26 noviembre 2011

El Salvador, en Raimundo


Estos días se está celebrando en la plaza Nueva la 34 Feria del Libro Antiguo de Sevilla. Yo presumía de encontrar todos los años algún librejo interesante, pero esta vez está siendo decepcionante. El día que abría la Feria, el viernes 18, no vi nada nuevo entre lo viejo, si vale decirlo así. Los primeros días han sido lluviosos y ha hecho la proverbial humedad sevillana (porque en Sevilla también hace mal tiempo) y los pobres libros se arrugaban. En tiempos de tribulación el público gasta con menos alegrías, y los libreros arriesgan poco, no han renovado sus fondos de viejo, y sólo han traído desechos de tienta, además de gran cantidad de libros de kiosko con que piensan cubrir los gastos de la Feria. Ya desesperaba de encontrar niente di niente, cuando este sábado, una mañana muy animada, le he concedido otra oportunidad, y me he dado un garbeo por la plaza Nueva, con magnífico resultado: un libro de gran formato, del arquitecto Fernando Mendoza, La iglesia del Salvador de Sevilla. Biografía de una Colegiata (2008), edición patrocinada por la Archidiócesis de Sevilla y la Obra Social de Cajasol, que describe con todo lujo de detalles la imponente restauración del templo, antigua Mezquita Mayor, que concluyó hace tres años (2003-2008). Lleva un entrañable colofón en memoria del presbítero Juan Garrido Mesa, que promovió la restauración pero falleció sin verla concluída. Me acuerdo de niño de las misas dominicales en El Salvador, con la iglesia medio en penumbra; ahora que han corregido las vidrieras, es más luminosa, y es lo que más llama la atención al entrar en el templo. El precio comercial de este gran libro es de 48 euros, pero hoy en la Feria me ha costado 15 EUROS en el mostrador del librero Raimundo (que se ha traído un buen lote de este libro, si os interesa) [sitio]. Es un disfrute echar un rato en los dos locales gaditanos de Raimundo, en la plaza de San Francisco y de la calle San José, aunque no te lleves nada. Tampoco falta un año a la Feria de libro antiguo de Sevilla. Es un librero con poca tontería y sí mucha agilidad e inteligencia comercial, y vende a buen precio libros muy interesantes, como éste que me he encontrado hoy, con el que doy ya por amortizada la Feria de este año. Agur!

Imagen: Grupo Joly [Vía].

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13 noviembre 2011

Nostrae mentis infirmitas


Si nuestro primer intento ha sido hablar sobre la fe (o como yo lo prefiero decir, sobre la confianza en Dios de todo corazón), a propósito de la carta apostólica Porta fidei, nos encontramos de improviso hablando sobre la Trinidad (Deus unus et trinus), que es el meollo del dogma católico. Sostengo que la fijación en la Trinidad evidencia en el magisterio una regresión al intelectualismo. La doctrina trinitaria es la piedra de toque de la identidad católica, en un momento histórico en que parece que la Iglesia Católica se haya lanzado a una propaganda identitaria, insistiendo en lo que la distingue, más que en lo que la acerca, a las otras religiones de la tierra, desviándose del espíritu de la declaración Nostra Aetate (1965).

Antes de referirnos a los grandes maestros Agustín y Tomás, está bien que leamos primero la versión muy equilibrada del porfesor Ratzinger, en sus lecciones de Tubinga, del verano de 1967, donde sintetizó con elegancia el problema de confesar a Jesús, hoy (un hoy que sigue siendo el nuestro): "La fe en el Logos, en la inteligencia del ser, es una propensión de la inteligencia humana, pero lo realmente inaudito es que en el segundo artículo del credo se relaciona el Logos con la sarx, la inteligencia con un individuo histórico".

¿Por qué la doctrina trinitaria, presentada así en toda su crudeza, parece inaudita? En parte, porque presenta un monstrum, según el credo niceno: ... Descéndit de cælis. Et incarnátus est de Spíritu Sancto ex María Vírgine, et homo factus est... Para nuestro tiempo, esto es no es más que otra monstruosa teogonía.

