24 agosto 2010

Memorias de un mayordomo de Franco


El oficio de lacayo tiene mala prensa. El lacayo parece ser el paradigma del servilismo, la ruindad y el comportamiento rastrero, y así lo define el diccionario de la Academia [drae]. Se habla de estilo lacayuno. El lacayo es tipo de las letras clásicas (recuérdese al Tosilos), y tiene también espléndidos retratos fílmicos, como el del criado que fisgoneaba con desenvoltura en la correspondencia de su señor, master Moro (A man for all seasons, Fred Zinnemann, 1966). Con razón la de lacayo es hoy voz muy en desuso, prefiriéndose hablar de los mayordomos.

Uno de estos, Juan Cobos Arévalo, que lo fue nada menos que de la Casa Civil del General Franco, ha tenido la generosidad de contarnos sus recuerdos en un libro, La vida privada de Franco. Confesiones del monaguillo del Palacio de El Pardo (editorial Almuzara, 2009). En estos días de asueto de verano, lo he leído en tres sorbos. Amenísimo, escrito con mucha soltura, un lenguaje sobrio y castizo, y un arte narrativo impensable en un outsider de las letras.

La vida de Juan Cobos es semejante a la de muchos españolitos que vinieron al mundo en la posguerra española. Nacido en la Andalucía profunda, en Villanueva de Córdoba (1948), hijo de padre albañil con tacha de desafecto al régimen (dato importantísimo, como se verá), se educó de monaguillo, organista y cantor en una parroquia de su pueblo. Emigró de muchacho a Madrid, sin fortuna... Hizo "la mili" en el Regimiento de Transmisiones de El Pardo, lo que le llevó de chiripa a desempeñarse de acólito, o de "monaguillo" (como él prefiere) en los oficios religiosos del Oratorio Privado del Caudillo, en el Palacio de El Pardo. El joven Cobos cayó en gracia a Doña Carmen Polo, la esposa del Generalísimo, y así tuvo el golpe de suerte de ingresar en el cuerpo de mayordomos de Palacio, siendo de esta manera testigo presencial de los siete últimos años de la senectud del dictador (1968-1975).

Conviene avisar que el libro no es en absoluto panegírico, sino que casi a cada página muestra una total ausencia de misericordia con las flaquezas de Sus Excelencias (un matrimonio de octogenarios), y de su familia y corte, haciendo bueno el dicho de que "no hay gran hombre para su ayuda de cámara". Con todo, a mí me ha parecido que el personaje mejor parado de estas memorias es el mismísimo Francisco Franco, que el autor pinta como un anciano resignado, vencido por la edad y el parkinson, taciturno y acosado por su entorno doméstico. Un Franco "en bata de casa", que merienda leche con galletas, retratado como hombre, no como personaje.

Juan Cobos ha debido ser un mayordomo muy vivo. En su libro demuestra gran inteligencia y espíritu crítico, como en sus sarcásticas glosas (páginas 71-76) a las "Instrucciones para el personal que presta servicio en la Casa de S.E. el Generalísimo y Jefe del Estado", a las que califica de "Reglamento de Criados" puro y duro. Como confesiones que son, tendremos que pensar que el libro dice más entre líneas del propio autor, que de sus personajes. Su diana son Sus Excelencias, pero hay que estar atentos a los apuntes que va dejando caer a cada paso sobre los celos y rencillas soterrados (o manifiestos) del personal de la Casa, sin los cuales un relato de mayordomos no sería creíble, sencillamente.

El libro se lee como una novela, donde no hay aventuras sino la vida cotidiana de una pareja de viejos y de otros héroes y antihéroes, que todos recordamos por las revistas de papel couché. Aquí descubro en Cobos una vena jesuítica, en su constante censura de todo lo que le parecía mal en la Casa del Caudillo. Pero las páginas que me han dejado helado (pp. 287 ss.) son aquellas en las que narra su penúltimo acto de servicio, "saco a Franco a hombros de la Capilla Real", de las que merece la pena copiar estas líneas:

