Regreso a las lecturas nobles, y ahora a la Ética a Nicómaco de Aristóteles. Es un promontorio de la ética de occidente, donde todo lo humano parece reducirse a un álgebra del más, de lo menos y del justo medio. Es lo que cabe esperar en la peculiar atmósfera mercantil de la cuenca mediterránea. No debe escandalizarnos este fisicalismo aristotélico, porque en nuestra habla llana quedan trazas de esta forma de ver las relaciones humanas (como cuando decimos que "hay que guardar las distancias", porque así es que unos y otros ocupamos un lugar, que puede medirse y ubicarse). Lo falso es lo que dice aquel proverbio rebelde de que nadie es más que nadie. Aunque participemos de una misma naturaleza, todos somos unos más que otros en algo que se pueda medir (edad, salud, prosperidad, fortuna, honor). Por lo común un joven está más sano que un anciano, y éste es más experimentado que aquél, por ejemplo.
Mucho habría que hablar de Aristóteles. Su ética es una construcción racional, que se funda en una mirada científica y geométrica sobre la conducta humana. Pero leída paso a paso, no se separa de los hallazgos comunes que cualquier observador puede advertir en su trato con los semejantes (repárese en que prójimo, o próximo, y semejante, son nociones éticas y geométricas a un tiempo). Leyendo lo que dice el estagirita sobre la liberalidad (la virtud moral que consiste en distribuir alguien generosamente sus bienes sin esperar recompensa), he tropezado con un pasaje del libro IV (Eth. Nic. 1120a) que he leído antes en otro lugar.
Dice Aristóteles: Gratifica más dar que recibir [καὶ ἡ χάρις τῷ διδόντι, οὐ τῷ μὴ λαμβάνοντι - kai hē kharis tō didonti, ou tō mē lambanonti] [Perseus]. Santo Tomás de Aquino repite esta máxima en la Summa Teologica, IIª-IIae, q.117 a.4 co. [corpusth]: ex maiori virtute procedit quod aliquis emittat pecuniam dando eam aliis, quam expendendo eam circa seipsum ("obra con más excelencia quien se desprende de la riqueza dándola a otros, que gastándosela para sí").
El pasaje paralelo es de los Hechos de los Apóstoles (Act 20,35), del discurso de Pablo en Mileto a los jefes de la comunidad de Éfeso, en que el apóstol les recordaba un dicho de Jesús: meminisse verborum Domini Iesu, quoniam ipse dixit: “Beatius est magis dare quam accipere”, 'Da más felicidad dar que recibir' [μακάριόν ἐστι μᾶλλον διδόναι ἢ λαμβάνειν - Makarion estin mallon didonai ē lambanein].
El paralelo es conocido, y manifiesta simplemente el ambiente cultural helénico en que se movían Pablo el apóstol y Lucas el evangelista, donde tal vez no se conservase memoria de que esa máxima, tan clara, tan natural, trasmitida como saber mostrenco, ya había sido dicha por Aristóteles siglos atrás. Pero tampoco debe verse en el discurso de Pablo en Mileto el retrato de un supuesto Jesús helénico y aristotélico 'avant la lettre'. La máxima no está atestiguada por los otros evangelistas, pero no es lo importante que de hecho hubiese sido parte del repertorio auténtico de los verba Iesu, o bien invención retórica de Pablo o de Lucas (uno predicando y otro redactando). La originalidad de Jesús no está en sus palabras, de las que pueden rastrearse antecedentes en la tradición judía (su mismo mandato de amar al prójimo), sino en el arrepentimiento y la esperanza que vino a anunciarnos, que trascienden cualquier fórmula verbal, porque no están en la mente o en lengua sino en el corazón. Por eso la predicación de Jesús sobreabunda a la doctrina de Aristóteles. Donde Aristóteles hace un cálculo de ventajas e intereses materiales, Jesús pensaba en el amor que mueve a dar, mejor que recibir.
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El pasaje paralelo es de los Hechos de los Apóstoles (Act 20,35), del discurso de Pablo en Mileto a los jefes de la comunidad de Éfeso, en que el apóstol les recordaba un dicho de Jesús: meminisse verborum Domini Iesu, quoniam ipse dixit: “Beatius est magis dare quam accipere”, 'Da más felicidad dar que recibir' [μακάριόν ἐστι μᾶλλον διδόναι ἢ λαμβάνειν - Makarion estin mallon didonai ē lambanein].
El paralelo es conocido, y manifiesta simplemente el ambiente cultural helénico en que se movían Pablo el apóstol y Lucas el evangelista, donde tal vez no se conservase memoria de que esa máxima, tan clara, tan natural, trasmitida como saber mostrenco, ya había sido dicha por Aristóteles siglos atrás. Pero tampoco debe verse en el discurso de Pablo en Mileto el retrato de un supuesto Jesús helénico y aristotélico 'avant la lettre'. La máxima no está atestiguada por los otros evangelistas, pero no es lo importante que de hecho hubiese sido parte del repertorio auténtico de los verba Iesu, o bien invención retórica de Pablo o de Lucas (uno predicando y otro redactando). La originalidad de Jesús no está en sus palabras, de las que pueden rastrearse antecedentes en la tradición judía (su mismo mandato de amar al prójimo), sino en el arrepentimiento y la esperanza que vino a anunciarnos, que trascienden cualquier fórmula verbal, porque no están en la mente o en lengua sino en el corazón. Por eso la predicación de Jesús sobreabunda a la doctrina de Aristóteles. Donde Aristóteles hace un cálculo de ventajas e intereses materiales, Jesús pensaba en el amor que mueve a dar, mejor que recibir.
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