"—Engañado he vivido hasta aquí —respondió don Quijote—, que en verdad que pensé que era castillo, y no malo; pero pues es ansí que no es castillo, sino venta, lo que se podrá hacer por agora es que perdonéis por la paga, que yo no puedo contravenir a la orden de los caballeros andantes...
"—Poco tengo yo que ver en eso —respondió el ventero—. Págueseme lo que se me debe y dejémonos de cuentos ni de caballerías, que yo no tengo cuenta con otra cosa que con cobrar mi hacienda.
"—Vos sois un sandio y mal hostalero —respondió don Quijote.
"Y poniendo piernas a Rocinante y terciando su lanzón se salió de la venta sin que nadie le detuviese, y él, sin mirar si le seguía su escudero, se alongó un buen trecho."
El final de la historia (Quijote, I, 17) es que el pobre de Sancho Panza tuvo que pagar a su costa lo debido al ventero, del modo más humillante y risible, o como dice la ilustración de Walter Crane (1900): "how Sancho paid the reckoning".
A primera vista, Don Quijote se nos aparece como un mentecato, mente captus, un demente, incapaz, falto de juicio, y tonto en una palabra. Pero habla tan convencido, como cuando dice que los caballeros andantes nunca pagaron posada, que acabamos por rendirnos a sus razones.
El personaje de Don Quijote es el portavoz de la ironía cervantina. Hoy Don Quijote sería el que emplease argumentos "políticamente correctos": un estúpido, en suma. Sus discursos van por un lado, y la realidad, que los desmiente, va por otro. La novela de El Quijote, donde las ventas no son castillos, ni nada es lo que parece (o le parece a Don Quijote), es así muy difícil, sutil, un punto escéptica.
No podemos tomarnos muy en serio, o en sentido recto, los razonamientos de este loco entreverado, sin al menos sospechar que Cervantes nos esté tomando el pelo, o que esté recordando al lector avisado que las cosas son de muy diverso modo al del discurso oficial. Esa es la ironía cervantina. Por eso se ha hecho proverbial en nuestro idioma el luchar contra molinos de viento, que es empeñarnos contra toda lógica en que el mundo ruede según nuestro parecer, y no como las cosas son.
Sin duda aleccionadora interpretación.
ResponderEliminarMe arrepiento de haberlo escrito, porque parece que desanimo a leer el Quijote, llamándole libro difícil y sutil. Me gustaría que alguien lo defendiese mejor que yo.
ResponderEliminarAhora sí, el episodio del manteamiento de Sancho Panza, que he leído hace un par de días, me ha hecho reír otra vez. Reir, no sonreir.
ES que Cervantes hace reír. No parece que aburrir al lector fuera una de sus metas en la vida. Ah, la locura de don Quijote... es un tema inagotable, cada relectura le añade algo.
ResponderEliminarEse "Vos sois un sandio y mal hostalero", tan simple y contundente, nos habla de la claridad de su mente; cautiva, sí, cuando lucha con molinos de viento y tantas veces, cautiva del mundo que quiere ver, pero no entregada. Eso lo diferenciará siempre del políticamente correcto. Él creía lo que decía, la corrección política dice lo que cree que debe decir.
A mí el amor por Dulcinea, por ejemplo, me parece de lo más verdadero que hay. Siempre pensaba en ella. Es la prueba del algodón. La prueba de la ironía cervantina.
Espléndido comentario, Olga. Otra enamorada de Don Quijote...
ResponderEliminarEl Quijote es un libro peculiar, que se adapta al lector, mi hijo ha disfrutado con él, probablemente sin apreciar muchas de sus sutilezas, y hay personas capaces de releerleo mútiples veces apreciando nuevos matices, más que difícil diría que es como una montaña con ´múltiples rutas de subida, hay que seleccionar aquella que mejor se adapta al escalador.
ResponderEliminarAunque es muy de mañana para hilvanar mis pensamientos de manera algo juiciosa, tengo que decir que mi señor don Alonso Quijano cede sus armas cuando renuncia a ser Don Quijote y en la cama reclama los últimos sacramentos. Es entonces cuando se vuelve políticamente correcto. En la venta y en cuantas otras hazañas se muestra y exige ser reconocido como caballero andante en orden con su orden, es fiel a sí mismo, no importa si carros o carretas, si malandrines y follones, si castillos encantados o ínsulas baratarias, él no cede ni a los gritos de su fiel y realista Sancho ni a las razonables palabras de sus más allegados familiares.
ResponderEliminarCreo que Don Miguel querría haber sido su propio personaje, y en parte lo fue, en un mundo cuadrado que no le gustaba, y que habría deseado fuera mucho más elíptico, no un centro, al menos dos.
Capitán, el mismo Cervantes lo decía, en los primeros capítulos de la 2ª parte de la novela (un libro para todos):
ResponderEliminar—Eso no —respondió Sansón—, porque es tan clara, que no hay cosa que dificultar en ella: los niños la manosean, los mozos la leen, los hombres la entienden y los viejos la celebran; y, finalmente, es tan trillada y tan leída y tan sabida de todo género de gentes, que apenas han visto algún rocín flaco, cuando dicen: «Allí va Rocinante».
Miguel Ángel, tienes razón. El "políticamente correcto" sería el ventero. Aguda observación.
ResponderEliminarDon Quijote comienza siendo un majadero, pero la suprema, sublime ironía de la novela (esto sí) es que se va descubriendo como el portador de una verdad esencial.