Y es incoherente, porque Logos y sarx (o mente y materia, si se quiere) son de orden distinto e inconciliables (como el número y la masa: el número mide la masa, pero no se confunden: la masa no puede ser número, ni el número masa). Si Logos y sarx se reuniesen en un individuo, se conmovería todo lo que existe (lo que no puede ser, no es compatible con lo que es, lo mismo que la luz aniquila la oscuridad). La doctrina trinitaria así presentada tiene mucho de inaudito y de incoherente.

El profesor Ratzinger, en sus lecciones de Tubinga, para ilustrar la extrañeza de la Trinidad, tuvo el gran acierto de recurrir al fenómeno físico de la dualidad onda-partícula (que las partículas elementales presenten al medirse en laboratorio propiedades inconciliables de onda o de corpúsculo). Y comenta Ratzinger: "En la respuesta siempre hay algo del problema y algo de quien lo plantea, en ella no sólo se refleja la naturaleza en sí, en su pura objetividad, sino también algo del hombre, algo de nuestro yo, algo del sujeto humano. Pues bien, en el problema de Dios pasa algo parecido. Tampoco aquí hay pura objetividad". Acertaba Ratzinger, porque la ontología de las partículas puede plantearnos si la doctrina trinitaria habla más de nosotros (observadores que nos representamos mentalmente la divinidad), antes que de la Trinidad misma.

Después de lo dicho, se entiende que al comenzar el estudio de la Trinidad, sea lugar común aludir a la incompetencia de nuestra mente. Decía el profesor Ratzinger: "Reconocer humildemente que no se sabe nada es la única forma auténtica de saber; contemplar atónitos el misterio incomprensible es la auténtica profesión de fe en Dios". Lo mismo decía San Agustín en un importante pasaje de su tratado De Trinitate (IX,2): "No hablamos aún de las cosas de allá arriba... sino de esta imperfecta imagen, pero al fin imagen; es decir, del hombre; estudio quizá más familiar y asequible a la debilidad de nuestra mente" [Nondum de supernis loquimur, nondum de Deo Patre et Filio et Spiritu Sancto; sed de hac impari imagine, attamen imagine, id est homine; familiarius enim eam et facilius fortassis intuetur nostrae mentis infirmitas] [Augustinus].

Agustín nos sugiere el método de conocernos por dentro, antes de elevarnos a conocer la Trinidad (pues Dios nos hizo a su imagen). Lo que veremos en próxima ocasión, para no cansarnos más.

(La traducción del pasaje de De Trinitate, es de la primera versión española, de Fr. Luís Arias, con introducción fechada en el Monasterio de Santa María de La Vid, en la fiesta de la Santísima Trinidad de 1948, publicada en la "Biblioteca de Autores Cristianos").

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11 noviembre 2011

Non est idem

Decía que me ha llamado la atención, nada más comenzar a leer la carta apostólica Porta fidei [Benedicto XVI], esta afirmación: "Profesar la fe en la Trinidad –Padre, Hijo y Espíritu Santo– equivale a creer en un solo Dios que es Amor". Voy a explicar por qué no me suena bien.

Primero, porque introduce de matute la cuestión trinitaria en el amor de Dios. Son dos cosas extrañas, la Trinidad, que se capta con el intelecto (intelligo ut credam), y el Dios que se dice que es amor (no mente, intelecto, o logos). Amparar ambas versiones en una misma proposición es como mezclar agua y aceite.

Segundo, porque el orden de la experiencia del creyente es precisamente el inverso: antes cree en Dios, y luego creerá en la Trinidad; y así podría invertirse la frase, diciendo: "Creer en un solo Dios que es amor equivale a profesar la fe en la Trinidad". Si son términos equivalentes, como se dice, el orden no altera el sentido, aunque causa extrañeza que se diga que creer en Dios equivale a creer en la Trinidad.

Tercero, la versión castellana del motu proprio traduce 'equivale', donde la latina dice 'idem est' [Fidem profiteri erga Trinitatem idem est atque in unum, qui Amor est, Deum credere]. Lo mismo la italiana (equivale a credere), la francesa (équivaut à croire) y la portuguesa (equivale a crer). Pero compárese con la inglesa: "profess faith in the Trinity is to believe in one God who is Love". ¿Realmente creer en Dios equivale a creer en la Trinidad, o es lo mismo?

