Una nueva edición crítica del tratado De los nombres de Cristo, del maestro fray Luís de León, nos recuerda que padecer sufrimientos e injusticias es destino común de todos los hombres, por tanto también de los más excelsos intelectuales. No hay otra manera de callar el pensamiento, que encerrando y matando al pobre cuerpo del pensador.
Nuestro modelo es Jesús, que ante las autoridades judías y romanas padeció en silencio la condena a morir en una cruz. A su lado, la de Sócrates, relatada por los testigos, parece una muerte olímpica. Hacer un catálogo de intelectuales condenados sería tarea interminable: el teólogo Orígenes, el mismo fray Luís de León y fray Juan de la Cruz, Thomas More, Francisco de Quevedo, o ya en nuestro siglo, el pastor Dietrich Bonhoeffer, Nelson Mandela, o el cardenal F.X. Nguyen van Thuan... Estos son los nombres que ahora recuerdo, y que otros podrían ayudarme a completar.
Los escritos de prisión, como las cartas del defenestrado Lord Chancellor Moro, o del pastor Bonhoeffer, son de extremado interés: en ellas habla la verdad. Cuando el cuerpo del hombre ha sido despojado de todo lo supérfluo, de todo signo de distinción, y ha perdido la esperanza de salvar la vida, o de recuperar la libertad, el espíritu del pensador vuela más alto, a regiones más libres. Sus escritos por fuerza han de estar iluminados por la profecía. No es en los escritores acomodados, vanos y triviales, donde encontraremos la palabra que nos guíe por nuestros senderos.
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Nuestro modelo es Jesús, que ante las autoridades judías y romanas padeció en silencio la condena a morir en una cruz. A su lado, la de Sócrates, relatada por los testigos, parece una muerte olímpica. Hacer un catálogo de intelectuales condenados sería tarea interminable: el teólogo Orígenes, el mismo fray Luís de León y fray Juan de la Cruz, Thomas More, Francisco de Quevedo, o ya en nuestro siglo, el pastor Dietrich Bonhoeffer, Nelson Mandela, o el cardenal F.X. Nguyen van Thuan... Estos son los nombres que ahora recuerdo, y que otros podrían ayudarme a completar.
Los escritos de prisión, como las cartas del defenestrado Lord Chancellor Moro, o del pastor Bonhoeffer, son de extremado interés: en ellas habla la verdad. Cuando el cuerpo del hombre ha sido despojado de todo lo supérfluo, de todo signo de distinción, y ha perdido la esperanza de salvar la vida, o de recuperar la libertad, el espíritu del pensador vuela más alto, a regiones más libres. Sus escritos por fuerza han de estar iluminados por la profecía. No es en los escritores acomodados, vanos y triviales, donde encontraremos la palabra que nos guíe por nuestros senderos.
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No sólo basta la inteligencia y sapiencia, Joaquín, es necesaria el alma y el corazón, la sensibilidad y empatía. Lo que al dolor lleva.
ResponderEliminarY mientras menos esclavos seamos del cuerpo, más elevado queda el espíritu.
Sufrimientos e injusticias tienen un lado positivo en el intelecto.
Lo frívolo , poco aporta, o nada.
Hay un caso parecido al de Bonhoeffer, y es el de Sophie Magdalena Scholl, muy religiosa y principal integrante del movimiento de la Rosa Blanca de München. También le costó la vida, entregándola con suma serenidad.
Muchos ejemplos hay en la historia.
¡Muchas gracias por tu contribución, Morgenrot! A ver si algún otro blogger se anima a dar más nombres.
ResponderEliminarPor centrarnos en nuestro siglo pasado, se me ocurre que el más intelectual y más preso puede ser Maeztu.
ResponderEliminarLo suyo hace que el destierro de Unamuno por Primo de Rivera parezca una chiquillada.
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Y siendo así que al hombre bueno se le castiga, también lo será que al malvado se le premia.
ResponderEliminar¿Comenzamos una lista de ejemplos contra-ejemplares, Joaquín?
Aquí si que no hay que pedir ayuda para componer una enorme lista,...
Amigo, podríamos estar hasta el año que viene haciendo la listado de "malos premiados".
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