calle Feria, en el mercado de trastos viejos de El Jueves, oía que los clientes asiduos le decían con guasa a un vendedor de ropa usada y de libros, también usados, de origen catalán, que ya se le estaba pegando la gracia y el surrealismo de la gente del sur de España. Eso porque decía: "La semana pasada vendía libros a un euro, pero ya esta semana, tres libros a cinco euros, y un libro lo que a mí me parezca...". Estuve a punto de llevarme una vieja edición del ínclito Juan Bautista Bergua, los Tratados sobre las mujeres, sobre el amor, sobre el matrimonio, sobre la muerte, sobre la salud y otros no menos interesantes de Plutarco (título castellano muy guasón, digamos), pero no me sedujo (no hubiera dado más de un euro por él). Siguiendo en terreno filológico, encontré sobre la manta de otro vendedor lo que vulgarmente se dice un chollo ("cosa valiosa o apreciable que se adquiere a muy bajo precio o con poco esfuerzo"). Se trata del tratado sobre El español hablado en Andalucía, de los profesores Antonio Narbona Jiménez, Rafael Cano y Ramón Morillo, publicado por la Fundación José Manuel Lara en el año 2003 (tuvo una primera edición en Ariel, el año 1998, y ha tenido otra posterior, en la editorial de la Universidad de Sevilla, el año 2011 [eus]). Antonio Narbona Jiménez, discípulo de Manuel Alvar, ya es profesor emérito de Lengua Española, y escribe interesantes artículos en la prensa sevillana sobre esta materia, la sociolingüística andaluza, que siempre me ha interesado en plan hobby. Por ejemplo, "A vueltas con la defensa del andaluz" [diariodesevilla], que firma como Correspondiente de la Real Academia Española en Andalucía. Desde luego el andaluz, como variante dialectal de la lengua española, no es cosa que haya cambiado casi nada en este compás de veinte años (yo seseo como lo hacían mis bisabuelos). Pero a lo que iba, desciendo a asuntos crematísticos (¡hermosa palabra griega!), me pidieron de entrada por el libro, subiéndose a la parra, 8€, pero después del regateo ritual me lo han dejado en 5€. Tengo trazas, por algunos papeles que encontré dentro del libro, que está prácticamente sin estrenar, que debió pertenecer a un asistente al "Aula de la Experiencia de Mairena del Aljarafe". Le estoy muy agradecido, quienquiera que fuese, porque le daré segunda vida al libro.

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18 mayo 2018

Don Pío Baroja en El Jueves

Recordar a don Pío Baroja, tratando de libros viejos de un rastro, como es el mercado sevillano de El Jueves, es inevitable y forzoso. Hay muchas fotografías de Baroja entre libros, o en su biblioteca, o en su gabinete. He encontrado esta de aquí, paseando en el Rastro madrileño (es famosa otra de su juventud, mirando libros en los bouquinistes de la orilla del Sena, en París). Viene a cuento del libro de Pío Baroja que encontré ayer en El Jueves, El escritor según él y según los críticos (Madrid, Biblioteca Nueva, 1944), que es parte de sus memorias Desde la última vuelta del camino. El ejemplar, que me ha costado un humilde euro suelto, está, dentro de su vetustez y rusticidad, en buenas condiciones, como para ser leído de inmediato, cosa que me apetecería mucho hacer, si no fuese que ya tengo una pila de libros pendiente encima de la mesa, y hay que seleccionar. Pío Baroja es un gran valor, un valor selecto, de las letras españolas. Como inmenso escritor que fue, puede parecer irregular (no todo lo que escribió era bueno), aunque no tiene página que defraude y en la que esté el autor todo entero. Volviendo a casa en el autobús, y abriendo el librito por su primera página, en el prólogo, me topo con esta declaración inconfundiblemente barojiana: "Yo no tengo la costumbre de mentir. Si alguna vez he mentido, cosa que no recuerdo, habrá sido por salir de un mal paso. No por pura decoración. Los hechos de la vida están casi siempre tan conectados el uno con el otro, que el mentir para darse tono me parece una estupidez sin objeto...". No me digan que no apetece seguir leyendo...

Siempre caen más libros en El Jueves, y otro me pareció interesante, sólo por 2€. Son las Conversaciones con Alfonso Armada, del distinguido historiador José Manuel Cuenca Toribio (Madrid, Actas, 2001). A estas alturas, no se busca en libros como este ninguna revelación, sino el placer y curiosidad intelectual de saber de nuestra historia, aunque sea muy reciente, contando con el testimonio de un protagonista de primera fila (el general Armada falleció en 2013).

