Abriré un paréntesis en la secuencia de este catálogo de libros comprados en el mercado sevillano de El Jueves, para relatar mi última comprilla que he hecho allí. Adelanto que es una Segunda antolojía poética (1898-1918) de Juan Ramón Jiménez, de la inconfundible colección "Austral".
Hace unos días en una librería de viejo me preguntaron si yo colecciono libros, y la pregunta se las trae. Es verdad que, al cabo del tiempo, uno ha reunido una colección, pero no estoy tan seguro de ser coleccionista. He ido al diccionario de la Lengua Española, y no me ha sido de mucha ayuda. Define la bibliofilia como la "afición a coleccionar libros". El coleccionismo es, también según el diccionario, la "práctica de coleccionar", lo que tampoco es mucho decir. Coleccionar es, claro, "formar colección de algo". Por fin el diccionario va a parar a la definición de colección, que es el "conjunto ordenado de cosas, por lo común de una misma clase y reunidas por su especial interés o valor". Pero ahora no queramos buscarle los tres, o los cinco pies al gato, y no pidamos al diccionario que nos explique qué es un conjunto ordenado de cosas. De todos modos, echo en falta que el diccionario se acuerde de quienes, como yo, nos dedicamos a coleccionar, sin haber pretendido desde un principio hacer una colección, un todo ordenado. La colección crece como un fractal [wikipedia], unos libros van llevando a otros libros. En realidad, lo primero en el tiempo es el coleccionismo, que viene del latín colligo, que significa reunir o juntar [Lewis & Short]. Sólo el tiempo hace de las cosas reunidas o juntadas una colección, un conjunto ordenado. En suma, me gusta reunir o juntar libros, que compro o me regalan (con mucha más frecuencia lo primero que lo segundo). El orden de la colección ha venido después, porque no necesariamente el poseer libros hace del bibliófilo un bibliotecario.
No he leído todos los libros que tengo, pero me gusta verlos reunidos (i.e. coleccionados) como una esperanza de lectura. Con esto quiero decir que no puedo abstraer de los libros su utilidad, viéndolos como simples collectable [Dictionary]. Mi interés en los libros es más utilitario que coleccionista, aunque sea capaz de apreciar un libro con una buena facha. Pero hay que aceptar que la bibliofilia no tenga nada que ver con la afición a la lectura. En resumen, soy lector, no bibliófilo, porque no colecciono libros, aunque tenga una colección de libros (esa es la paradoja). El mes pasado, el escritor Juan Pedro Quiñonero, desde París, escribía que "Sotheby's estima que uno de los cinco ejemplares de «Por el camino de Swann», el primer volumen de «En busca del tiempo perdido», editados en papel japón imperial, por cuenta de su autor, en 1913, pudiera venderse, hoy, en subasta pública, por entre 400.000 y 600.000 euros." [Abc] [Sotheby's]. Noticias como esta son las que no le caben en la cabeza a un aficionado a los libros, no digo ya al bibliófilo que colecciona libros como objetos valuables en subasta.
Reunidos o juntados mis libros, les he impuesto un orden propio de una colección, de una biblioteca. Por ejemplo, sin ir más lejos, según el criterio "libros que he comprado en el mercado de El Jueves". Pero no me ha dado por coleccionar, reunir o juntar libros de una determinada rama. Podría haberme aficionado a reunir, por ejemplo, ediciones de El Criticón. Las que más aprecio no tienen nada de particular, son la primera y la última que leí: la primera, de la colección "Austral", de letra microscópica, y la última, los tres tomitos manejables de la edición de Evaristo Correa Calderón para la colección de "Clásicos Castellanos", que es por ahora la que prefiero para releer. Sin embargo, está fuera de mi alcance, ni la pretendo, la reciente edición de la Institución Fernando el Católico, de la Diputación Provincial de Zaragoza [ifcdpz].
En fin, algo de esto me pasa con los libros del poeta de Moguer Juan Ramón Jiménez. En mi colección he reunido, por ejemplo, una edición elegante (no digo de bibliófilo) de sus Primeros poemas [Point de Lunettes], aunque el ejemplar que más aprecio es la edición corrientucha que leí en el bachillerato de la Nueva antolojía editada por Aurora de Albornoz (Barcelona, Península, 1973), que además tiene el sello de la librería Padilla, cuando abría en la calle Laraña, enfrente de la iglesia de la Anunciación. Ahora me he encontrado en El Jueves, que es lo que iba a contar, una edición de la Segunda antolojía poética (1898-1918). La primera antolojía, según cuenta el mismo Juan Ramón, se editó por la Hispanic Society de New York (1917). La edición en la colección Austral (la antigua "Colección Universal" de Calpe) es la canónica. El prólogo lo dirigía J.R.J. a Manuel G. Morente, entoncer director de la colección. El librito que he comprado (me da vergüenza decir que me ha costado en El Jueves 50 céntimos de euro) es del año 1969. Tiene escrito a lápiz, en la primera página, "40.-" (que serían las pesetas que entonces costaba). Lo más curioso, en la portada, es el sello de la "Imprenta Papelería Borrero", casa fundada en 1894 y aún en activo, con tienda justamente en la C/ Juan R. Jiménez nº 15, de Moguer. El libro sería un souvenir de un visitante del pueblo del poeta, que quiso llevarse de recuerdo los versos de Juan Ramón.
