"Así decía que estos calamitosos tiempos el Misionero se había de portar como el que cuece caracoles, que les pone a cocer en la olla con agua fresca, que con la frescura del agua se extiende fuera de la cáscara, y como el agua se va calentando imperceptiblemente hasta hervir, quedan así muertos y cocidos; pero si algún imprudente los echara en la olla hirviendo el agua, se meterían tan dentro de la cáscara, que nadie les podría sacar. Así, pues, me portaba con los pecadores de toda clase de vicios y errores, blasfemias e impiedades. En los primeros días presentaba la virtud y la verdad con los colores más vivos y halagüeños, sin decir una palabra contra los vicios y viciosos. De aquí es que, al ver que eran tratados con toda indulgencia y benignidad, venían una y más veces, y después se les hablaba con más claridad, y todos lo tomaban a bien y se convertían y se confesaban."
Biografía del Arzobispo Antonio María Claret (1862), II,18 [mercabá].
La comparación con el cocimiento gasterópodo me parece conseguida y aplicable en muchos otros supuestos.
ResponderEliminarAmás, a cualquiera se le ocurren varios a los que les hace falta un hervor.
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Corre un powerpoint poniendo el mismo ejemplo, con una rana puesta a hervir. El ejemplo es muy antiguo.
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