Entre los chascarrillos que corrían en la facultad, los más graciosos eran los que trataban del derecho matrimonial canónico y de eso que los legos llaman las anulaciones. En Sevilla, desde tiempo inmemorial, cada maestro ha dejado su impronta, y los discípulos ya se encargan de recordar las anécdotas de sus maestros. Se contaba por ejemplo del viejo profesor Manuel Giménez Fernández, que cuando llegaba a explicar el impedimento de la impotentia coeundi, mandaba que las pocas alumnas que oían sus clases se retiraran fuera. Y de otro, que sigue en activo, canonista soltero, que recomendaba a los alumnos: "¡no os caséis, no os caséis!". Las lidias matrimoniales, ocioso es decirlo, se prestan a comentarios jocosos, y a esto se le suele juntar la sorna y socarronería de muchos canonistas, hechos a tratar de rupturas y desuniones.
Un canonista de gran prestigio en Sevilla fue el canónigo de la catedral Francisco Gil Delgado (en la imagen). No impartía clases en la facultad, pero algunos de los profesores, como el nuestro de derecho civil, D. Manuel de Cossío, le invitaban a disertar en ocasiones sobre su experiencia en el tribunal eclesiástico de la diócesis. De su lección recuerdo la gracia y frescura con que fue explicando, en apenas una hora, las causas más frecuentes de nulidad que llegaban a sus manos. El metus reverentialis lo describía con esa típica escena de vodevil de la hija que le confiesa al padre que se ha quedado embarazada, y el padre le pregunta, muy serio: ¿Y entonces te casarás, no es verdad? La niña, sí, por obediencia contraía matrimonio, pero viciado por el miedo que le tenía al padre. Y luego Gil Delgado se refería a las nulidades, muy repetidas después del nuevo código de 1983, por inmadurez afectiva de los contrayentes, como la que parece que intentarían Elena de Borbón y Jaime de Marichalar [Periodista Digital]. Gil Delgado las llamaba "las apendicitis de las nulidades", porque se ven de continuo en los tribunales eclesiásticos, y su resolución es casi rutinaria.
No llegué a tratar a Gil Delgado, pero su figura oronda (y era nadador) me resultaba familiar. Muchas veces lo veía en la avenida, saliendo de la plaza del Cabildo, para pasear a su perro, un gran danés. Uno de sus libros, el que dedicó a la biografía del cardenal Segura (2001), es una de las lecturas más excelentes y apasionantes de las que tengo memoria.
Un canonista de gran prestigio en Sevilla fue el canónigo de la catedral Francisco Gil Delgado (en la imagen). No impartía clases en la facultad, pero algunos de los profesores, como el nuestro de derecho civil, D. Manuel de Cossío, le invitaban a disertar en ocasiones sobre su experiencia en el tribunal eclesiástico de la diócesis. De su lección recuerdo la gracia y frescura con que fue explicando, en apenas una hora, las causas más frecuentes de nulidad que llegaban a sus manos. El metus reverentialis lo describía con esa típica escena de vodevil de la hija que le confiesa al padre que se ha quedado embarazada, y el padre le pregunta, muy serio: ¿Y entonces te casarás, no es verdad? La niña, sí, por obediencia contraía matrimonio, pero viciado por el miedo que le tenía al padre. Y luego Gil Delgado se refería a las nulidades, muy repetidas después del nuevo código de 1983, por inmadurez afectiva de los contrayentes, como la que parece que intentarían Elena de Borbón y Jaime de Marichalar [Periodista Digital]. Gil Delgado las llamaba "las apendicitis de las nulidades", porque se ven de continuo en los tribunales eclesiásticos, y su resolución es casi rutinaria.
No llegué a tratar a Gil Delgado, pero su figura oronda (y era nadador) me resultaba familiar. Muchas veces lo veía en la avenida, saliendo de la plaza del Cabildo, para pasear a su perro, un gran danés. Uno de sus libros, el que dedicó a la biografía del cardenal Segura (2001), es una de las lecturas más excelentes y apasionantes de las que tengo memoria.
Es un campo cierto para la cachaza, y Fco. Gil Delgado tuvo una vida interesante, con numerosas aficiones y dedicaciones que podían dar lugar a anécdotas diveertidas.