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14 mayo 2018

Javier Sádaba y la vida buena

No nos gusta contar lo que uno lee, por vergüenza, porque las lecturas son parte de la vida más íntima, y por eso los libros son de esas cosas que se llevan a escondidas, y se forran o encuadernan por pudor (los e-readers han sido un avance para la privacidad de la lectura). Es el caso del libro en el que he estado enfrascado, La vida buena. Cómo conquistar nuestra felicidad, del veterano filósofo Javier Sádaba [Península]. Me da un poco de vergüenza confesar que leo a Javier Sádaba. Unos días antes había acabado el diálogo platónico Filebo, que siempre me ha parecido espeso, y ahora lo he debido leer de corrido dos veces para enterarme. Es importante, porque contiene en abreviatura toda la historia de la ética. Pero le pasa como a todos los diálogos de Platón, que hay que leer entre líneas, para descubrir el mensaje subliminal oculto bajo superficie. En el Filebo, la farragosidad no sería, pienso, una debilidad de redacción, sino un efecto artístico deliberado, que representaría la dificultad de explicar con la razón, φρονεῖν [lid], el placer, la vida buena, χαίρειν [lid]. El libro de Sádaba continúa con naturalidad la reflexión platónica.

Es gracioso por qué medios el libro de Sádaba ha llegado a mis manos. Con los libros me pasan casualidades, o sincronicidades (como las llamaba Carl Gustav Jung). No las busco, pero me pasan. Nada más dejar en reposo a Platón, encuentro en un quiosco, de saldo, el libro de Sádaba sobre la vida buena. Sádaba sigue la antigua y noble meditación sobre la vida buena, como el Filebo. Sádaba se alinea con Epicuro, o con el Bertrand Russell de The Conquest of Happiness (1930). Pero yo diría que Sádaba está anticuado, porque se ha quedado anclado en la filosofía del linguistic turn, que no lleva a ninguna parte, más que a darle vueltas a las palabras.

A pesar de todo me ha resultado interesante el libro, bien construído y redactado, aunque con evidentes saltos mortales en el argumento, que son un síntoma de las mentalidades corrientes en nuestro país. Un ejemplo es la eutanasia, que ahora se pretende legalizar en España. Javier Sádaba, en este libro que ya tiene diez años, defiende la autonomía de cada uno para decidir el suicidio o la eutanasia. Hay que prestar atención a Sádaba, porque parece haber estado siempre en la onda ideológica del momento. El filósofo ha debido experimentar muy de cerca este dolor. Su mujer falleció de cáncer hace un par de años, en 2015, en la Unidad de Cuidados Paliativos del Hospital Universitario de La Paz. Lo ha relatado en su artículo de prensa "Recuerdo vivo", donde confiesa su miedo a morirse y a que mueran los que él ama. Dice: "habría que desterrar la inveterada manía de arreglar y controlar la existencia de los otros. Dejemos que cada uno resuelva, a su manera, el modo de existir elegido y, en consecuencia, de rematar, dentro de sus posibilidades, dicha existencia" [elpais].

Tendría que referirme a los dos últimos libros de Javier Sádaba, aunque no los haya leído. Hace un par de años publicó sus Memorias comillenses (iba para cura) [foca]. En el libro que comento, sobre la vida buena, va soltando recuerdos de sus años de internado con los curas, da la impresión que sin mucha gratitud ni simpatía. Y este año publica sus Memorias desvergonzadas [almuzara]. Me hace reir este título, e incluso la solapa del periodista Aberasturi: "Para deleite de muchos, ligero cabreo tal vez de algunos y motivo de reflexión para todos los que seguimos en esto de la vida, intentando encontrar una razón en un mundo brutalmente dual". Me hace reír, porque es verdad que leo a Sádaba con ligero cabreo. Sábada me respondería: si no te gusta lo que estás leyendo, Joaquín, deja de leerme, sé feliz y lee cualquier otro libro que te plazca... Pero será que me ha infectado el virus filosófico, y querría entrar con el escalpelo (metáfora favorita de Sádaba) en las cosas que dice.

Es notorio que Javier Sádaba, para explicar la vida buena, parte de una base agnóstica (se vive bien, si se vive sin Dios). Tiene además una idea cuando menos pintoresca de la religión, una religión sin Dios, intramundana. Dice: "Si por religión, en sentido amplio, se entiende el planteamiento que hacemos sobre el todo de nuestra vida, la pregunta por el sentido de nuestra existencia o la reflexión que se vuelve sobre uno mismo para plantearse quién es, qué quiere ser y qué puede ser, entonces todos somos religiosos" (página 39). Esto me parece a mí un simple juego de palabras, que disuelve el concepto de religión, que nuestro diccionario todavía define como el "conjunto de creencias o dogmas acerca de la divinidad, de sentimientos de veneración y temor hacia ella, de normas morales para la conducta individual y social y de prácticas rituales, principalmente la oración y el sacrificio para darle culto" [DLE]. Sin Dios no se puede definir la religión, y es problema de los ateos, no de los demás, que no entiendan el concepto. Tal vez se pueda vivir bien como ateo, pero no es un género de vida que deba postularse como universal, para todos, como hace Sádaba. El ateísmo tiene sus riesgos, porque no reconoce ninguna verdad absoluta, libre de las pasiones e intereses humanos, y llega un momento que todo vale.

