10 octubre 2009

Siltolá

El jueves pasado hubo en Sevilla presentación de libros de poesía, la colección Siltolá de la Fundación Ecoem, que preside nuestro amigo Javier Sánchez Menéndez. La Biblioteca Pública Infanta Elena es un edificio anodino, y feo, pero con mucha iluminación natural, y se entra por un paseo de arbolitos del Parque, entre medio de una jungla de coches aparcados junto al pabellón de Chile y el Teatro Lope de Vega... Allí, al atardecer, a la brisa que corre en el paseo de las Delicias, a la orilla del brazo muerto del Guadalquivir, saludamos a Olga Bernad (que vino de Zaragoza), a Jesús Cotta, y a un buen número de amigos y colegas bitacoreros y de la cosa lírica...

Desde los días del bachillerato, en que leíamos al gran César Vallejo, o que pedíamos al profesor de inglés que nos recitase el haiku famoso de Ezra Pound, uno ya ha leído millares de poemas (a lo peor exagero), o los ha oído recitar a los poetas. También yo escribía versos cuando era doncel, aunque la vida me ha llevado por derroteros más secos y desabridos. Uno de mis maestros en derecho, el profesor Olivencia, nos advertía que nuestra Universidad lleva el título de Litteraria Hispalensis. Quiere decir que los letrados somos gentes de letras. Por eso admiro sin límites a quienes hacen de la palabra y el verso un oficio. Pero el muchacho que gustaba leer el romancero viejo acabó de especialista en derecho público: no soy poeta. Otro de mis maestros, Ángel López López, se metía con esos mustios abogados y profesores que van siempre con la prosa amojamada del Boletín Oficial del Estado bajo el brazo. "Aquí sólo hablamos de cosas elegantes", decía don Ángel López en sus clases de derecho civil. Si cada cosa engendra su semejante, no puede ser que el trato asiduo con los boes rompa en poesía.

Hace unos días recordaba con Javier aquellas noches poéticas inenarrables, con "copa de vino español", que se celebraban en la cochambre de la librería El Desván, de la sevillana calle Don Pedro Niño, en la parroquia de San Andrés. Como dicen esos dos notas simpáticos de los vídeos, aquello era otra cosa... El nombre de Desván venía muy a propósito porque allí los rimeros de libros descangallados reposaban de cualquier manera, en baldas o amontonados, cogiendo polvo. En ese cuchitril, que ya cerró, me chiflaba pasar las horas muertas hace veinte años. El librero, Luís Andújar, es un personaje gracioso, como muchos de su oficio. "Bibliófilo gustoso de las zarandajas gráficas", aplicaba en los tratos librescos la regla de que el primero que llegue, se lo lleva. Algunas tertulias poéticas de la ciudad habían adoptado El Desván como su lugar de reunión, y allí fue donde Javier presentó un libro suyo de poemas una noche de noviembre de 1991... Él sigue escribiendo, en su blog La vida al filo de la espada, y ahora mejor porque internet difunde al instante, entre muchos, las ideas y los escritos.

El jueves pasado se presentaron en la Biblioteca Infanta Elena para leer sus versos cinco poetas, por orden alfabético: Miguel Agudo, Olga Bernad, Jesús Cotta, Juan Antonio González Romano y Elías Marchite, los primeros de la colección Siltolá. Cuantas veces leo u oigo a los poetas, no puedo evitar interrogarme sobre el porqué y el para qué de la poesía, que son preguntas casi existenciales. Tengo sobre mi mesa un libro nuevo, interesante, sobre este tema, de Agustín Fernández Mallo: Postpoesía. Hacia un nuevo paradigma (Anagrama, 2009), donde explica que la actividad poética debe corresponderse con el clima cientista de nuestro tiempo. En algo le doy la razón al autor: toda creación tiene que ser rupturista, sorpresiva. Las maneras trilladas, "ortodoxas", pueden ser alimenticias, pero no creadoras, sino estériles, anacrónicas.

La poesía es un arte popular, destinada al canto. Carmen, que significa 'poema' en latín, también es 'canto', del verbo canere. Y Antonio Machado decía que canto y cuento es la poesía. Por eso es costumbre que los poetas reciten sus versos, porque su razón de ser es oírlos en alta voz, cantados. Sin embargo, ninguno de estos cinco poetas de Siltolá escribe poesía declamatoria, apta para el canto o la recitación. Escriben poesía moderna, para ser leída en silencio y soledad. El poema aforístico, que ellos cultivan (como hicieron Juan Ramón, Unamuno o Machado), está peleado con la canción (es el grado cero de la poesía lírica), y leerlo en público, como si se leyese un romance o unas coplas, me parece como si dejase al poema desarbolado. Pero esto es una impresión personal.

Tomemos el libro de Miguel Agudo, Cuando Herodes la tierra. Contiene un brillante aforismo, que el poeta ha leído en público: Si el tiempo todo lo cura, ¿por qué mueren los viejos tan enfermos? Es un poema que exige la meditación en silencio, incluso la visualización en la página (porque se publica con una artificiosa composición tipográfica). Leamos, no oigamos, otro de los poemas de Miguel Agudo:

... DE UNIVERSO

Al principio
-eran las cuatro y cuarto de la tarde-,
se levantó Dios de la mesa
y creó un café solo.
Y pensó que sabría demasiado fuerte
y creó Dios un terrón de azúcar.
Y, parafraseando a Arquímedes, se dijo:
"dadme una cucharilla y..."
y removió el terrón
-sin sudor de su frente
ni usar alzada alguna-,
y quiso sorber
y sin querer besó
esta negrura...

4 comentarios:

  1. Ya me hubiera gustado estar allí, pues no tuve ocasión de saludarte en mi anterior (y único, hasta la fecha) viaje a Sevilla.

    Tremendamente interesante el libro que citas de Agustín Fernández Mallo, por lo que tiene de espuela para el debate, inagotable e irremediable, aunque muchos de sus presupuestos ya estaban en boca de los novísimos, y de muchos antes de los novísimos. Es algo cíclico, en fin. Si me permites la publicidad, publicamos hace unos días en la web de dvd una entrevista a Fernández Mallo a cuento de la segunda edición de carne de Píxel:

    http://dvdediciones.com/novedades_carnedepixel2.html

    Entrevista de la cual me permito disentir, desde luego, en ciertos puntos. De todas formas, al margen de las poéticas gendarmes en que todos podemos incurrir (y el que esté libre de pecado...) creo que la poesía seguirá siendo una cuestión de fe. Puede que no haya nada "mágico" en el mundo, ni siquiera la poesía. Pero ésta se comporta, cuando sucede, como si fuera mágica, y así debemos aceptarlo si queremos entrar en su juego.

    Abrazos. hacía tiempo que no me dejaba caer por aquí, pero sigo leyéndote.

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  2. Estamos como el perro y el gato, Juan Manuel. Gracias por tu comentario, y por el enlace a DVD. Estas reflexiones son tan antiguas como queramos (igual que el epsilon del cálculo integral). A mí también me recuerda la Lírica de cámara, de Gabriel Celaya, un ingeniero metido a poeta, no lo olvidemos.

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  3. Tu entrada, que comienza como crónica, es toda una reflexión sobre la poesía.

    Yo no pude estar, pero me hubiese encantado haber ido, tanto por el arte como por el canto.

    Un abrazo

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  4. Saludé también a tu amigo José Miguel Ridao. Fue un placer conocer en vivo a tantos blogueros que uno lee.

    Un abrazo.

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