Con ocasión de que Joseph Ratzinger el teólogo, despojado de su autoridad de Sumo Pontífice (aunque no de su título de Papa), haya publicado la segunda parte de su Jesús de Nazaret, me ha parecido bien a mi también (a su lado desde un plano intelectualmente ínfimo) glosar algunas de sus ideas sobre la Resurrección, ya que éste es el tiempo, y es el núcleo de la fe cristiana (igual que en general ya lo era de muchos judíos del tiempo del Maestro, cfr. Lc 20, 27-39).
Esta nueva entrega ("desde la Entrada en Jerusalén hasta la Resurrección") [Ediciones Encuentro] me parece también, como la primera, supérflua en el orden teológico, ya que Joseph Ratzinger mucho de lo que ahora repite ya lo había dicho, incluso en el detalle, en su Introducción al Cristianismo. Lecciones sobre el Credo apostólico, impartidas en Tubinga en 1967. Por eso me referiré a partir de ahora al epígrafe II.2.4 de estas lecciones ("Resucitó de entre los muertos").
Cuando digo que Ratzinger explica la Resurrección, no quiero decir que describa cómo pudo ser ese supuesto hecho (esto quedará inmediatamente aclarado en las propias palabras del teólogo), sino en el sentido con que el diccionario define explicar: "declarar o exponer cualquier materia, doctrina o texto difícil, con palabras muy claras para hacerlos más perceptibles". En este sentido léxico, Ratzinger ha explicado muy bien, a mi juicio, qué es la Resurrección de Jesús, el objeto de nuestra fe.
La Resurrección del Señor es motivo de escándalo, antes que nada, porque muchos se la imaginan como la de Jesús muerto y sepultado que se levantase de su tumba [resurgens]. Es imposible que la imaginación popular se la pudiese representar de otra manera, ya que por su propio carácter la resurrección es inimaginable (no se la puede representar en una imagen), porque no tiene término de comparación en el orden de cosas conocido. De ratione imaginis est similitudo (dice Santo Tomás en la S.Th. 1, q.35, a.1), similitudo quae est in specie rei. Por eso tal vez podamos aceptar la iconografía del Jesús crucificado (con toda la idealización con que los artistas han velado la estampa horrorosa de un ajusticiado), pero no la del Jesús resucitado, si no es más que obedeciendo a la devoción popular.
Cuando digo que Ratzinger explica la Resurrección, no quiero decir que describa cómo pudo ser ese supuesto hecho (esto quedará inmediatamente aclarado en las propias palabras del teólogo), sino en el sentido con que el diccionario define explicar: "declarar o exponer cualquier materia, doctrina o texto difícil, con palabras muy claras para hacerlos más perceptibles". En este sentido léxico, Ratzinger ha explicado muy bien, a mi juicio, qué es la Resurrección de Jesús, el objeto de nuestra fe.
La Resurrección del Señor es motivo de escándalo, antes que nada, porque muchos se la imaginan como la de Jesús muerto y sepultado que se levantase de su tumba [resurgens]. Es imposible que la imaginación popular se la pudiese representar de otra manera, ya que por su propio carácter la resurrección es inimaginable (no se la puede representar en una imagen), porque no tiene término de comparación en el orden de cosas conocido. De ratione imaginis est similitudo (dice Santo Tomás en la S.Th. 1, q.35, a.1), similitudo quae est in specie rei. Por eso tal vez podamos aceptar la iconografía del Jesús crucificado (con toda la idealización con que los artistas han velado la estampa horrorosa de un ajusticiado), pero no la del Jesús resucitado, si no es más que obedeciendo a la devoción popular.
Los saduceos de los días de Jesús, refutaban la resurrección aduciendo aporías tales como el caso de la mujer que contrayese matrimonio sucesivo con siete hermanos. La respuesta que les dio el Maestro (Lc 20, 36) no pudo ser más elegante: quienes sean dignos de la vida futura y de la resurrección, serán como ángeles. Y eso es tanto como decir que un resucitado no será como un hombre o una mujer (no nos lo podremos representar con figura humana).
Ratzinger explica que "la vida del resucitado ya no es bios, es decir, la forma bio-lógica de nuestra vida mortal en la historia, sino zoe, vida nueva, distinta y definitiva, una vida que ha superado el ámbito mortal de la historia del bios mediante un poder más grande. Los relatos neotestamentarios de la resurrección insisten claramente en que la vida del Resucitado ya no se encuadra en la historia del bios, sino fuera y sobre ella". Movido por esta comprensión de los evangelios, propone una "verdadera 'hermenéutica' de los difíciles relatos de la resurrección", partiendo de la idea de que la vida definitiva se escapa a las leyes químicas y biológicas. Esta comprensión es muy congruente con las enseñanzas del Maestro sobre la vida futura.
Sobre la resurrección no puede decirse más que no es un regreso a la vida que conocemos (a la que Ratzinger llama bios), sino el ingreso a una vida distinta (zoe), que no nos podemos figurar, porque no se encuentra término de similitud. Esta moderna comprensión de la resurrección, por disimilitud, provoca extrañeza en el estudio de las preguntas que plantea Santo Tomás en la S.Th. III, como aquella (q.54 a.4) de si Cristo debió resucitar con heridas [conveniens fuit animam Christi in resurrectione corpus cum cicatricibus resumere], dependiente del principio de que todo el cuerpo resucitó en Cristo [quidquid ad naturam corporis humani pertinet, totum fuit in corpore Christi resurgentis].