Y cuarto, tendríamos que decir, por el contrario, que profesar la fe en la Trinidad, no equivale a creer en Dios simpliciter, ni son cosas iguales, porque en la mente del epistológrafo (en la primera de las cartas que se atribuye a Juan, 1 Jn 4,8), el Dios [ó theòs agape] tampoco equivale a la Trinidad, simpliciter. Me parece una exégesis ilegítima hacer decir a la letra de la escritura lo que no dice, por mucho que la teología afirme que Dios es una Trinidad (Deus unus et trinus). Tal cosa no se dice nunca así en ningún lugar de la escritura, que no es una ecuación donde uno de sus términos (ó theòs) pueda reemplazarse por otro que se suponga equivalente (Trinitas).

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08 noviembre 2011

Credo in Iesum Christum

Una afirmación que me parece llamativa, de la carta apostólica Porta fidei [Vaticano], nada más introducirse en su primer párrafo, es esta: "Profesar la fe en la Trinidad –Padre, Hijo y Espíritu Santo– equivale a creer en un solo Dios que es Amor (cf. 1 Jn 4, 8)". Un católico dogmático de nuestros días encontrará natural esta proposición, porque piensa, cree, que su fe versa sobre la Trinidad. Pero yo veo arduo aceptar esto así, en un orden cordial ("diliges Dominum tuum ex toto corde tuo"). La Trinidad es el objeto de un asenso intelectual, pero en quien confio (fides) de corazón es en el sólo Dios que confieso (credo in unum Deum). Nuestro tiempo experimenta dificultad para creer en Dios, no para creer en la Trinidad, que excede cualquier propensión religiosa posible. El ateísmo versa sobre Dios (a Deo aversus), no sobre la Trinidad, y en sentido afirmativo diría que la fe, en su sentido originario, también versa sobre Dios (in Deum conversus), no sobre la Trinidad (que es más bien asunto de los dogmas y de las disputas de los teólogos). No me veo capaz de comentar de mejor manera esa frase de la carta del Papa.

A propósito de lo trinitario, acaba de traducirse celéricamente el último libro del teólogo protestante James D.G. Dunn, ¿Dieron culto a Jesús los primeros cristianos? [Verbo Divino]. Su tesis es esta: "Espero dejar claro que los primeros cristianos no dieron culto a Jesús como alternativa al culto a Dios, sino que más bien el primero era un modo de dar culto a Dios, es decir, que el culto a Jesús es solamente posible o aceptable dentro de lo que actualmente entendemos como marco trinitario. No es cristiano dar un culto a Jesús que no sea un culto a Dios mediante Jesús, o, dicho con más exactitud, un culto a Dios mediante Jesús en el Espíritu".

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01 noviembre 2011

L'Année de l'amour


El Papa Benedicto XVI, Joseph Ratzinger, ha decidido motu proprio convocar un Año de la fe, que comenzará el año que viene: "statuimus ut Annus fidei indiceretur. Is die XI mensis Octobris anno MMXII incohabitur, ab incepto Concilio Vaticano II quinquagesima incidente anniversaria memoria, eidemque die XXIV mensis Novembris anno MMXIII, in sollemnitate D. N. Iesu Christi universorum Regis finis imponetur" [Porta Fidei].

Pero a mí, no es por llevar la contraria, se me ocurre que hubiera hecho mejor en convocar l'Année de l'amour (dicho así en francés, en homenaje a Saint François de Sales). Pues amor y confianza (amor mejor que caridad, y confianza mejor que fe, que viene del latín fidere, confiar) se confunden y no son nada por separado. Así lo dice Santo Tomás: Caritas dicitur forma fidei, inquantum per caritatem actus fidei perficitur et formatur (S.Th. 2-2 q.4 a.3), y antes que él Pablo de Tarso: faith which worketh by love (Gal 5,6).

Mientras leía y repensaba el motu proprio me vino a la cabeza un pasaje gracioso del diálogo Parménides (128a), aquel en que un joven Sócrates se encara con el viejo filósofo y le arguye: "Comprendo, Parménides, que Zenón, que está aquí con nosotros, no quiere que se le vincule a tí solo por esa amistad que os une, sino también por su obra. Porque lo que él ha escrito es, en cierto modo, lo mismo que tú, pero, al presentarlo de otra manera, pretende hacernos creer que está diciendo algo diferente". Eso me he dicho yo leyendo la carta del Papa, donde con retórica subidísima nos habla de la fe, cuando parece que lo primero debiera ser el amor. Aunque reconozcamos que así razonaba ya en su encíclica programática Gott ist die Liebe (2005), que ahora en perspectiva se entiende aún mejor. Se me antoja que a estas alturas, predicar sobre la fe en el mundo en que vivimos, es casi un brindis al sol, porque lo que de verdad necesitamos es amor (all you need is love).