"A primeras horas de la mañana del día siguiente, 21 de noviembre de 1975, cuando apenas había salido el sol... seis, o quizá ocho compañeros, fuimos seleccionados por el Jefe de Servicios para sacar a hombros -"por la puerta grande"- al que durante tantos, tantísimos años, rigió férreamente -que viene de hierro frío- los destinos de España.
"En esta selección de compañeros, de cuyos nombres sólo recuerdo cuatro o cinco, tuve el honor de ser incluído. Me situé en la parte de la cabecera del ataúd, cargándolo sobre mi hombro izquierdo.
"No sé si era el peso del féretro o el peso del dictador, pero lo cierto es que el corto camino que hay desde el pie del altar mayor hasta la puerta principal de la Capilla, lugar donde estaba situado el coche fúnebre, fue como para no olvidarlo -yo que contaba en aquel entonces veintisiete años.
"En este trayecto del que hablo, pude interiormente susurrarle en mi imaginación al Caudillo, en su oído derecho, una pregunta: "¿Tan malo fue mi padre como para que lo mandaras a morirse casi de hambre, a un 'campo de concentración' de los tuyos, Punta Paloma (Cádiz)?". Seguro que, de haber podido, me hubiera contestado: "¡Sí, sí, es que era enemigo de España!"
"Claro, como España era él..."

Esos eran los sentimientos del autor, según los recuerda, cuenta y dice.

No digo yo que el modelo de las memorias de Juan Cobos vayan a ser las célebres conversaciones de Eckermann, ya que poca conversación hubo entre estos amos y criados. Pero sí que ocupan un puesto muy digno entre otros testimonios de personajes de segunda fila (dicho esto sin ánimo peyorativo) sobre la intimidad de gente importante. Puedo mencionar, que recuerde, el Retrato de un desconocido (1961), del cuñado de Azaña, Cipriano de Rivas Cherif; Aquellos años (1993), las memorias de Julio Feo, director de las campañas electorales de Felipe González (libro divertidísimo); el Don Juan (1994) de Luís María Anson, que más que un retrato de Don Juan de Borbón y Battenberg, según maledicentes, parece que lo fuese de su secretario, Don Pedro (Sainz Rodríguez); o, en fin, los que algunos amigos y colaboradores han dedicado a Adolfo Suárez, entre ellos (el título lo dice todo), Los que le llamábamos Adolfo (2008), de Luís Herrero (hijo del padrino político de Suárez, Herrero Tejedor).

Sobre Francisco Franco, el libro de referencia parece ser Mis conversaciones privadas con Franco (1976), de su primo el general Franco Salgado-Araujo. A su lado, el libro de Juan Cobos Arévalo puede que tenga, como historia, un interés escaso (si buscamos los grandes gestos o las ideas), pero un valor documental interesante, como crudo reflejo de la humanidad declinante del anciano Caudillo, o Dictador (según el punto de vista). En conjunto, el libro del mayordomo, o "monaguillo", Cobos es impagable, en especial para que los jóvenes procuren caer en la cuenta de que la historia la protagonizan hombres y mujeres como tú y como yo, no máscaras. Es un primer paso de comprensión.

[La fotografía, excelente testimonio histórico, y hasta psicográfico, "Sus Excelencias y Juan Cobos portando la palma de Franco en un Domingo de Ramos", incluída en la edición, es propiedad del autor].

El autor presenta su libro en la Cadena Ser: [Podcast].

2 comentarios:

  1. Joaquín, independientemente de quién sea el protagonista de la historia, que no de la Historia, siempre me ha parecido horroroso el que alguien con quien se convive se dedique a describir intimidades, horroroso.

    Un abrazo

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  2. ¡Hola, Capitán!

    Ok.

    En descargo del autor, habría que decir que el interés Histórico (con hache mayúscula) exime, o al menos atenúa, el deber de discreción.

    Y por otro lado, en el libro tampoco se desvelan intimidades morbosas. Todo es más sencillo.

    Peor fue la publicación de la horrible foto de Franco, en la cama y entubado.

    Al menos dos de los médicos de Franco publicaron sus memorias de entonces: Vicente Gil, y Pozuelo Escudero.

    Un abrazo.

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