A cierta altura, uno ya vive de las rentas de sus lecturas juveniles. Parece que ya hay poco que descubrir, o que uno ya se ha enterado de casi todo. Con gran gusto vuelvo una y otra vez a los viejos relatos (el Quijote, la Biblia), pero ya no leo novelas, que son afición de mozo.
En un simpático y concurrido post del blog de Ignacio, nos hemos entretenido en recomendarnos los unos a los otros cosas que echarnos a leer, como si tuviéramos todo el tiempo del mundo, igual que cuando teníamos quince años. Ahora yo siempre recomiendo un breve puñado: el Criticón (para el que tenga pulso y paciencia), el Lazarillo, La Tesis de Nancy, El arpa birmana, Rayuela, los cuentos de Borges...
También diría que quien tenga el privilegio de leer en inglés con soltura (en un país, España, tan incomprensiblemente negado a los idiomas) posee la llave de ingreso a un oceáno inagotable de fábulas. Un gran país, los USA, síntesis de todo lo bueno y lo malo de este mundo, también ha prohijado una inmensa literatura, de elevado tono moral. Moby Dick, The adventures of Huckleberry Finn (de imposible traducción) o The catcher in the rye, no son sólo "grandes novelas norteamericanas", sino también un importante patrimonio espiritual de la humanidad, que merece ser conocido.
Tengo un vago recuerdo, atmosférico y nebuloso, de la lectura de Invisible man, de Ralph Waldo Ellison (el escritor que posa en la foto). Quizá así sea como se recuerdan los grandes relatos (suele decirse que el "argumento" o historia del Quijote puede resumirse en dos líneas). Pero aún retengo la lección moral de esta fábula de Ellison: en nuestro mundo, todos ambicionamos la fama, y ser reconocidos. Pero la contrapartida a tanta desmesura, es que la inmensa parte de la humanidad está condenada a la invisibilidad. Estudiamos el concepto de persona, e invocamos a Boecio, y no advertimos que muchos individuos, muy cercanos, próximos (prójimos) a nosotros, se ven con su dignidad personal negada.
En un simpático y concurrido post del blog de Ignacio, nos hemos entretenido en recomendarnos los unos a los otros cosas que echarnos a leer, como si tuviéramos todo el tiempo del mundo, igual que cuando teníamos quince años. Ahora yo siempre recomiendo un breve puñado: el Criticón (para el que tenga pulso y paciencia), el Lazarillo, La Tesis de Nancy, El arpa birmana, Rayuela, los cuentos de Borges...
También diría que quien tenga el privilegio de leer en inglés con soltura (en un país, España, tan incomprensiblemente negado a los idiomas) posee la llave de ingreso a un oceáno inagotable de fábulas. Un gran país, los USA, síntesis de todo lo bueno y lo malo de este mundo, también ha prohijado una inmensa literatura, de elevado tono moral. Moby Dick, The adventures of Huckleberry Finn (de imposible traducción) o The catcher in the rye, no son sólo "grandes novelas norteamericanas", sino también un importante patrimonio espiritual de la humanidad, que merece ser conocido.
Tengo un vago recuerdo, atmosférico y nebuloso, de la lectura de Invisible man, de Ralph Waldo Ellison (el escritor que posa en la foto). Quizá así sea como se recuerdan los grandes relatos (suele decirse que el "argumento" o historia del Quijote puede resumirse en dos líneas). Pero aún retengo la lección moral de esta fábula de Ellison: en nuestro mundo, todos ambicionamos la fama, y ser reconocidos. Pero la contrapartida a tanta desmesura, es que la inmensa parte de la humanidad está condenada a la invisibilidad. Estudiamos el concepto de persona, e invocamos a Boecio, y no advertimos que muchos individuos, muy cercanos, próximos (prójimos) a nosotros, se ven con su dignidad personal negada.
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Gracias por la consideración
ResponderEliminarTeniendo en cuenta, como se decía en el Principito que " lo esencial es invisible a los ojos ", me hace pensar tu última cnsideración en esta entrada.
ResponderEliminarEs otra forma de invisibilidad, Morgenrot. La invisibilidad se hace visible de muchas maneras.
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