'When I use a word,' Humpty Dumpty said in rather a scornful tone, 'it means just what I choose it to mean—neither more nor less.'
'The question is,' said Alice, 'whether you CAN make words mean so many different things.'
'The question is,' said Humpty Dumpty, 'which is to be master—that's all.'
Cuando yo uso una palabra --insistió Humpty Dumpty con un tono de voz más bien desdeñoso-- quiere decir lo que yo quiero que diga..., ni más ni menos.
--La cuestión --insistió Alicia-- es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.
--La cuestión --zanjó Humpty Dumpty-- es saber quién es el que manda..., eso es todo.
Lewis Carroll, Through the looking glass, 1872 [english], A través del espejo [castellano].
Lewis Carroll, Through the looking glass, 1872 [english], A través del espejo [castellano].
El diálogo con aquel huevo engreído, Humpty Dumpty, que por encaramarse a una tapia acabó estrellado, es uno de los pasajes más archifamosos de la extravagante historia de Alicia. El huevo atajaba la discusión sobre el significado de una palabra apelando a la autoridad, a "quien corta el bacalao". Es un pasaje muy serio, en que el autor, el diácono Dodgson, Lewis Carroll, se hace eco de los debates oxonienses de su tiempo sobre lógica formal y semántica.
Martin Gardner, en su clásica edición de Alicia anotada (1960) [Norton & Co.], nota que ahí Humpty Dumpty se manifiesta como nominalista al subrayar que las palabras no significan más que lo que a cada uno convenga (When I use a word it means just what I choose it to mean). Por lo demás, Gardner concluye su extensa nota observando que si queremos comunicar con precisión, estamos sujetos al deber moral de no dar significados privados a las palabras corrientes ["if we wish to communicate accurately we are under a kind of moral obligation to avoid Humpty's practice of giving private meanings to commonly used words"].
Humpty Dumpty, como Guillermo de Occam, también hace ahí teología. La reflexión sobre las palabras y sus significados es el atrio mayor de ingreso a la ciencia sagrada, donde se comienza tratando de divinibus nominibus. De igual modo que las palabras, meros sonidos articulados, manifiestan contenidos mentales inmateriales (ideas, significados, pensamientos), así Dios, que ha creado el mundo, se revela entre nosotros como Palabra y en las palabras. Por eso confesamos que Dios habló por los profetas; y de ahí que los temas mayores de la teología, en toda religión, sean la revelación y los escritos sagrados (nuestras Escrituras).
En un plano menos elevado, las palabras y sus significados son importantes en teología, porque esta ciencia se hace con palabras, de forma verbal. El experimento teológico es semántico, y por esta razón Tomás de Aquino define la teología, en sentido etimológico, como sermo de Deo, el "discurso acerca de Dios".
Las palabras, que son los ladrillos y la argamasa con que está hecha la teología, son la causa de su grandeza y de su miseria. Las palabras, como pensaba Occam, no son nada, apenas flatus vocis, pero son el campo de refriega de las ideologías y de los poderosos. Diríamos, con Humpty Dumpty, que las palabras pueden expresar la verdad (lo que las cosas son) pero también pueden significar lo que convenga a los intereses del poderoso de turno. Por eso el huevo impertinente concluye con cinismo que la verdadera cuestión no es saber qué significa una palabra, sino saber quién es el que manda [which is to be master].
Puesto que se hace con palabras, inermes frente al mal uso, la teología está siempre amenazada de contaminación ideológica y de intereses espurios. A este peligro ya me he referido en un comentario sobre "Los teólogos" [ver Los teólogos], y he defendido la necesidad de que nuestra teología se depure de adherencias mundanas.
La ciencia teológica no es, sin embargo, una excepción en el panorama general de las ciencias. La investigación libre, pura y desinteresada, de la verdad, es una rareza, y por lo común la ciencia debe desenvolverse en la trama de intereses políticos y económicos de su tiempo. Las conveniencias del poder dirigen y gobiernan a la ciencia, aunque la verdad que aguarde ser revelada sea una.
Tampoco es imaginable una investigación libre en teología, porque las sectas religiosas limitan o impiden, por simple sentido de supervivencia, la libertad de pensamiento y de opinión de los teólogos. Así, la historia de cualquier religión sobre la tierra podría describirse también como la sucesión de las persecuciones que sufrieron sus teólogos, igual que en la filosofía, desde el proceso y condena de Sócrates (acusado, recuérdese, de impiedad).
La Iglesia Católica, Apostólica y Romana ha desarrollado del mismo modo un complejo sistema de control teológico, amparada en los conceptos de Tradición y Magisterio (Catecismo, nn. 74-100). Según pienso, con estas instituciones, nacidas por cierto del discurso teológico a través de los siglos, nuestra Iglesia no se distingue de cualquier otra religión que haya pretendido perpetuarse en este mundo y custodiar íntegras sus doctrinas (el depositum fidei).
