Interrumpo mi mutismo. El otro día echaron por la tele una entrevista a Joaquín Sabina [wiki], en su casa, donde mostró su en verdad impresionante colección de libros de bibliófilo. O sea, que además de cantar mejor o peor, a Sabina le gusta también esta droga adictiva de los libros, en su variedad de lujo. Es notorio que posee una rara primera edición del Ulysses, firmada por James Joyce, que enseñó a los telespectadores. No dice cuánto invirtió en eso. Leo por ahí [The Guardian] que hace cinco años, en la feria internacional de libreros anticuarios de Londres (the Olympia Fair), se subastó un ejemplar parecido (como el de la imagen) por 275.000 libras, unos 375.000 euros. Pues bueno.
Ahora no me voy a rasgar las vestiduras, ni mesarme los cabellos, como si fuese un Judas redivivo, protestando porque con perfumes tan caros podría alimentarse a muchos pobres. No, qué va, cuando a mí mismo no me duelen prendas en aflojar la guita y gastarme mis buenos 40 euros en una espléndida edición de las Poesías completas de don Miguel de Unamuno (Escelicer / Las Américas, 1966). Pero sí hay detalles que me llaman la atención.
A mí también me gustan los libros, pero estoy algo hastiado. Sé valorar un buen libro, pero sin pasarme. Un tocho de papel viejo (aunque sea de buen papel) no me parecerá nunca tan valioso como para reconocer una buena compra en 275.000 libras. Nunca.
Un libro antiguo, cuanto más raro, menos justificado está que se encuentre en manos de particulares. Su destino es una gran biblioteca (la Biblioteca Nacional, o la de una Real Academia). Si la rareza es menor, tampoco está justificada la posesión privada, porque el libro impreso, por esencia, pertenece a una raza que se reproduce. Hay muchos Ulysses. ¿Por qué pagar tanto por uno, cuando se encuentran otros más baratos? Sí, es verdad que un puñado (tal vez un centenar, en todo el mundo) está firmado por James Joyce. Pero el detalle de la firma tampoco hay que llevarlo tan lejos. ¿O es que el coleccionista le da todas las noches un beso al libro?
Pagar 300.000 euros por un libro viejo, que no es un incunable ni un manuscrito, sino una simple impresión del año 1922, es una barbaridad, se mire como se mire. Porque no es fácil recuperar la inversión. Y porque cualquier financial counselor te diría que no inviertas más del 5% de tu fortuna en libros, sean los que fueren. Más de eso es una imprudencia.
Aunque, ¿no será que le tengo envidia a Sabina?
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"Las burbujas de los libros viejos" [El País].
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