La alta estima en que los filósofos cristianos tuvieron a los diálogos platónicos se explica singularmente por sus mitos escatológicos, donde se narra el destino del alma inmortal después de que el hombre muere. En ellos se describe la esperanza común de la humanidad, más allá de las particulares figuras culturales: que después de la muerte seremos juzgados por el bien y el mal que hayamos hecho.
En el relato final del Fedón, Sócrates, cuando se dispone ya a beber la cicuta, dice a sus compañeros sobre la vida nueva del alma inmortal: "Sostener que todas estas cosas son como yo las he descrito, ningún hombre de buen sentido puede hacerlo; pero lo que he dicho del estado de las almas y de sus estancias, es como os lo he anunciado o de una manera parecida; creo que, en el supuesto de ser el alma inmortal, puede asegurarse sin inconveniente; y la cosa bien merece correr el riesgo de creer en ella. Es un azar precioso a que debemos entregarnos, y con el que debe uno encantarse a sí mismo" (114d).
Veinticinco siglos después, la sabiduría socrática sigue resonando en la encíclica Spe salvi de Benedicto XVI: "En gran parte de los hombres –eso podemos suponer– queda en lo más profundo de su ser una última apertura interior a la verdad, al amor, a Dios. Pero en las opciones concretas de la vida, esta apertura se ha empañado con nuevos compromisos con el mal; hay mucha suciedad que recubre la pureza, de la que, sin embargo, queda la sed y que, a pesar de todo, rebrota una vez más desde el fondo de la inmundicia y está presente en el alma. ¿Qué sucede con estas personas cuando comparecen ante el Juez? Toda la suciedad que ha acumulado en su vida, ¿se hará de repente irrelevante? O, ¿qué otra cosa podría ocurrir? San Pablo, en la Primera Carta a los Corintios, nos da una idea del efecto diverso del juicio de Dios sobre el hombre, según sus condiciones. Lo hace con imágenes que quieren expresar de algún modo lo invisible, sin que podamos traducir estas imágenes en conceptos, simplemente porque no podemos asomarnos a lo que hay más allá de la muerte ni tenemos experiencia alguna de ello" (nº 46).
En el relato final del Fedón, Sócrates, cuando se dispone ya a beber la cicuta, dice a sus compañeros sobre la vida nueva del alma inmortal: "Sostener que todas estas cosas son como yo las he descrito, ningún hombre de buen sentido puede hacerlo; pero lo que he dicho del estado de las almas y de sus estancias, es como os lo he anunciado o de una manera parecida; creo que, en el supuesto de ser el alma inmortal, puede asegurarse sin inconveniente; y la cosa bien merece correr el riesgo de creer en ella. Es un azar precioso a que debemos entregarnos, y con el que debe uno encantarse a sí mismo" (114d).
Veinticinco siglos después, la sabiduría socrática sigue resonando en la encíclica Spe salvi de Benedicto XVI: "En gran parte de los hombres –eso podemos suponer– queda en lo más profundo de su ser una última apertura interior a la verdad, al amor, a Dios. Pero en las opciones concretas de la vida, esta apertura se ha empañado con nuevos compromisos con el mal; hay mucha suciedad que recubre la pureza, de la que, sin embargo, queda la sed y que, a pesar de todo, rebrota una vez más desde el fondo de la inmundicia y está presente en el alma. ¿Qué sucede con estas personas cuando comparecen ante el Juez? Toda la suciedad que ha acumulado en su vida, ¿se hará de repente irrelevante? O, ¿qué otra cosa podría ocurrir? San Pablo, en la Primera Carta a los Corintios, nos da una idea del efecto diverso del juicio de Dios sobre el hombre, según sus condiciones. Lo hace con imágenes que quieren expresar de algún modo lo invisible, sin que podamos traducir estas imágenes en conceptos, simplemente porque no podemos asomarnos a lo que hay más allá de la muerte ni tenemos experiencia alguna de ello" (nº 46).
Justo descubro tu escrito cuando estaba hojeando una vez más los "Movimientos del pensar de Wittgenstein" y , a la vez, escuchando el Requiem Alemán de Brahms.
ResponderEliminar"Representar lo invisible" ha sido como agua fresca cuando se tiene sed.
Me apasiona Wittgenstein, tanto como me desesperan sus dudas y lamentos. Por cierto, San Pablo no era , precisamente, Santo de su devoción.
A Dios gracias que nos ha enviado un Papa sapientísimo con una gran capacidad para hacernos entender la Palabra, envolviéndo "magicamente" sus razonamientos con dulzura y Amor.
Quien haya tenido la suerte de verlo en persona, ha podido percatarse que su sóla presencia llena hasta el último rincón umbrío de un espacio inmenso.(Sirva ésto para añadir a la imagen con la que se " representa lo invisible".)
Gracias por tu comentario, Morgenrot. Si uno se para a pensar, usamos a diario un objeto invisible: la palabra.
ResponderEliminar¿Has tenido ocasión de conocer en persona a Joseph Ratzinger?
Gracias a ti por este Blog que es continente de sabiduría.
ResponderEliminarLa palabra es un don que recibimos para hacerla "belleza".
Sí, he conocido a Herr Ratzinger. Fue en un fugaz viaje a Roma. De todo aquel periplo , con tanta monumentalidad y arte, me quedo con la figura , elegantísima, y el halo "quasi-divino" del Papa.