Este cuasi monopolio de "la verdad" en la iglesia provoca que la teología católica se encuentre en perpetua contradicción entre la búsqueda pura y desinteresada de la verdad y la obediencia al magisterio, y esté siempre amenazada por el potencial conflicto con el poder eclesiástico y sus intereses de gobierno. Podría mencionarse el caso paradigmático de Hans Küng, pero es que Tomás de Aquino tampoco se libró en su tiempo de la censura y el riesgo de condena.
En estos días hemos presenciado el hecho inaudito en España de que los miembros más cerriles y ultramontanos [ultramontanismo] de la Conferencia Episcopal se hayan llevado el gato al agua, y conseguido el secuestro de facto del libro Jesús. Aproximación histórica (PPC, 2007), del teólogo vasco José Antonio Pagola [El Plural y Diario Vasco], al que han sometido a un despiadado marcaje.
Acerca del que ya se llama entre nosotros "caso Pagola", he dedicado por lo menos tres artículos en este blog: el primero cuando se presentó el libro en mi ciudad [El Jesús de Pagola en Sevilla], otro cuando sufrió la primera censura, sin firma, de la Conferencia Episcopal [¿Condenar el libro de José Antonio Pagola?], y el último, con ocasión de un manifiesto de teólogos españoles, en defensa de Pagola [¿Herejía monofisista en la Iglesia?]. Debo decir que me ratifico en lo dicho, y ahora expreso mi tristeza por las sevicias que sufre este teólogo de bien.
El cristianismo padece hoy una peligrosa deriva gnóstica, en palabras del teólogo de Deusto, Javier Vitoria. Es un deber de los teólogos libres y, en la medida posible, de los cristianos sencillos "de a pie" o de base, denunciar con energía la amenaza de herejía de motivo ideológico en la iglesia. Igual que Humpty Dumpty, aquel huevo engreído y faltón, pero que acabó estrellado en el suelo, algunos eclesiásticos están tentados de decir hoy que lo importante no es el significado de las palabras, ni la verdad, sino que lo importante es saber quién manda aquí.
Humpty Dumpty, como Guillermo de Occam, también hace ahí teología. La reflexión sobre las palabras y sus significados es el atrio mayor de ingreso a la ciencia sagrada, donde se comienza tratando de divinibus nominibus. De igual modo que las palabras, meros sonidos articulados, manifiestan contenidos mentales inmateriales (ideas, significados, pensamientos), así Dios, que ha creado el mundo, se revela entre nosotros como Palabra y en las palabras. Por eso confesamos que Dios habló por los profetas; y de ahí que los temas mayores de la teología, en toda religión, sean la revelación y los escritos sagrados (nuestras Escrituras).
En un plano menos elevado, las palabras y sus significados son importantes en teología, porque esta ciencia se hace con palabras, de forma verbal. El experimento teológico es semántico, y por esta razón Tomás de Aquino define la teología, en sentido etimológico, como sermo de Deo, el "discurso acerca de Dios".
Las palabras, que son los ladrillos y la argamasa con que está hecha la teología, son la causa de su grandeza y de su miseria. Las palabras, como pensaba Occam, no son nada, apenas flatus vocis, pero son el campo de refriega de las ideologías y de los poderosos. Diríamos, con Humpty Dumpty, que las palabras pueden expresar la verdad (lo que las cosas son) pero también pueden significar lo que convenga a los intereses del poderoso de turno. Por eso el huevo impertinente concluye con cinismo que la verdadera cuestión no es saber qué significa una palabra, sino saber quién es el que manda [which is to be master].
Puesto que se hace con palabras, inermes frente al mal uso, la teología está siempre amenazada de contaminación ideológica y de intereses espurios. A este peligro ya me he referido en un comentario sobre "Los teólogos" [ver Los teólogos], y he defendido la necesidad de que nuestra teología se depure de adherencias mundanas.
La ciencia teológica no es, sin embargo, una excepción en el panorama general de las ciencias. La investigación libre, pura y desinteresada, de la verdad, es una rareza, y por lo común la ciencia debe desenvolverse en la trama de intereses políticos y económicos de su tiempo. Las conveniencias del poder dirigen y gobiernan a la ciencia, aunque la verdad que aguarde ser revelada sea una.
Tampoco es imaginable una investigación libre en teología, porque las sectas religiosas limitan o impiden, por simple sentido de supervivencia, la libertad de pensamiento y de opinión de los teólogos. Así, la historia de cualquier religión sobre la tierra podría describirse también como la sucesión de las persecuciones que sufrieron sus teólogos, igual que en la filosofía, desde el proceso y condena de Sócrates (acusado, recuérdese, de impiedad).