Ratzinger, entonces y ahora, se muestra como un reaccionario, y afirma disgustado: "con frecuencia los cristianos se preocupan mucho por las consecuencias sociales, culturales y políticas de su compromiso, al mismo tiempo que siguen considerando la fe como un presupuesto obvio de la vida común". Como si fe y compromiso, en perspectiva teológica, fuesen asuntos diferentes, y hubiese que anteponer una cosa a la otra. El teólogo conciliar José María González Ruíz dijo mejor que creer es comprometerse [21rs]. Tal parece que Ratzinger viniese ahora a impugnar las versiones más cordiales del cristianismo, tomando partido por una iglesia de sacristía y de golpes de pecho.

El motu proprio hace encaje de bolillos para que, en pura retórica, la fe acabe por preceder a la caridad, aunque el Apóstol ya lo hubiese dicho bien claro: lo más valioso es el amor [maior est charitas, the greatest is love] (1Co 13,13). Esta regresión al intelectualismo viene de Santo Tomás, y en el fondo del abstruso nóeseos nóesis aristotélico. La doctrina de Ratzinger se entiende mejor desde estos supuestos.

Decía el aquinate que antes es conocer que querer, y primero es la fe antes que la caridad: Ultimus finis oportet quod prius sit in intellectu quam in voluntate: quia voluntas non fertur in aliquid nisi prout est in intellectu apprehensum. Unde cum ultimus finis sit quidem in voluntate per spem et caritatem, in intellectu autem per fidem, necesse est quod fides sit prima inter omnes virtutes... (S.Th. 2-2 q.4 a.7). Que la doctrina tomista deja frío como un témpano, es evidente en la prelación que según el doctor angélico debe seguirse en el amor (de ordine caritatis, S.Th. 2-2 q.26), que reduce el amor a un puro cálculo algebráico (v.gr. "utrum homo plus debeat diligere uxorem quem patrem et matrem"... ¿Y qué hay del amor de la mujer al marido?). Léanse como contraste las entrañables palabras del Traité de l'Amour de Dieu de San Francisco de Sales: "parce que Dieu ayant créé l’homme à son image et semblance, veut que comme en lui tout y soit ordonné par l’amour et pour l’amour" [I, VII].

No es mero asunto de estilos teológicos (lo que sería discusión estéril), sino que está en juego la esencia del cristianismo. ¿Es una religión que trata de creencias, o de buenas obras? Me atengo al pasaje del evangelio (Mc 12,28-34) donde se cuenta que un doctor de la ley [grammateus, scriba] preguntó a Jesús cuál es el mandamiento principal. Le contestó Jesús que el primero es la plegaria Shemá Israel (Dt 6,4), y el segundo, la regla de oro: Diliges proximum tuum tanquam te ipsum. Es muy interesante ver que el Maestro citó palabra por palabra la Biblia griega de los LXX, según el texto hebreo del Levítico (hebraice 'vaicra') [וְאָהַבְתָּ לְרֵעֲךָ כָּמוֹךָ]. Sucede así que los mayores mandamientos de los cristianos hunden sus raíces en la instrucción religiosa del pueblo de Israel, la Torá.

Cuando se dice que el cristianismo es la "religión de la fe", y el judaísmo la "religión de las obras", se ignora que originariamente, ambas religiones comparten un mismo principio esencial, que es la obediencia a la Ley de Dios, y que tan sólo la contaminación filosófica helenística ha hecho del cristianismo una religión de perfil ideológico. Por eso pienso que la preeminencia de los dogmas de la fe, sobre la práctica del amor (el amor a Dios y al prójimo) es una desviación de la primitiva esencia del cristianismo. Y esa preferencia de la fe sobre el amor, habla también de la impronta ideológica de Joseph Ratzinger, proclive más al helenismo, menos a la tradición hebrea.

(La traducción del pasaje del Parménides es de Mª Isabel Santa Cruz).
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