Hoy, empleando el enfoque de Ratzinger, diríamos que Santo Tomás confundía bios y zoe, porque no disponía del paradigma científico que le hubiese conducido a restringir la biología a lo que muere y perece, la carne y la sangre [caro et sanguis], y que no puede resucitar (porque la resurrección no es un regreso).
Hoy, empleando el enfoque de Ratzinger, diríamos que Santo Tomás confundía bios y zoe, porque no disponía del paradigma científico que le hubiese conducido a restringir la biología a lo que muere y perece, la carne y la sangre [caro et sanguis], y que no puede resucitar (porque la resurrección no es un regreso).
Pero, como dice Ratzinger en su lección, esto es sólo "la mitad de las cosas y quedarse aquí sería falsear el mensaje del Nuevo Testamento". En principio, sostiene que encontrarse con el Resucitado es una experiencia que nada tiene que ver con el encuentro con otra persona de nuestra historia. Pero también, que los relatos de los evangelios muestran un acontecimiento fundamental, pues "la fe no nació en el corazón de los discípulos, sino que les vino de fuera y los fortaleció frente a sus dudas y los convenció de que Jesús había resucitado realmente". El Resucitado "ha entrado en el Reino de Dios y es tan poderoso que puede hacerse visible a los hombres". No hallaremos en el texto de Ratzinger ninguna sugerencia acerca de la naturaleza de esta visibilidad, más que no es la propia de un cuerpo físico, y tan sólo significa (así lo entiendo yo) un correlato real de la creencia de los discípulos. Sólo así se entiende que los discípulos estuviesen convencidos de su creencia en la resurrección de Jesús, porque la creían real, no imaginaria (y que nada tiene que ver con una visibilidad físico-óptica).
Esta nueva comprensión de la realidad (que no fisicalidad) de la resurrección de Jesús, nos permitirá comprender mejor la conclusión del estudioso judío Paul Winter, en el clásico de 1961 El proceso a Jesús (citado por Geza Vermes): "Dictaron la sentencia, se lo llevaron. Crucificado, muerto y sepultado, resucitó, pese a todo, en los corazones de los discípulos que le había amado y le sentían cercano. Juzgado por el mundo, condenado por la autoridad, sepultado por las iglesias que proclaman su nombre, resucitado de nuevo, hoy y mañana, en los corazones de hombres que le aman y le sienten cercano". Con Ratzinger diremos que la resurrección, en cuanto real, no puede reducirse a un mero sentimiento cordial, pero que en la historia sólo puede hacerse visible así, en los corazones de los creyentes.
Concluyo con una reflexión sobre el servicio que puede prestar ahora este nuevo libro sobre Jesús, del teólogo Joseph Ratzinger. La fe en que no moriremos del todo, no puede fundarse sólo en la vida terrena del galileo (el "Jesús histórico"), porque los hechos no nos procuran esperanza alguna (como las campañas de Julio César en las Galias no pueden conmovernos íntimamente, de raíz). Pero las versiones populares de Jesús aparecido a sus discípulos, tampoco contribuyen a cohonestar nuestra fe con nuestro conocimiento de la naturaleza. Un "Jesús de la fe" máximamente alejado de la coherencia física y biológica, nunca será comprensible para quienes no creen, lo que conduce, por reacción, a apartar a la gente de un mensaje que habría de ser popular, la buena nueva, que se convierte así subrepticiamente en texto sectario y ocultista. La recepción actual de los evangelios exige un equilibrio entre los hechos fundantes (la historia de Jesús sobre la tierra), y el objeto de la fe (la resurrección), interpretada conforme a nuestros paradigmas. En cuanto a la resurrección de Jesús, me parece necesario no confundir un acontecimiento hecho visible en los corazones de los discípulos, con un evento físico (no confundir bios y zoe, según los términos de Ratzinger).
[Interesante: José Manuel Mora Fandos, "Cómo se pinta un cuerpo glorioso" (enlace)].
[Interesante: José Manuel Mora Fandos, "Cómo se pinta un cuerpo glorioso" (enlace)].
.
La cita de Winter lleva a confusión en mi opinión pues la resurrección no se realiza en el corazón de los discípulos, sino ante sus ojos, como fenómeno físico, aunque como fisicalidad distinta a la encarnada en el "bios", como dice el Papa. Son muy interesantes e ilustrativas a este respecto el análisis de los pasajes evangélicos sobre la resurrección que hace C.S. Lewis en su libro "Los milagros".
ResponderEliminarSaludos.
Gracias, José Miguel. Que la resurrección hubiese sido ópticamente visible, a los ojos de los discípulos, es como nos la trasmite una venerable tradición, recogida en los evangelios. Tema delicadísimo, porque arrastra siglos de comprensión de este dogma. Tal vez vuelva a comentarlo aquí, otra vez, desde otra perspectiva.
ResponderEliminarSaludos,