La Iglesia Católica, Apostólica y Romana ha desarrollado del mismo modo un complejo sistema de control teológico, amparada en los conceptos de Tradición y Magisterio (Catecismo, nn. 74-100). Según pienso, con estas instituciones, nacidas por cierto del discurso teológico a través de los siglos, nuestra Iglesia no se distingue de cualquier otra religión que haya pretendido perpetuarse en este mundo y custodiar íntegras sus doctrinas (el depositum fidei).
Este cuasi monopolio de "la verdad" en la iglesia provoca que la teología católica se encuentre en perpetua contradicción entre la búsqueda pura y desinteresada de la verdad y la obediencia al magisterio, y esté siempre amenazada por el potencial conflicto con el poder eclesiástico y sus intereses de gobierno. Podría mencionarse el caso paradigmático de Hans Küng, pero es que Tomás de Aquino tampoco se libró en su tiempo de la censura y el riesgo de condena.
En estos días hemos presenciado el hecho inaudito en España de que los miembros más cerriles y ultramontanos [ultramontanismo] de la Conferencia Episcopal se hayan llevado el gato al agua, y conseguido el secuestro de facto del libro Jesús. Aproximación histórica (PPC, 2007), del teólogo vasco José Antonio Pagola [El Plural y Diario Vasco], al que han sometido a un despiadado marcaje.
Acerca del que ya se llama entre nosotros "caso Pagola", he dedicado por lo menos tres artículos en este blog: el primero cuando se presentó el libro en mi ciudad [El Jesús de Pagola en Sevilla], otro cuando sufrió la primera censura, sin firma, de la Conferencia Episcopal [¿Condenar el libro de José Antonio Pagola?], y el último, con ocasión de un manifiesto de teólogos españoles, en defensa de Pagola [¿Herejía monofisista en la Iglesia?]. Debo decir que me ratifico en lo dicho, y ahora expreso mi tristeza por las sevicias que sufre este teólogo de bien.
El cristianismo padece hoy una peligrosa deriva gnóstica, en palabras del teólogo de Deusto, Javier Vitoria. Es un deber de los teólogos libres y, en la medida posible, de los cristianos sencillos "de a pie" o de base, denunciar con energía la amenaza de herejía de motivo ideológico en la iglesia. Igual que Humpty Dumpty, aquel huevo engreído y faltón, pero que acabó estrellado en el suelo, algunos eclesiásticos están tentados de decir hoy que lo importante no es el significado de las palabras, ni la verdad, sino que lo importante es saber quién manda aquí.
Sobre el tema, pueden consultarse estos artículos de internet:
José Mª Castillo, En defensa del "Jesús" de Pagola [enlace]
Javier Vitoria, José Antonio Pagola [enlace]
Xabier Pikaza, Caso Pagola o caso Rouco-Camino [enlace]
Fernando San Martín, A propósito del Jesús de Pagola [enlace]
Félix Azurmendi, Pedimos la verdad [enlace]
Marcos Santos Gómez, El gerundio en la teología [enlace]
Juan Masiá Clavel, Curias y eclesiásticos tentados a creer en Satanás [enlace]
José Manuel Vidal, Los curas de San Sebastián rompen la dinámica del miedo eclesial [enlace]
Y en este blog Majao Público, la etiqueta Pagola: Jesus
Después de haber tenido la suerte de encontrar este lugar, me quito el sombrero, miro de frente, inclino la cabeza y me despido con un saludo.
ResponderEliminarDesde Castilla la Vieja, junto al Pisuerga…
Muchas gracias de verdad, Miguel Ángel, por tu visita. ¡Eres bienvenido!
ResponderEliminarUn abrazo,
Joaquín.
Joaquín, qué peligro contienen esas divergencias en la Iglesia.
ResponderEliminarYa decía Napoleón : " Divide y vencerás ". Las divisiones en el seno de nuestra Iglesia es un mal que se debe atacar entre todos, cada uno en la parte que le corresponda.
Hay una tendencia en el ser humano a ser el " master " y nos olvidamos de la humildad y vulnerabilidad de cada uno de nosotros.
Me parece penoso.¿ A quién le " cortamos la cabeza " ?.
Saludos muy cordiales, apreciado Joaquín.
Off with his head!!
ResponderEliminar¡Otra cita de Alicia!
Creo, Morgenrot, que algunos eclesiásticos, con espíritu de inquisidores, acaban revolviendo el patio, en lugar de ser mansos como el Maestro. No veo al P. José Antonio Pagola introduciendo él, precisamente él, la discordia.
Pero, te agradezco tu comentario, como siempre. Muy cordiales saludos, Morgenrot.
Joaquín, sabes que confío mucho en tus criterios. De hecho tengo admiración por el padre Pagola desde otros post tuyos. De alguna manera viste venir la tormenta.
ResponderEliminarY ¡ Cuánta falta hacen los mansos !.
Reitero saludos