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Hace unos días en una librería de viejo me preguntaron si yo colecciono libros, y la pregunta se las trae. Es verdad que, al cabo del tiempo, uno ha reunido una colección, pero no estoy tan seguro de ser coleccionista. He ido al diccionario de la Lengua Española, y no me ha sido de mucha ayuda. Define la bibliofilia como la "afición a coleccionar libros". El coleccionismo es, también según el diccionario, la "práctica de coleccionar", lo que tampoco es mucho decir. Coleccionar es, claro, "formar colección de algo". Por fin el diccionario va a parar a la definición de colección, que es el "conjunto ordenado de cosas, por lo común de una misma clase y reunidas por su especial interés o valor". Pero ahora no queramos buscarle los tres, o los cinco pies al gato, y no pidamos al diccionario que nos explique qué es un conjunto ordenado de cosas. De todos modos, echo en falta que el diccionario se acuerde de quienes, como yo, nos dedicamos a coleccionar, sin haber pretendido desde un principio hacer una colección, un todo ordenado. La colección crece como un fractal [wikipedia], unos libros van llevando a otros libros. En realidad, lo primero en el tiempo es el coleccionismo, que viene del latín colligo, que significa reunir o juntar [Lewis & Short]. Sólo el tiempo hace de las cosas reunidas o juntadas una colección, un conjunto ordenado. En suma, me gusta reunir o juntar libros, que compro o me regalan (con mucha más frecuencia lo primero que lo segundo). El orden de la colección ha venido después, porque no necesariamente el poseer libros hace del bibliófilo un bibliotecario.
No he leído todos los libros que tengo, pero me gusta verlos reunidos (i.e. coleccionados) como una esperanza de lectura. Con esto quiero decir que no puedo abstraer de los libros su utilidad, viéndolos como simples collectable [Dictionary]. Mi interés en los libros es más utilitario que coleccionista, aunque sea capaz de apreciar un libro con una buena facha. Pero hay que aceptar que la bibliofilia no tenga nada que ver con la afición a la lectura. En resumen, soy lector, no bibliófilo, porque no colecciono libros, aunque tenga una colección de libros (esa es la paradoja). El mes pasado, el escritor Juan Pedro Quiñonero, desde París, escribía que "Sotheby's estima que uno de los cinco ejemplares de «Por el camino de Swann», el primer volumen de «En busca del tiempo perdido», editados en papel japón imperial, por cuenta de su autor, en 1913, pudiera venderse, hoy, en subasta pública, por entre 400.000 y 600.000 euros." [Abc] [Sotheby's]. Noticias como esta son las que no le caben en la cabeza a un aficionado a los libros, no digo ya al bibliófilo que colecciona libros como objetos valuables en subasta.
Reunidos o juntados mis libros, les he impuesto un orden propio de una colección, de una biblioteca. Por ejemplo, sin ir más lejos, según el criterio "libros que he comprado en el mercado de El Jueves". Pero no me ha dado por coleccionar, reunir o juntar libros de una determinada rama. Podría haberme aficionado a reunir, por ejemplo, ediciones de El Criticón. Las que más aprecio no tienen nada de particular, son la primera y la última que leí: la primera, de la colección "Austral", de letra microscópica, y la última, los tres tomitos manejables de la edición de Evaristo Correa Calderón para la colección de "Clásicos Castellanos", que es por ahora la que prefiero para releer. Sin embargo, está fuera de mi alcance, ni la pretendo, la reciente edición de la Institución Fernando el Católico, de la Diputación Provincial de Zaragoza [ifcdpz].
En fin, algo de esto me pasa con los libros del poeta de Moguer Juan Ramón Jiménez. En mi colección he reunido, por ejemplo, una edición elegante (no digo de bibliófilo) de sus Primeros poemas [Point de Lunettes], aunque el ejemplar que más aprecio es la edición corrientucha que leí en el bachillerato de la Nueva antolojía editada por Aurora de Albornoz (Barcelona, Península, 1973), que además tiene el sello de la librería Padilla, cuando abría en la calle Laraña, enfrente de la iglesia de la Anunciación. Ahora me he encontrado en El Jueves, que es lo que iba a contar, una edición de la Segunda antolojía poética (1898-1918). La primera antolojía, según cuenta el mismo Juan Ramón, se editó por la Hispanic Society de New York (1917). La edición en la colección Austral (la antigua "Colección Universal" de Calpe) es la canónica. El prólogo lo dirigía J.R.J. a Manuel G. Morente, entoncer director de la colección. El librito que he comprado (me da vergüenza decir que me ha costado en El Jueves 50 céntimos de euro) es del año 1969. Tiene escrito a lápiz, en la primera página, "40.-" (que serían las pesetas que entonces costaba). Lo más curioso, en la portada, es el sello de la "Imprenta Papelería Borrero", casa fundada en 1894 y aún en activo, con tienda justamente en la C/ Juan R. Jiménez nº 15, de Moguer. El libro sería un souvenir de un visitante del pueblo del poeta, que quiso llevarse de recuerdo los versos de Juan Ramón.
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