Una ética sin Dios acaba siendo pequeñoburguesa, orientada al propio bienestar (si yo estoy bien, todos acabaremos bien). Dice Sádaba: "Si mi cuerpo funciona con aceptable normalidad, no me faltan útiles para satisfacer las necesidades básicas y hasta un tolerable lujo, no padezco un carácter endeble y merezco la confianza de mis semejantes, soy objetivamente feliz. Y lo será cualquier otro al que le suceda lo mismo". Es difícil replicar a esto. Aunque parece que lleva a la conclusión de que si nos falta alguno de esos elementos (porque soy viejo o enfermo o incapaz de moverme, me falta para comer o para pagar el recibo de la luz, no me puedo permitir ningún lujo, y nadie me hace caso), seremos, según Javier Sádaba, objetivamente infelices. Esta filosofía es deficiente.

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03 mayo 2018

Fernando Quiñones en la FLS 2018

Hoy se ha estrenado la FLS 2018, con el lema "Mujeres de letras tomar". El próximo martes 8 de mayo "se llevarán a cabo acciones performáticas para reivindicar y visibilizar el papel de la mujer en el sector de los libros" [FLS]. Leo, por ejemplo, que "en el recorrido estará también presente Christina Linares, fundadora de la Editorial Renacimiento, que realizará una dinámica participativa en la que se invitará al público a leer títulos y fragmentos de obras literarias y tratar de averiguar si están escritas por hombres o por mujeres. De esta forma, se pretende romper con los tópicos de qué es o no literatura femenina y qué escriben las mujeres."

Esta mañana me he dado una primera vuelta por las casetas de libros de la Plaza Nueva. Si tuviera que destacar alguna obra literaria  escrita por una mujer que me haya llamado la atención, sería precisamente una reedición de la editorial sevillana Renacimiento, las Memorias habladas, memorias armadas, de Concha Méndez, recopiladas por su nieta Paloma Ulacia Altolaguirre [biblioteca del exilio]. Tuvieron una primera edición en el año 1990 (en la editorial Mondadori), un libro que recuerdo muy bien, porque lo tuve, lo leí y disfruté, y acabé extraviando, porque estaba impreso en un papel malísimo (de eso que se llama "papel prensa", que se acaba "tostando" en poco tiempo). Es una reedición muy acertada, y que no hace falta decir que recomiendo.

En la lista de libros que me gustaría comprar en esta FLS se encuentran también las Memorias del miedo y el pan, de Antonio Rodríguez Almodóvar [alianza]. Se presenta en la misma feria el sábado 5 de mayo, a las 20h. Por deferencia editorial todavía no está a la venta en las casetas, aunque yo lo ví ya hace un par de semanas en el mejor escaparate de libros de Sevilla, la librería Reguera de la calle Almirante Apodaca (junto a la iglesia de Santa Catalina y la plaza de Los Terceros). Rodríguez Almodóvar es sevillano de Alcalá de Guadaira, del año 1941 [web oficial]. Es un libro muy esperado, o eso quiero pensar.

El primer libro que he comprado en la FLS ha sido una Antología (1957-1998), de poemas y relatos, del escritor gaditano Fernando Quiñones, del que se cumplen veinte años de su fallecimiento. Es un librito casi promocional, muy digno, editado por la Agencia Andaluza de Instituciones Culturales (2000 ejemplares), y cuesta en la feria 1,35 euros. La edición y el prólogo son de Nieves Vázquez Recio, profesora de la Universidad de Cádiz [letras]. No es claro el primer libro que tengo de Quiñones. Entre los suyos, hoy recomendaría por ejemplo De Cádiz y sus cantes, publicado en 1964, y reeditado por última vez, que yo sepa, por la Fundación José Manuel Lara en el año 2005.

Hoy que es jueves no me privé de pasar también por la calle Feria, sin resultado ninguno. Saludé de nuevo al librero Abel Feu, que tuvo la amabilidad de presentarme al periodista Alfredo Valenzuela, que también andaba por allí curioseando libros. Le recordé su espléndida biografía del rockero Silvio, Vengo buscando pelea, que la tengo en la "edición buena" (tan buena que tiene hasta erratas, me decía Valenzuela), publicada por la extinta editorial Qüásyeditorial el año 1991. Silvio Melgarejo falleció el año 2001. Tenía unas salidas de pata de banco tan graciosas como aquella de que "Yo soy tan católico que no necesito ni practicar". Tiene calle en Sevilla en su memoria, «Rockero Silvio», en el barrio de Los Remedios. Al periodista Alfredo Valenzuela le mencioné la novedad de la Historia del Rock Andaluz, de otro periodista, Ignacio Díaz Pérez [almuzara], que reconoce como antecedente a esa biografía de Silvio. Valenzuela me decía este jueves con modestía que la biografía de Silvio es el libro más importante que ha hecho en su vida, y yo le creo, aunque la vida sigue.

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02 mayo 2018

Justicia perfecta

Jesús fue al monte de los Olivos. Al amanecer volvió al Templo, y todo el pueblo acudía a el. Entonces se sentó y comenzó a enseñarles. Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos, dijeron a Jesús: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?». Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo. Como insistían, se enderezó y les dijo: «El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra». E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo. Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí, e incorporándose, le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Alguien te ha condenado?». Ella le respondió: «Nadie, Señor». «Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante».

"Nec ego te condemno" (Jn, 8,11)
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