ResponderEliminarUn abrazo
Me parece , apreciado Joaquín , que llegué más tarde que tú a la facultad.
ResponderEliminarNo viví esas interesantes anécdotas. Sí recuerdo con cariño a mi profesor, el catedrático Bernardez Cantón y lo mucho que él llegó a apreciarme como alumna.
Buenos recuerdos me trae este post.
Morgenrot, yo tuve a Jerónimo Borrero, como todos los canonistas, muy apasionado de su disciplina. Él mismo hacía recuerdo de Gimenez Fernández.
ResponderEliminarBueno, en realidad Jerónimo Borrero (que fue el que me tocó a mi) pertenecía a la cátedra de Bernardez Cantón.
ResponderEliminarPor cierto que me encontré al primero por casualidad hace unos meses y me dijo que sigue en el tajo. Ahora en la Pirotecnia o como quieran llamar a aquel disparate.
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Qué bueno, Alfaraz, aquí somos todos viejos colegas...
ResponderEliminarEl maestro Bernárdez Cantón, como Clavero, u Olivencia, todos en el tajo, o como el general Custer, con las botas puestas...
Un abrazo
Sobre la Pirotecnia, puede ser que sea un adefesio estabulador, aunque la avenida Ramón y Cajal tiene ya mucho aire de campus...
ResponderEliminarTengo entendido, Joaquín, que B. Cantón murió hace años, aún joven.
ResponderEliminarA quién ha segudo viendo es a Borrero.Coincidimos en la playa, aunque en estos últimos tiempos no.
Ellos dos son los que estaban en la cátedra cuando yo estudiaba.
Así es, Morgenrot, que en gloria esté. A quienes veo aún en activo, pero no en la docencia, es a Olivencia y Clavero, entre los viejos maestros de la facultad. Al profesor Clavero tuve oportunidad de escucharle en reciente conferencia, a la que me referí en un comentario del mes de noviembre: Caridad sin amor
ResponderEliminarPues la verdad, me extraña que Jerónimo conociera a Manuel Giménez Fernandez.
ResponderEliminarEn cuando a Don alberto Bernardez Cantón, era un profesor fenomenal, y de un trato humano sencillo (su seat1500 y el cigarrillo en los labios). Le recuerdo con afecto. Además, era un verdadero especialista y en no pocas ocasiones su doctrina era recogida en sentencias de la Rota romana. De aquella Universidad que yo viví recuerdo tambien a otros maestros como Don Alfonso de Cossío. Aun reléo sus Instituciones de Derecho Civil, que escribió durante una etapa de sanción administrativa. También me hizo sentir afecto, a su manera, Don Joasé Martínez Gijón. Entre los que me dejaron anécdotas, a veces sabrosas, D. Ignacio María de Lojendio y D Manuel Romero, Don josé Aparici y D. Francisco Elías de Tejada.
¡Cuanto se quedó de mi juventd en aquellos patios y entre los muros de la Tabacalera!.
Creo que ahora a la Pirotecnia le llaman "le petit-palais-de-pladour"
Muchas gracias por tus precisiones y recuerdos, ¡la memoria traiciona!
ResponderEliminarCompruebo que no pertenecemos a la misma generación u hornada, por los maestros que mencionas.
De Alfonso de Cossío, poseo sus "Instituciones de Derecho Hipotecario" (1956), en mal papel, pero que he encuadernado dignamente. Sus reflexiones me permiten intuir la calidad de su magisterio oral. Uno de sus discípulos recordaba una anécdota suya, de que llamaba a los arrendamientos urbanos, "enredamientos urbanos".
Y de Aparici, maestro con mayúsculas, al que alcancé a conocer, tengo otra anécdota, que tal vez merezca que cuente con más detenimiento, más adelante.
También conocí a Manuel Romero (todos le conocían por el diminutivo), un verdadero sabio, y gran maestro también. En su clase de derecho político (curso 82-83) nos mandó ir al cine a ver el estreno de la película Gandhi, como ejercicio práctico. Aprendí mucho de él.
En fin, digo lo que tú...