15 marzo 2018

De Stephen Hawking a San Juan de la Cruz

En la muerte del físico y cosmólogo británico Stephen Hawking, se repite con pereza el juicio de que fue "una mente maravillosa". The Guardian, recurriendo a una antigua imagen, platónica, agustiniana, kantiana, dice de él: Stephen Hawking, a mind that held the stars [theguardian] (una mente que comprendía las estrellas). Una soberbia serie filatélica de la Isla de Man, "Albert Einstein to Stephen Hawking - 100 Years of General Relativity", emitida el año 2016 [iompost], emparejaba a estos dos grandes físicos. Stephen Hawking ha bautizado con su nombre una radición peculiar, especulativa o conjeturada, de los black holes [wiki]. No estoy seguro, sin embargo, que la contribución de Hawking, aun habiendo sido, como dicen, una mente maravillosa, sea parangonable a la de Albert Einstein, que sí revolucionó, incluso en un sentido popular, la manera habitual de contemplar el universo. Pero Stephen Hawking, víctima de una esclerosis lateral amiotrófica (E.L.A.), postrado en una silla de ruedas, ha sido un símbolo universal de la distinción humana, que consiste justamente en el dominio de la mente sobre el cuerpo. El cuerpo humano es lo que va en segundo lugar, después de lo principal, que es su mente.

La soberanía de la mente es una enseñanza de la sabiduría antigua. San Juan de la Cruz divisó una gran lección en esto. En sus "Dichos de amor y de luz" (n. 34 [sjc]) dice: Un solo pensamiento del hombre vale más que todo el mundo; por tanto, sólo Dios es digno de él. Una mente brillante, maravillosa, como la del cosmólogo Stephen Hawking, puede encerrar todo un mundo, todos los objetos cosmológicos habidos y por haber (las estrellas, los agujeros negros). Por eso dice el Santo que "el pensamiento del hombre vale más que todo el mundo". Eso está ahí, manifiesto, delante de nosotros. La conclusión, para fray Juan, es que "por tanto, sólo Dios es digno de él" (digno del hombre, de su pensamiento). Dios, creador de las estrellas, y del cuerpo y la mente del hombre.

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